Economía

Barcelona, al límite: el turismo desborda y convierte a la ciudad en la más masificada del mundo

La capital catalana, que en 2024 acogió a 15,5 millones de turistas que pernoctaron y a otros 1,6 millones de cruceristas

Archivo - Fachada de un edificio de viviendas en Barcelona.
Por Marta Menéndez

Barcelona, la joya del Mediterráneo, se ha convertido en la ciudad más masificada por el turismo del mundo, según un reciente estudio de la empresa Nomad. La capital catalana, que en 2024 acogió a 15,5 millones de turistas que pernoctaron y a otros 1,6 millones de cruceristas, alcanza una densidad de 201.772 visitantes por kilómetro cuadrado, una cifra que la sitúa por delante de destinos emblemáticos como Nueva York, París o Venecia. Pero, ¿qué implica esta masificación para sus habitantes y para el futuro de la ciudad?

Desde los Juegos Olímpicos de 1992, Barcelona ha vivido una transformación profunda. Se proyectó como una urbe moderna, culturalmente vibrante y atractiva para el mundo. Su arquitectura única, con Gaudí como emblema; su gastronomía de primer nivel; su clima templado; y la presencia de uno de los clubes de fútbol más populares del mundo convirtieron la ciudad en un imán turístico. Pero ese éxito ha venido con un coste cada vez más alto para quienes viven en ella.

La masificación turística no solo se percibe en las calles abarrotadas de la Sagrada Familia, La Rambla o el Park Güell. Tiene efectos directos en la vida diaria de los barceloneses: los alquileres se han disparado, los barrios tradicionales se han gentrificado, los comercios locales han sido reemplazados por franquicias y tiendas de souvenirs, y el transporte público se ve constantemente colapsado. Zonas como el Gòtic, el Raval o la Barceloneta han perdido población residente, desplazada por precios imposibles de asumir para la clase trabajadora.

Uno de los elementos que agrava esta situación es la concentración turística en áreas muy reducidas. Por ejemplo, en Ciutat Vella, la densidad alcanza los 21.861 visitantes por kilómetro cuadrado, cinco veces más que la media de la ciudad. Esta hiperconcentración genera una percepción constante de saturación, incluso en los meses fuera de la temporada alta.

El turismo representa alrededor del 14% del PIB de la ciudad y sostiene cerca de 150.000 empleos. Pero esta dependencia económica también genera vulnerabilidades. Si los turistas desaparecieran, muchos negocios cerrarían, el empleo caería y Barcelona perdería parte de su proyección internacional. Sin embargo, también se estabilizarían los precios de la vivienda y se recuperarían espacios públicos hoy dominados por visitantes. La solución, por tanto, no pasa por eliminar el turismo, sino por gestionarlo mejor.

El descontento ciudadano ha ido en aumento. Las protestas se han hecho frecuentes, como la manifestación del verano pasado en la que 2.800 personas exigieron un “decrecimiento turístico ya”. Algunas incluso portaban pistolas de agua con las que simbólicamente expulsaban a los turistas. No es odio al visitante, sino un grito por recuperar una ciudad que sienten que han perdido.

El fenómeno de los expats, residentes extranjeros que se instalan en Barcelona por su estilo de vida y oportunidades, también suma presión. Aunque no son turistas temporales, su presencia, con un poder adquisitivo más alto, está empujando aún más el alza del coste de vida y transformando barrios como Gràcia o Poblenou.

El Ayuntamiento, liderado por Jaume Collboni, ha comenzado a tomar medidas. Entre ellas, la eliminación de 10.000 pisos turísticos para 2028, un aumento de la tasa turística a 7,50 euros por persona y la reducción del número de cruceros. Sin embargo, muchos ciudadanos consideran que estas decisiones son insuficientes o demasiado lentas.

Otras propuestas en debate incluyen limitar el acceso a monumentos, fomentar el turismo en barrios menos visitados, impulsar prácticas sostenibles, y, sobre todo, garantizar la participación ciudadana en la planificación del modelo turístico. También se demanda una regulación estricta de los pisos turísticos y una política de vivienda que priorice a los residentes.

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