Desde enero de 2021 hasta junio de 2025, el precio de los alimentos en España ha aumentado de manera notable, con un crecimiento medio del 34,1 % acumulado. Así lo muestra una gráfica elaborada a partir del IPC alimentario por categoría, en la que se aprecia cómo el alza ha sido muy desigual entre productos, afectando con especial intensidad a los alimentos frescos y no procesados. En este contexto inflacionario, el poder adquisitivo de los consumidores, especialmente de los hogares con rentas más bajas, se ha visto gravemente erosionado.
Los datos reflejan una tendencia preocupante: muchos productos básicos de la cesta diaria han experimentado subidas muy por encima de la media. Es el caso de los huevos, cuyo precio se ha incrementado un 69,3 % en estos cuatro años y medio, encabezando la lista de alimentos más inflacionados. Le siguen las frutas frescas o refrigeradas (60,7 %), el chocolate (60,1 %), el aceite de oliva (58,1 %) y los zumos naturales (57,2 %). Otros productos de consumo habitual como la mantequilla, el cacao en polvo, las patatas o la leche entera también han sufrido incrementos superiores al 50 %.
Se trata, en su mayoría, de alimentos frescos o poco transformados, y con un bajo nivel de industrialización. Es decir, su precio depende en gran medida del coste de la materia prima. En estas categorías, los factores que han impulsado la inflación han sido diversos: desde sequías prolongadas que han afectado las cosechas, hasta el encarecimiento del transporte, los fertilizantes y la energía, pasando por la tensión en los mercados internacionales de materias primas.
En el caso del aceite de oliva, por ejemplo, la producción nacional ha sufrido dos campañas consecutivas con rendimientos históricamente bajos debido a la escasez de lluvias. Mientras tanto, productos como los huevos o la leche han trasladado al consumidor final los efectos del aumento de los costes de producción, especialmente el pienso, la electricidad y el transporte.
Según los datos más recientes, en junio de 2025 los alimentos frescos crecen a una tasa del 8 % interanual, muy por encima del promedio general. Esto resulta especialmente preocupante si se tiene en cuenta que estos productos representan el 30 % del total del gasto en alimentación. Además, en los hogares con menores ingresos, la alimentación junto con la vivienda (alquiler, suministros, etc.) concentra más del 60 % del consumo mensual, lo que convierte esta inflación en una amenaza directa para su bienestar.
En contraste, otras categorías han registrado subidas mucho más moderadas. Los frutos secos, por ejemplo, han aumentado un 10,3 %; otros productos de cereales, un 10,9 %; y las bebidas espirituosas, un 12,7 %. En general, las bebidas y algunos productos elaborados han tenido un comportamiento más estable. Curiosamente, el pescado y marisco fresco, que también son productos perecederos, muestran una evolución de precios más contenida (en torno al 16-20 %).
Todo esto pone de relieve que, pese a los altibajos en la inflación general, los alimentos frescos siguen encareciéndose a ritmo constante, año tras año. Mientras que la inflación subyacente, que excluye energía y alimentos frescos por su volatilidad, ha dado señales de moderación, el coste real de la alimentación continúa siendo una carga cada vez más difícil de soportar para muchas familias. La tendencia plantea dudas sobre si este fenómeno puede seguir considerándose transitorio o si, por el contrario, estamos ante cambios más profundos en el sistema de precios alimentarios.
