La productividad ha caído un 7,3% en España desde el inicio del siglo, y vuelve a caer un 0,76% por primera vez desde la pandemia
Una fiscalidad considerada como un "infierno" por los expertos, una burocracia excesiva, la corrupción sistémica y una tasa de paro que está siempre por encima de la media de la UE son algunas de las señas de identidad más negativas de la economía española.
Por si no era suficiente, existe un problema aún más enraizado en el seno del sustrato económico de nuestro país; una enfermedad que parece difícil de erradicar y que supone un desafío cada vez mayor para empresas y gobiernos: hablamos de la productividad.
Un mal Made in Spain
Uno de los grandes y mal avenidos estereotipos sobre España es la idea de que los españoles trabajamos muy poco. Pero nada más lejos de la realidad.
Según los datos de la OCDE, los españoles trabajamos de media 1.577 horas al año, pero nuestra productividad no pasa de los 51,23 dólares por hora trabajada. Estamos tres puntos por debajo de la media de la OCDE, aunque los datos son mucho más sangrantes si los comparamos con otros países desarrollados.
Recordemos que la productividad es el resultado de dividir el PIB entre las horas trabajadas, aunque se toman otras variables en cuenta. Italia es, de los grandes países, el que peores datos tiene, pero, aun así, su PIB por hora trabajada se sitúa en 54, 17 dólares la hora. Ni hablar de otros estados, como Francia y Alemania, donde su productividad alcanza los 67,11 y los 67,56 dólares por hora, respectivamente.
En ambos países se trabaja bastante menos que en España, pero el rendimiento es superior. Son 1.402 horas en Francia y 1.332 horas en Alemania al año. En el Reino Unido ocurre algo similar: con 1.367 horas trabajadas al año, su productividad se sitúa en 61,47 dólares la hora.
Estados Unidos es de los pocos ejemplos de esta lista en los que verdaderamente se trabaja mucho más (1.767 horas al año), pero también se produce de forma más eficiente (73,37 dólares por hora).
Con las cifras en la mano, queda claro que los españoles no solo no trabajamos poco, sino que estamos bastante por encima de la media de los países de nuestro entorno. Esto tiene otra lectura: que para producir lo mismo que los países del entorno, los trabajadores españoles necesitan más horas.
Este indicador lleva décadas cayendo en España, pero el nuevo siglo está siendo especialmente sangrante para nuestro país. El informe elaborado por el Observatorio de Productividad y Competitividad de la Fundación BBVA y el Ivie es demoledor: desde el inicio de siglo, la productividad ha caído un 7,3% en España.
Ni siquiera Italia, que suele firmar unos números parecidos a los nuestros, acumula semejante retroceso. El país transalpino ha perdido un 5,1% de su productividad en los últimos veinte años.
Por supuesto, nada tiene que hacer España en cuanto a comparaciones con Estados Unidos -donde la productividad acumulada se ha incrementado un 15,5%- o Alemania (+11,8%). Tampoco salimos bien parados si nos comparamos con el Reino Unido (+8,8%). Incluso Francia, que registra cifras "muy flojas", está mejor en esta lista, pues su productividad acumulada ha subido en un 0,8% en este siglo.
Fase 1: inflando la burbuja (1990-2007)
El estudio de la Fundación BBVA divide la evolución de la caída de la productividad en nuestro país en tres fases. La primera la fechan entre los años 90 y 2007, la segunda entre 2013 y la pandemia y, la última, tras la recuperación post pandemia.
Si viajamos hasta los años 90, nos encontraremos con un panorama muy distinto al de nuestros días. España era entonces un país donde aún sobrevivía cierta industria, con un pujante sector inmobiliario que parecía no tocar techo, y con una población que quería formar parte del boom económico que embriagaba al país. De hecho, antes de la crisis del 2008, España llegó a colocarse entre los siete u ocho países más poderosos del mundo, según los datos que consultemos.
Como todos sabemos, este crecimiento se frenó en seco tras la crisis mundial del 2008. Sectores como la construcción —como oferente—, y la hostelería, la energía y muchas actividades de servicios —como demandantes intensivos de naves, locales comerciales o despachos, además de viviendas— atrajeron enormes inversiones que resultaron poco productivas. Estas inversiones desembocaron en excesos de capacidad no utilizada, que afloraron sobre todo cuando la economía entró en recesión.
El lastre que ha supuesto ese periodo se prolonga hasta nuestros días porque los activos inmobiliarios son muy duraderos y pueden permanecer parcialmente desaprovechados durante décadas, suponiendo costes de amortización y financieros para las empresas o los hogares que los poseen. Los excesos de capacidad se ponen de manifiesto en numerosos lugares de España en forma de elevados porcentajes de inmuebles vacíos y viviendas parcialmente utilizadas.
