La muerte de Isabel II va a alterar el tablero geopolítico en el que se había movido hasta ahora el Reino Unido, y también afectará a la economía británica
La muerte de la reina Isabel II ha causado una gran conmoción a lo largo y ancho del globo. La soberana británica contaba con 96 años, pero su muerte nos revela hasta qué punto era importante su figura.
La reina era la cabeza visible de la Commonwealth, una mancomunidad de naciones que comparten lazos históricos con el Reino Unido y con el Imperio Británico. Por si fuera poco, la reina Isabel era la soberana y jefa de estado de algunos países tan importantes como Australia, Canadá o Nueva Zelanda. Tras su muerte, Carlos III pasa inmediatamente a ejercer este cargo, pero en Inglaterra saben que el impacto que puede tener el nuevo monarca no será ni una fracción del que tenía Isabel II.
La Corona Británica supone un gasto de gran relevancia para las arcas del país, pero lo que muchas personas parecen desconocer es que también es una empresa que logra obtener beneficios gracias a sus eventos, viajes y patrocinios alrededor del mundo. ¿Qué significa esto?
Que la imagen de una Corona fuerte y unida es mucho más beneficiosa para el Reino Unido que la de una institución más sosa o alejada de la vida internacional. La reina Isabel sabía perfectamente cómo gestionar este complicado marco de operaciones. Tanto es así, que su imagen y sus vivencias son conocidas por todo el planeta, no solo en el mundo anglosajón. Ahora, las cosas van a cambiar.
La geopolítica de Isabel II
La Commonwealth es por definición una mancomunidad de naciones adscritas a un pacto mediante el cual y desde 1931, se reconocían los lazos de dichos países con el antiguo Imperio Británico; un imperio que Isabel II vio en su máximo apogeo, y de cuyo final también ha sido testigo.
Sin embargo, el proceso de descolonización no ha impedido que el orgullo británico se pasee por multitud de países que un día fueron parte de las posesiones del imperio, pero que ya no lo son. Además de los mencionados Australia, Canadá y Nueva Zelanda, el nuevo rey Carlos es el soberano de estados tan distantes entre sí como Jamaica, las Bahamas, Papúa-Nueva Guinea o Belice. En total, la Corona Británica ejerce su poder directa o indirectamente sobre al menos catorce países de la Tierra.
Eso sin contar con el resto de naciones de la Commonwealth, que se compone de 54 estados soberanos. Es cierto que este es un poder residual si lo comparamos con la época colonial, pero no deja de ser chocante que Isabel II pudiera ser oficialmente la jefa de Estado de países tan desarrollados como Canadá o Australia en pleno 2022.
Su muerte cambia el guión. La reina Isabel llevaba en el trono desde 1952, y ya era una figura de gran importancia durante su etapa como princesa, en eventos tan trágicos como la Segunda Guerra Mundial. Prácticamente, nadie que siga con vida recuerda haber visto a otra persona en el trono británico que no sea la difunta Isabel II, y esto no se debe solo a su longevidad, sino a la grandiosidad de su imagen.
Sin embargo, algunos países solo mantenían a la reina como jefa de Estado por pura tradición, y porque su imagen proporcionaba ciertos beneficios que acaban de esfumarse tras su muerte.
Es el caso de Australia, país que desde hace décadas se debate entre seguir con la fórmula de la monarquía parlamentaria donde el jefe del Estado es el monarca inglés de turno, o desvincularse de la Corona para convertirse en república.
Los australianos no estaban dispuestos a tomar ninguna decisión hasta la muerte de la soberana, pues la reina aún era una "figura respetada" por parte de una gran número de ciudadanos en Australia.
El primer ministro es Anthony Albanese, líder del Partido Laborista Australiano. A pesar de su postura, los partidos de la oposición están dispuestos a abrir el melón del republicanismo, como ya sucediera en 2013.
Aunque el caso más recordado es el del referéndum de 1999, donde las encuestas daban mayoría a los votantes pro república, lo que habría supuesto el fin de la monarquía y el reinado de Isabel II en Australia. Pero, al final, no se llegó al acuerdo esperado: la propuesta de la forma de elección de los presidentes de la futura República Australiana no agradó al pueblo, que votó en contra a pesar de estar a favor.
