China ya es la mayor economía del mundo en términos de PIB a valores de Paridad de Poder Adquisitivo, y su evolución a lo largo de los años es digna de estudio
La República Popular China se ha convertido en la mayor economía del mundo en menos de una década. Supera a Estados Unidos y a la Unión Europea con una marca cercana a los 30.178.000 millones de dólares en términos de PIB PPA, y es la segunda economía del planeta en términos de PIB Nominal.
Su ascenso no es producto de la fortuna, y lleva décadas escalando posiciones hasta que finalmente ha alcanzado el primer puesto. Y aunque en números reales su riqueza está peor repartida que la de las potencias occidentales, sus recursos infinitos y su capacidad de mejora harán del gigante asiático el próximo hegemón de la Tierra durante las décadas futuras.
El Producto Interior Bruto a valores de Paridad de Poder Adquisitivo es la suma de todos los bienes y servicios finales producidos por un país en un año, en relación con una canasta de precios estandarizada ponderada o cotizada dentro del propio mercado interno de los Estados Unidos, país que es tomado como referencia en las comparaciones internacionales realizadas según la metodología PPA.
Los chinos buscan ahora nuevas metas, siempre bajo la premisa de mantener a su población controlada y de exportar sus ideas y su superioridad económica a todos los lugares del planeta. Cabe preguntarse cómo es posible que un país que hasta hace medio siglo era prácticamente tercermundista ha logrado superar con creces a las principales economías del mundo.
Mao y el "siglo de la humillación"
En 1949, los comunistas de Mao Zedong terminaban con la Guerra Civil China, mientras que el Kuomintang de Chiang Kai-shek se veía obligado a exiliarse en la isla de Taiwán, que a día de hoy sigue siendo un estado independiente deseado por China. Por aquel entonces, el gigante asiático era un estado sumido en el caos, la pobreza y los daños producidos por los estragos de la Segunda Guerra Mundial y su propia guerra civil.
El dictador Mao, que se mantuvo en el poder hasta 1976, tenía claro lo que China necesitaba para volver a estar entre las principales potencias del mundo. Y digo volver, porque China terminaba lo que ellos llaman "el siglo de la humillación", un período comprendido entre la derrota contra Gran Bretaña en la Primera Guerra del Opio (1839-1842) y la revolución comunista que termina con el final de la Guerra Civil en 1949.
Durante este "siglo de la humillación", China vio como su antigua posición imperial, dominada anteriormente por la Dinastía Quing, se desvanecía a mediados del siglo XIX. Es un tiempo caracterizado por las incursiones de potencias extranjeras en territorio chino, que pasó a ser títere, fue troceado en diferentes porciones y tuvo que aceptar tratados injustos que favorecían a países como Francia, Reino Unido, Estados Unidos, el Imperio Alemán o la Japón de la era Meiji. Incluso tuvo que ceder parte de sus tierras, como sucedió con la isla de Hong Kong, que no fue devuelta por el Reino Unido hasta 1999.
Mao Zedong asumió el reto como cualquier dictador comunista podría hacer: con represión, expropiaciones, nacionalización de empresas y trabajos públicos forzados masivos. Un sendero económico que se denominó "Gran Salto Adelante" y que supuso la muerte por hambrunas de al menos 30 millones de chinos. El proceso de industrialización no fue tan efectivo como los dirigentes comunistas hubieran deseado, y el miedo de contradecir a Mao llevó al país a ser un nido de ineficiencia, corrupción y producción de materiales de baja calidad.
Por si esto fuera poco, se aplicó también una doctrina conocida como "Revolución Cultural", un proceso de asimilación al régimen comunista que se caracterizó por la ideologización de la población en base a las ideas del partido. El fanatismo y el miedo de la década comprendida entre 1966 y 1976 llevó a muchos ciudadanos a ser denunciados por otros compatriotas con la excusa de ser contrarios a la revolución. Muchos juicios eran públicos, para que la población pudiera ver las consecuencias de aquellos que se oponían al régimen.
Se calcula que otros 20 millones de chinos murieron debido a estas persecuciones. A pesar de todo, la población de China creció durante el mandato de Mao de los 550 millones hasta los 900 millones a su muerte en 1976.
