La música en vivo cada vez genera más ingresos en España. Se organizan cerca de 900 eventos de música cada año, lo que supone un impacto económico en el panorama nacional de casi 500 millones de euros. Los festivales se han convertido sin duda en el escaparate para los artistas, pero también representan una inyección económica crucial para las localidades que los acogen.
Los beneficios
Festivales como el ‘Resurrection Fest’ en Viveiro generan más de 17 millones de euros cada verano, revitalizando la economía local. Otros ejemplos incluyen el ‘Fib’ en Benicàssim, que aporta 40 millones de euros, y el ‘Son do Camiño’ en Santiago, que atrae a 120,000 festivaleros de 35 países diferentes, generando 20 millones de euros. El ‘BBK Live’ en Bilbao deja 26 millones de euros en la ciudad, con una ocupación hotelera del 95%. El ‘Primavera Sound’ en Barcelona atrae a turistas que dejan 349 millones de euros en la economía local. Estas cifras reflejan el significativo impacto de los festivales en la economía turística de España.
La venta de entradas es la fuente de ingresos más obvia para los festivales, con un coste medio de alrededor de 90 euros por entrada. Sin embargo, los beneficios también provienen de la venta de bebidas y comida, patrocinios, campings para los asistentes y servicios de transporte.
Los festivales de verano y la cerveza forman una simbiosis perfecta. Los festivales impulsan significativamente las ventas y la visibilidad de la cerveza, que se ha convertido en la patrocinadora favorita de estos eventos. Según el informe Oh Holy Festivals! 2023 de IPG Mediabrands, las marcas de bebidas concentran el 79% de los acuerdos de patrocinio con festivales. Estos eventos representan el 70% de sus patrocinados, aunque solo acaparan el 30% del presupuesto total de patrocinio. Los eventos deportivos, a pesar de ser menos numerosos, requieren una inversión mayor debido a su alta visibilidad televisiva y el retorno de inversión que ofrecen.
Los gastos
Organizar un festival de música de verano implica una serie de costes significativos que deben ser cuidadosamente gestionados para asegurar el éxito y la rentabilidad del evento.
Uno de los gastos más considerables en la organización de un festival es el caché de los artistas. Las tarifas pueden variar enormemente, con artistas internacionales de renombre cobrando más de un millón de euros por actuación. En algunos casos, estas tarifas pueden alcanzar los tres millones de euros, siguiendo la tendencia observada en festivales estadounidenses. Esta inflación imparable en los cachés de los artistas supone un reto significativo para los organizadores. Además, los festivales deben abonar comisiones a sociedades de gestión de derechos de autor como la SGAE, que puede representar hasta un 8.5% de los ingresos por venta de entradas. Para algunos organizadores, esto significa ajustar sus informes de asistencia para minimizar estos pagos, aunque esta práctica no siempre es efectiva y puede acarrear problemas adicionales.
La infraestructura necesaria para llevar a cabo un festival de gran envergadura incluye el alquiler del recinto, la construcción de escenarios, la instalación de sistemas de sonido e iluminación, y la creación de zonas de acampada y áreas de servicios para los asistentes. Además, la logística abarca la contratación de personal para montaje y desmontaje, así como para la operación del evento en sí. Los festivales suelen ofrecer una variedad de servicios adicionales que también suponen costes. Estos pueden incluir la instalación de barras y puestos de comida, alquiler de baños portátiles, gestión de residuos y provisión de agua potable. Aunque algunos de estos costes pueden ser mitigados a través de acuerdos con proveedores, siguen representando una parte importante del presupuesto total.Además, la seguridad es otro aspecto crucial que conlleva un coste elevado. Los organizadores deben contratar personal de seguridad, coordinar con las fuerzas del orden y asegurar la presencia de servicios médicos y de emergencia durante todo el evento. Esto es esencial para garantizar la seguridad de los asistentes y cumplir con las normativas legales. Sin olvidar, las campañas de marketing y publicidad para promocionar el festival requieren una inversión considerable para alcanzar al público objetivo y asegurar una alta asistencia.
Es verdad que los avances en la organización de este tipo de eventos ya no provocan incidentes como los ocurridos en el Woodstock 1999 (que no en el del 69), pero es cierto que algunos organizadores intenta suplir los gastos con ciertas prácticas que algunos tachan de abusivas, como: algunas salas y festivales exigen un porcentaje de las ventas de merchandising de los artistas; obligan a comprar vasos de plástico a precios altos sin permitir su devolución, aunque sea reutilizables; algunos festivales cobran una tarifa adicional por permitir a los asistentes salir y volver a entrar al recinto; además, limitar el acceso al agua potable para vender agua embotellada a precios elevados.
Era necesario conocer también la otra cara de la moneda, aunque, a pesar de ello, los festivales de música en verano se han consolidado como un negocio altamente rentable y un motor económico crucial para muchas regiones de España. Estos eventos continúan creciendo y adaptándose a nuevas oportunidades de negocio, asegurando su relevancia y sostenibilidad en el futuro.