El sector alimentario español atraviesa una etapa de profunda transformación marcada por el auge imparable de la marca blanca. Este fenómeno, que ha ganado terreno de forma acelerada en los últimos años, ha desencadenado el mayor ajuste de precios de la industria en más de una década. Según el Índice de Precios Industriales (IPRI), el sector acumula ya once meses consecutivos reduciendo los precios a los que vende a la distribución, con descensos cada vez más pronunciados: un 2,2% en abril, un 2,7% en mayo y un 3,3% en junio, el mayor retroceso desde 2014.
La magnitud de esta bajada se aprecia mejor si se compara con el conjunto de la industria, donde los precios aumentaron un 0,8% en junio. Más llamativo aún resulta el contraste con la energía, que experimentó un alza del 3,5% en el mismo mes. Sin embargo, esta rebaja en los precios que las empresas cobran a los supermercados no se ha trasladado con la misma intensidad al consumidor final. De hecho, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), la inflación de los alimentos y bebidas no alcohólicas repuntó en junio hasta el 2,8% interanual, tres décimas más que en mayo.
Este incremento responde, en gran medida, al encarecimiento de productos como la carne, el pescado o los mariscos, así como a un menor descenso de los precios de legumbres y hortalizas en comparación con el año anterior. Un caso aparte es el del aceite de oliva, cuyo precio, tras triplicarse por efecto de la sequía, acumula ya una caída del 48% desde los máximos alcanzados en abril de 2024, situándose en niveles previos a la crisis.
La relación entre fabricantes y cadenas de distribución ha sido tensa desde la crisis inflacionista, cuando los supermercados presionaron para contener los precios y recortar márgenes, llegando incluso a prescindir de proveedores que no aceptaban las condiciones. Según el Observatorio de Márgenes Empresariales, la rentabilidad sobre ventas en la industria de la alimentación y bebidas ha descendido al 6,81% este año, un punto menos que en 2024, aunque todavía por encima del rango histórico del 5%-6%.
El detonante principal de la actual dinámica de precios es la expansión de la marca blanca. Hace un año, Juan Manuel Morales, entonces director general del grupo IFA y actual presidente de Eurocommerce, advertía que "si no reaccionan, las marcas están muertas". Morales subrayaba que las enseñas de distribución ya representaban casi el 50% del mercado, y seguirán creciendo gracias a una mejora en la calidad y un diferencial de precios cada vez más atractivo.
Los datos respaldan esta advertencia: en España, la cuota de mercado de la marca blanca pasó del 27,2% al 43,7% en 2024, según Kantar Worldpanel. Y las previsiones apuntan a que en una década podrían alcanzar el 60%. Este avance se ha traducido en una aceptación masiva: el 97% de los consumidores incluye habitualmente algún producto de marca blanca en su cesta de la compra, según Shopadvizor.
El cambio en los hábitos de consumo es evidente. Tres de cada diez españoles compran más marca blanca que hace un año, y el 80% considera que su calidad es igual o superior a la de las marcas de fabricante. Entre los menores de 35 años, el 42% cree que son mejores o mucho mejores. Esto ha provocado que la marca blanca deje de ser una opción secundaria para convertirse en la elección principal de millones de hogares, obligando a la industria tradicional a reaccionar con rebajas, promociones y estrategias más agresivas para mantener su presencia en los lineales.
En este contexto, la batalla por el precio y la calidad en el sector alimentario no solo continuará, sino que probablemente se intensificará. La presión de la marca blanca, la exigencia de los consumidores y la necesidad de preservar márgenes están configurando un nuevo equilibrio de fuerzas que marcará el futuro del mercado alimentario en España.