Una historia de capitalismo comunista
Tras la muerte de Mao en 1976, un gobierno de a cuatro asumió el control del país hasta que Deng Xiaoping se hizo con el poder en 1978. Deng se apartó rápidamente de la antigua represión maoísta, declarando ilegal ciertas leyes aprobadas durante ese período y condenando a los principales responsables por el exceso de muertos durante el Gran Salto Adelante.
Tras esto, dio el paso para establecer las bases de la China que conocemos en la actualidad. Inició una apertura reformista en el mercado chino, que pasó de un sistema totalmente comunista a un capitalismo de estado con miras a ampliar sus operaciones internacionales. Se desmantelaron las granjas colectivas y se privatizó la tierra; se priorizó el comercio exterior y se establecieron zonas económicas especiales.
Mediante este modelo, que se ha ido perfeccionando con el paso de los años, el país asiático ha ido escalando puestos hasta convertirse de nuevo en una de las potencias dominantes del planeta. Pero como en todo, una imagen vale más que mil palabras, y los datos de una entidad de gran importancia internacional nos valen perfectamente para comprender mejor la evolución de China.
Por ejemplo, en 1980 el PIB de China representaba el 2,3% del total del Producto Interior Bruto Mundial. Para el año 2000, ya alcanzaba el porcentaje del 7,40% del total. Y a fecha de 2018, ya se acercaba a la increíble cifra del 19%, según los datos del Fondo Monetario Internacional.
Estos datos son fascinantes en cuanto a rápido crecimiento, pero no lo son tanto si tenemos en cuenta que la población de China supone el 18% del total mundial. Es decir, ahora mismo, su economía está en consonancia con la población del país, pero sin sobrepasar la potencia relativa de otras entidades como Estados Unidos o la Unión Europea, que con muchos menos habitantes, tienen un peso muy significativo en los mercados globales.
Sin embargo, es evidente que la evolución de la economía china ha sido espectacular. Y aunque el reparto de la riqueza sigue siendo su gran asignatura pendiente, también en este aspecto se ha mejorado con creces a lo largo de las últimas décadas.
Vayamos con más datos. Según el Banco Mundial, el número de chinos en situación de pobreza extrema se redujo de 756 millones a 25 millones entre 1990 y 2013. El porcentaje de personas en China que viven por debajo de la línea de pobreza internacional de 1,90 dólares al día (PPA de 2011) cayó al 0,3% en 2018, mientras que en 1990 la pobreza se situaba en un 66,3%.
Es decir, en menos de treinta años el país ha reducido su pobreza extrema hasta casi hacerla desaparecer. Nunca en la historia de la humanidad ningún país había logrado sacar de la pobreza a tantas personas (800 millones) en un período de tiempo de apenas cuarenta años.
La clase media china está también en auge. El FMI calcula que para 2025 habrá crecido hasta los 600 millones de personas. El crecimiento económico del país, se mire desde donde se mire, ha sido imponente. La media anual se sitúa en casi el 11%. Entre 2007 y 2011, China creció más que la suma de todos los países del G7. Incluso durante la pandemia, en pleno confinamiento en 2020, la economía china crecía un 2,3%, siendo la única en todo el mundo que no entró en recesión.
El gran reto para el país es aumentar la riqueza de sus ciudadanos. A pesar de ser el estado con más multimillonarios del mundo-son más de 900, y se incrementan a un ritmo de cinco por semana-su renta per cápita es todavía muy baja y muy desigual. China se sitúa en el puesto 61 en este ranking, con unos 12.556 dólares por habitante al año, apenas por delante de la media mundial. Está por debajo de países como las Islas Seychelles, Panamá o Rumanía. Es decir, su población sigue siendo, de momento, bastante pobre.
Bienvenidos a la China del siglo XXI
La economía china superará a la de Estados Unidos en términos de PIB nominal para finales de esta década, según las estimaciones del Banco Mundial. Y eso a pesar de que están viviendo un proceso de estancamiento provocado por la pandemia y la inflación mundial preponderante.