De hecho, los australianos acusaron al entonces líder de los liberales, John Howard, de no haber permitido que la elección del futuro presidente se seleccionara mediante el voto ciudadano, y de hacer campaña para permanecer como monarquía del Reino Unido. Algo que, efectivamente, se demostró tiempo después.
Otro país que puede tener las horas contadas en esto de mantener a Carlos como su jefe de Estado es Canadá. El país norteamericano alberga un fuerte movimiento republicanista, que ya ha protestado en varias ocasiones por las intromisiones de Isabel II en sus asuntos de Estado.
Además, Canadá tiene el problema añadido del nacionalismo quebequés. Quebec es una región canadiense de habla francesa que es étnica y lingüísticamente diferente al resto del país. Ya ha habido momentos en el que la región ha estado cerca de obtener su propia independencia, como ocurrió con el fallido referéndum de 1980.
Quebec, herencia francesa en el norte de América, no ve con buenos ojos al Reino Unido, y mucho menos que sus monarcas sean soberanos de una nación que ellos no consideran suya. Doble negación. Y no son los únicos.
Escocia e Irlanda también se encuentran en esta tesitura. Los escoceses son bien reconocidos por haber buscado la separación del Reino Unido desde los albores de los tiempos. Antaño país independiente, Escocia ha vivido atenta a las últimas decisiones tomadas por Londres, siendo la más protestada el famoso Brexit.
Irlanda tiene un problema diferente. Su parte norte está dentro de las cuatro naciones constitutivas que forman el Reino Unido, pero los irlandeses aún confían en la reunificación de la isla. La muerte de Isabel II deja abierta otra puerta más en este sentido.
Las consecuencias económicas para el Reino Unido
Que la figura de Isabel II representaba una imagen de estabilidad y grandeza para los ingleses ya lo sabemos. Su muerte abre un escenario más complejo de lo que cabía esperar, pues la mayoría de países ni siquiera habían llegado a plantearse esta posibilidad.
La publicidad y los ingresos que generaba la soberana británica eran innumerables. Cabe preguntarse ahora qué consecuencias económicas tendrá para el país y para sus socios comerciales la muerte de la reina.
Las primeras reacciones se hicieron notar en el mercado de divisas. La libra esterlina perdía ayer un 0,03% de su valor, frente a un euro y un dólar que salían fortalecidos.
Por otro lado, es importante recalcar que la muerte de Isabel II se produce en un contexto complicado para el país. Boris Johnson acaba de dejar su cargo, y la nueva Primera Ministra, Liz Truss, asume su puesto en un contexto en el que la economía esta renqueante, y la inflación inglesa supera ya el 10%.
El barril de petróleo tampoco está en sus mejores momentos, pues su precio se desplomaba y se reducía en un 5,20% respecto a los indicadores anteriores.
La bolsa, al menos, ha sido capaz de mantenerse e incluso de repuntar, gracias a las declaraciones de la Primera Ministra sobre su plan para congelar temporalmente la subida de la factura energética para los hogares.
En general, los expertos están divididos respecto a lo que la muerte de la reina puede suponer para la economía británica. Algunos opinan que al tratarse de una mera figura protocolaria, la situación económica del país no cambiará mucho.
Para otros, sin embargo, la firmeza de la mano de Isabel dará paso a un país con una imagen mucho más débil, que tendrá que afrontar duros ataques desde todos los frentes abiertos, ya sea el próximo referéndum en Escocia o las ideas emancipadoras que vuelven a llamar a la puerta desde Canadá y Australia.
Esto afectaría gravemente a la fortaleza de los mercados británicos y a sus inversores internacionales, al resquebrajarse la confianza que se tiene en una Commonwealth hasta ahora unida que podría estar dando sus últimos coletazos. Al menos, en lo que afecta a sus miembros de mayor calibre económico.
No hay que olvidar tampoco que la reina era el pegamento que mantenía unida esta amalgama de países que veían en Reino Unido una oportunidad para seguir beneficiándose de su comercio tras su salida de la Unión Europea. Pero la recesión está a la vuelta de la esquina, y la Unión Europea ya no está preocupada por el devenir de su antiguo miembro. Los socios del Reino Unido deberán tomar una decisión.
Por el momento, el Banco de Inglaterra no ha estimado cuánto podrá caer la economía británica debido a la muerte de Isabel. El Reino Unido ya tiene bastante con la Guerra de Ucrania, el cambio de Gobierno, los problemas derivados del Brexit y la posible partida de una de sus naciones constitutivas.