Los datos publicados por Eurostat han vuelto a poner el foco en uno de los grandes retos de la juventud europea: la emancipación. Según las estadísticas más recientes, el 30% de los jóvenes de entre 25 y 34 años en la Unión Europea todavía reside en casa de sus padres. En España, la cifra asciende al 48%, lo que significa que prácticamente uno de cada dos jóvenes adultos aún no ha podido independizarse.
Este fenómeno no es nuevo, pero sí está cada vez más presente. En los últimos años, factores como el elevado coste de la vivienda, los bajos salarios y la precariedad laboral han contribuido a que los jóvenes españoles retrasen su salida del hogar familiar. De hecho, ha surgido una etiqueta específica para describir esta situación: la generación boomerang, jóvenes que en algún momento se emancipan pero se ven obligados a regresar al domicilio familiar al no poder asumir los costes asociados a una vida independiente.
El problema, sin embargo, no es exclusivo de España. Si bien el porcentaje en nuestro país está por encima de la media europea, hay otros países donde la situación es aún más extrema. En el sur y sureste de Europa, las tasas de convivencia intergeneracional son incluso más altas. En Montenegro, el 69% de los jóvenes vive con sus padres; en Albania, el 66%; y en Croacia, el 64%. Grecia (54%) e Italia (50%) también presentan cifras superiores a la española, lo que evidencia una tendencia común en los países mediterráneos y balcánicos.
En contraste, en el norte del continente la realidad es muy distinta. Países como Dinamarca y Finlandia presentan un escaso 4% de jóvenes viviendo con sus progenitores. Noruega (7%), Suecia (8%) y los Países Bajos (11%) también se sitúan entre los países con menores porcentajes. Este contraste pone de manifiesto diferencias tanto culturales como estructurales: en el norte de Europa, la independencia juvenil se fomenta desde edades tempranas mediante políticas de vivienda accesible, ayudas al alquiler, educación gratuita y mejores condiciones laborales para los jóvenes.
En Portugal, el país vecino más comparable a España por su situación económica y cultural, el porcentaje es del 44%, ligeramente inferior al español. Francia y Alemania, por su parte, muestran cifras mucho más bajas: 16% y 14% respectivamente.
El acceso a la vivienda es uno de los principales factores que explican esta situación. Según un reportaje de 20 Minutos, incluso jóvenes con empleos estables y titulaciones universitarias no pueden permitirse el alquiler de una vivienda por su cuenta. A esto se suma un mercado inmobiliario cada vez más inaccesible para quienes quieren comprar su primera casa. Los precios han crecido a un ritmo mucho mayor que los salarios, dificultando aún más la emancipación.
Además, en muchas zonas urbanas, la oferta de vivienda social o asequible es insuficiente. Las alternativas, como compartir piso, tampoco resultan siempre viables a largo plazo, especialmente para quienes desean iniciar una vida familiar o necesitan estabilidad. Esta situación tiene efectos que van más allá del plano económico. Retrasar la independencia puede afectar el desarrollo personal, la salud mental e incluso la planificación vital de toda una generación. La emancipación tardía también retrasa la natalidad, limita el consumo y afecta al dinamismo económico.