Con la llegada al poder de Xi Jinping en 2012, la situación socioeconómica del país ha vuelto a dar un giro de 180 grados. Xi fue elegido Secretario General del Partido en ese año, y nombrado Presidente en 2013. Su poder va más allá de lo que cualquier otro líder chino haya ostentado en las últimas décadas.
Ya en 2008 dio muestras de su capacidad de proyección internacional cuando le encargaron la organización de los Juegos Olímpicos de Pekín. Ha estado presente en momentos delicados para el Estado Central, como en las continuas manifestaciones que se produjeron en Hong Kong (pacificadas a base de fuerza) o en los peores momentos de la pandemia. Es responsable de la represión que sufren los ciudadanos de etnia uigur en la región de Sinkiang y, año tras año, está dando muestras de que el tiempo de jugar con China se ha terminado para siempre.
Porque además de ser un líder autocrático conoce a la perfección las necesidades económicas del país. La apertura al exterior se permite bajo un estricto marco de control estatal. Y aunque las empresas privadas superan la cifra de 30 millones en el país, el gobierno central controla de forma directa sectores estratégicos como la producción de energía y las industrias pesadas.
Este equilibrio entre estado y emprendimiento privado sujeto a las restricciones estatales es el que ha permitido a China crecer de forma continuada. Las grandes empresas privadas continúan creciendo, y el país ya tiene a compañías como Tencent entre las 20 mayores del mundo. Sin embargo, tanto los diez primeros puestos de este ránking como los primeros en lo relativo a empresas tecnológicas, siguen ocupados por grandes conglomerados estadounidenses, como Apple, Microsoft o Facebook. Este es, junto al reto de la redistribución de la riqueza y el de reducir las emisiones contaminantes, uno de los principales desafíos del siglo XXI a los que se enfrenta el gigante asiático.
Sigamos con los datos. China domina ya la gran mayoría de sectores estratégicos. Empezando por el sector primario, las estadísticas son absolutamente apabullantes. Por ejemplo, para 2018 era el mayor productor de arroz (212 millones de toneladas), de trigo (131 millones de toneladas) y de patatas (90 millones de toneladas).
En este sentido, la lista es casi interminable, así que para reducirlo, diremos que China es el mayor productor mundial de alimentos y hortalizas tan variadas como la sandía, los tomates, el pepino, la manzana, la cebolla, las batatas o las zanahorias. Además, es el tercer mayor productor mundial de caña de azúcar y también de algodón, y el segundo de maíz.
En cuanto a ganadería, los chinos también están a la cabeza. China es el mayor productor de carne de cerdo (42 millones de toneladas), el segundo de carne de pollo y el tercero de carne de vacuno. Según el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas, en 2003, China alimentó al 20 por ciento de la población mundial con solo el 7 por ciento de las tierras cultivables del mundo.
Todos estos datos pueden ser consultados en la página web de la FAO (Food and Agriculture Organization of United Nations). Aunque sin duda, no es solo el sector primario lo que convierte a China en una auténtica apisonadora económica.
La industria es cada vez más relevante. Los datos del Banco Mundial indican que China posee la industria más valiosa del mundo (3,8 billones de dólares). Esto se debe a que este sector (y el de la construcción) representan ya el 47% del PIB total del país. En 2019, China fue el mayor productor de vehículos del mundo (25,7 millones) y el mayor productor de acero (casi 1.000 millones de toneladas).
Algunas cifras son verdaderamente escalofriantes. Y es que en apenas dos años (2011-2013), China consumió más cemento del que utilizó Estados Unidos durante todo el siglo XX. Sin duda, una expansión sin precedentes de la industria de la construcción y la mejora de muchas infraestructuras son los responsables de estos datos de escándalo.
Según el International Trade Center (ITC), China es el mayor exportador del mundo (2,49 billones de dólares, o el 13,3% del total mundial). En la suma de bienes y servicios exportados, alcanza los 2,64 billones de dólares, pasando por poco a Estados Unidos, que exportó 2,49 billones en 2020.