En el caso de las viviendas vacías y de segunda residencia (parcialmente utilizadas), los porcentajes eran muy superiores a los de otros países al finalizar el boom (28,3% en España frente al 16,8% de Francia o 9% de Alemania, según Eurostat con datos del censo de 2011). Prueba de que sus efectos son muy duraderos es que las viviendas vacías (14,4%) más las secundarias (16%) suponen en la actualidad el 30,4% del parque de viviendas (según el censo de 2021). Son datos que deben ser tenidos en cuenta antes de hablar de una inversión residencial insuficiente como la causa de las actuales tensiones de precios en algunos mercados locales de vivienda.
Fase 2: descalabro absoluto (2008-2020)
Huelga decir que durante los años de bonanza, los sectores económicos más importantes del país no se actualizaron, por lo que la mejora de la cifra de la productividad, cuando se producía, era un completo espejismo. Así pues, España se vio abocada a una crisis total que provocó una tasa de paro nunca antes vista, una reducción del poder adquisitivo que destrozó la clase media del país y una deuda que paralizó desde entidades bancarias a empresas de menor calado.
Para hacer frente a la crisis, el gobierno de Mariano Rajoy tuvo que tirar de recortes que, como suele ocurrir, fueron tremendamente impopulares.
Después de los años de recesión, el patrón de crecimiento se normalizó en la mayoría de los sectores y el PIB creció entre 2013 y 2019 (un 2,3% de media anual), impulsado tanto por las contribuciones del capital y del trabajo como por la productividad total de los factores (PTF), que volvió a crecer durante varios años. Pero en 2020 el shock negativo padecido durante la pandemia también tuvo importantes consecuencias sobre la eficiencia.
Debido a la caída de la demanda de muchos sectores por la imposibilidad de desarrollar sus actividades con normalidad, el uso de la capacidad instalada de muchas empresas se resiente de nuevo durante 2020 y la productividad total de los factores cae un 5,1%.
Los mayores retrocesos de la PTF en 2020 se producen en actividades que sufrieron mucho las limitaciones para funcionar con normalidad: actividades artísticas, recreativas, servicios de transporte y hostelería. También sufren el impacto sectores que arrastraban excesos de capacidad más duraderos, como la construcción y el inmobiliario. Todos los datos pueden ser consultados en el informe del Observatorio de Productividad y Competencia de la Fundación BBVA.
Fase 3: un sistema ahogado (2020-actualidad)
Llegamos al momento actual. La crisis derivada de la pandemia afecta a España, que sale muy perjudicada por su dependencia de sectores como el turismo, que hasta 2019 representaba el 12,6% del PIB del país. En 2020, fue solo 5,8%, aunque se ha vuelto a recuperar.
Las políticas públicas de control de daños adoptadas en la mayoría de actividades han ayudado a que la recuperación tras la pandemia se ha logrado más rápidamente que en la crisis anterior, y entre 2021 y 2022 la PTF ha registrado un crecimiento acumulado del 2,8% (1,4% anual), según las cifras del informe de BBVA.
La caída del PIB en un 11,3% durante el 2020 ha sido desastrosa para la economía española. La inflación derivada de la guerra de Ucrania tampoco está ayudando a la clase media, que vive en sus carnes la escalada de los precios, especialmente en los alimentos. Por si fuera poco, el salario mediano en España se ha estancado: no pasa de los 21.000 euros al año. Además, el salario más frecuente apenas supera los 18.000 euros al año, lo que da muestra de la grave situación de la clase trabajadora.
Otra de las razones que cifra el estudio es que la inversión en activos intangibles de España (I+D, software y bases de datos, diseño, imagen de marca, formación de la empresa a sus trabajadores, estructuras organizativas innovadoras, etc.), que tienen el potencial de mejorar la eficiencia de las empresas, ha sido muy bajo.
En comparación con las economías avanzadas, España ocupa la última posición en inversión en intangibles, a la que solo destina el 40,5% de la inversión total. Aunque el porcentaje es significativo, en países como Reino Unido, Finlandia, Estados Unidos, Francia o Suecia esas inversiones son las mayoritarias, superando en 20 puntos porcentuales el peso que tienen en España.
El peso de la inversión en activos intangibles sobre el PIB de España se sitúa en las últimas posiciones, con un 9,5% en 2020, casi la mitad del de los líderes internacionales como Francia, Suecia o Estados Unidos.
Por eso, no es de extrañar que a pesar de que el empleo haya mejorado sus datos en 2023, la productividad se haya vuelto a ver lastrada. Por primera vez desde la pandemia, la productividad por hora trabajada cayó un 0,76% en el cuarto trimestre de 2023.
Si tenemos en cuenta que la generación de empleo de calidad en nuestro país ha sido mínima, y, que muchos de esos puestos de trabajo son contratos fijos discontinuos, que solo sirven para engrosar las estadísticas, no hay nada de lo que sorprenderse. Además, el 55% del empleo creado durante el gobierno de Pedro Sánchez ha sido de carácter público, lo que acrecienta el problema irresoluble de la productividad.
Ahora, mientras Yolanda Díaz plantea la reducción de la jornada laboral (de 40 a 37,5 horas semanales), las empresas del país vuelven a temblar, porque la única forma de que la producción nacional no descienda es mediante el aumento de la productividad. Y como hemos visto, no hay ningún motivo o garantía para creer que eso vaya a suceder.