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Opinión

gonzalo nuñez
Gonzálo Núñez
Periodista

Trenes rigurosamente averiados

Los italianos de cierta edad aún usan una frase, a medias laudatoria y a medias irónica, para encapsular los años de Mussolini: “Quando c’era Lui i treni arrivavano in orario”. Todo lo demás importa poco, importa menos. Lo definitivo e inapelable es que, cuando vivía Mussolini (‘Lui’, Él) los trenes llegaban a la hora, cosa harto heroica en un país que ha hecho del caos y la arbitrariedad su marca comercial, como han hecho los alemanes de la puntualidad un segundo apellido.

Esto de los trenes no es ‘moco de pavo’. Históricamente, el buen o mal funcionamiento de los ferrocarriles ha sido como el mercurio en los termómetros: delataba la buena o mala salud de un país. En los países serios, esto es, boyantes, esto es, avanzados, los trenes llegaban a la hora y llegaban sin incidencias. Cuando los colonos británicos querían ‘civilizar’ cualquier país africano, empezaban por tender unas vías de ferrocarril, como si con eso ya se hiciera el progreso solo. Evelyn Waugh tiene alguna novela divertida sobre esto o, si lo prefieren con menos texto, ahí está ‘Tintín en el Congo’.

Durante un tiempo, los trenes en España llegaron a la hora. Y llegaron sin incidencias. Parecía cosa de alemanes. Yo particularmente pertenezco a la Generación AVE, si es que existe tal cosa. Viajé en el flamante AVE Sevilla-Madrid con diez años y desperté a medio pasaje cuando conecté los auriculares y, con la música en alto, grité más alto: ¡mira, mamá, hay música! El AVE era una cosa bárbara, el futuro: inmutable y veloz. Como el tren de ‘2046’.

El modelo ferroviario español era mucho más digno que el norteamericano y Renfe le daba ‘sopas con honda’ al Amtrak. Tanto es así, que nos lanzamos a tender vías por el mundo: ahí está el AVE de La Meca, por ejemplo. Aquí, en casa, la tecnología mientras tanto funcionaba y el sistema crecía y se ramificaba. Usted podía dar por hecho que su tren de larga distancia empalmaría con el Cercanías, y éste, a su vez, con el Metro, sin que cupieran grandes sorpresas. Siempre me pareció un misterio, si no una excentricidad, esos trenes que prometían llegar a una hora absurda (las 12:17, por poner) y llegaban justo a esa hora absurda.

"Históricamente, el buen o mal funcionamiento de los ferrocarriles ha sido como el mercurio en los termómetros: delataba la buena o mala salud de un país”

No hay que ser ingeniero mecánico ni miembro de un observatorio con derecho a dieta para ver que los trenes, de un año acá, han dejado de llegar a la hora. A veces, incluso, han descarrilado; otras nos han dejado atrapados media horita sin aire, en una vía muerta. El mes pasado, tras una larga espera -angustiosa para algunos-, se abrieron las puertas del Cercanías, y, en imagen distópica o bélica, los viajeros fueron cargando sus maletas hasta Atocha por las orillas de la vía.

Los datos confirman la sensación a pie de calle: las incidencias han aumentado casi un 25% y el retraso acumulado, un 27%. En Rodalies y en Cercanías, la cifra asciende al 50%. Se habla del aumento de pasajeros, de los problemas de derivados del incremento de circulación con la llegada de los trenes privados o de bajo coste. ¿Excusas de mal pagador? ¿Indicio del declive? No sé, pero nada inquieta tanto a un ciudadano como ver que lo que antes funcionaba rigurosamente empieza a dar signos de extravío. Sobre todo, si ese ciudadano dedica una parte muy importante de sus sueldos a mantener una estructura fundamental.

Hemos llegado hasta aquí sin mentar al ministro de Transportes y Movilidad Sostenible, Óscar Puente, de quien se acuerdan a menudo los viajeros de Renfe. Puente abarca demasiado desde su cartera, ya que no solo es ministro del ramo -quizás su menor atribución -, sino tuitero militante, diplomático disruptivo (en Argentina ya lo conocen) y agitador sanchista. Esto último, a tiempo completo. Mientras tanto, con Puente los trenes no llegan a la hora. A veces, ni llegan. Ojalá pronto retomemos la buena vía. 

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