Otros sectores a destacar son la industria del automóvil, la energética y la minería. El gigante asiático era en 2006 el tercer mayor fabricante de vehículos del planeta, solo por detrás de Estados Unidos y Japón. Para el año 2010, ya era el número uno, con aproximadamente 18 millones de vehículos fabricados al año, según datos de la revista Bloomberg.
La energía, el sector estratégico que más preocupa a los países occidentales, también está dentro de los planes chinos. Según los datos de la U.S Energy Information Administration en su informe Annual petroleum and other liquids production, China era en 2020 el sexto mayor productor mundial de petróleo (3,88 millones de barriles al día) y el segundo mayor consumidor (14 millones barriles/día). Misma plaza ocupa en cuanto a producción de gas, mientras que en cuanto a carbón, los asiáticos están a la cabeza con 3.500 millones de toneladas/año.
El Partido Comunista tampoco quiere dejar de lado las energías renovables, sector en el que también los chinos son líderes, siendo los mayores productores del mundo de energía eólica con 281,9 GW de potencia instalada. De igual manera, son los primeros en lo relativo a producción hidroeléctrica, con con una capacidad instalada de 311 GW.
Pero si hay un mercado que requiere de toda nuestra atención es el de la minería, donde los asiáticos no tienen competidor. Son los mayores productores de oro, de azufre, de fosfatos, de zinc y de titanio. Ocupan la tercera plaza en lo relativo al cobre y a la plata. Eso sin olvidarnos de los materiales del "futuro", pues China posee el 40% de las reservas de tierras raras del planeta y produce, curiosamente, el 80% del total que se consume en el mundo. Estos elementos son decisivos para la fabricación de componentes electrónicos modernos.
Por último, cabría destacar también el sector terciario del país. Destaca el turismo internacional, pues para 2019, China era el cuarto país más visitado del planeta (63 millones de turistas anuales), superando por los pelos a Italia y por detrás de Estados Unidos, España y Francia. Según los datos de la World Tourism Organization, las visitas al país de la Gran Muralla aumentaron en un 4% en 2019, y el dinero logrado mediante esta actividad, un 21%. Sin embargo, la pandemia ha reducido los números en prácticamente todos los países del mundo.
Por otro lado, el Partido Comunista sabe que la mejor manera de expandir su influencia por el mundo es mediante el comercio. Es por ello que los de Xi Jinping están adquiriendo propiedades, empresas e incluso deuda de muchos países por todo el globo. Un ejemplo: solo en nuestro país, la inversión china se ha disparado en un 90% durante los últimos años.
En países en vías de desarrollo africanos o hispanoamericanos, los datos son mucho más grotescos. La construcción de megaestructuras como la autopista que conecta el aeropuerto de Nairobi, en Kenia, con la capital, es una pequeña muestra del poder que atesora China en el exterior. Normalmente, estos países adquieren una deuda impagable a corto plazo, que hace que los asiáticos acaben por apropiarse de los recursos o de ciertas instalaciones de dichos países como compensación por las pérdidas.
Ya ocurrió en 2017 en Sri Lanka, cuando el gobierno local tuvo que ceder para un plazo de 99 años el puerto de Hambantota a los chinos, ante la imposibilidad de pagar sus deudas y la negación para renegociarlas por parte de las autoridades asiáticas. Así, muchos pequeños países que financiaron sus proyectos gracias a la ayuda china, se ven ahora con la soga al cuello, mientras que el gigante asiático puede obtener reembolsos inmediatos en cualquier momento, así como solicitar tierras o recursos naturales como compensación.
Una imagen suele valer más que mil palabras, y en esta se puede apreciar clarísimamente: China es el mayor socio comercial de casi todos los país del mundo (excepto algunos casos concretos en Europa y América Latina), y ocupa esa posición hegemónica que atesoraban los Estados Unidos al comienzo del siglo.
Si bien China aún tiene pendiente la asignatura de las tecnológicas, es probable que en las próximas décadas la veamos codearse también con los países más avanzados en este campo. En los últimos años, grandes corporaciones como Tencent, Xiaomi o Huawei han logrado hacerse un hueco en el mercado y en los ránkings, pero a día de hoy, este sector está claramente dominado por la tecnología estadounidense. Veremos si con el tiempo los chinos logran alzarse con el primer premio.