El 65% del comercio exterior proviene de las materias primas
Una de las primeras medidas que se deberían poner en práctica sería la liberalización económica. Pero para que ocurra primero se debe cambiar con urgencia la ley electoral. El sistema brasileño permite que existan muchos partidos pequeños que, con pocos votos, obtienen una buena representación parlamentaria. Esto obliga a demasiados pactos. Un lastre a la hora de acometer las reformas de peso que necesita el gigante latinoamericano. “Se trata de un país sumamente proteccionista. Sus tratados de libre comercio se reducen a tres países: Israel, Egipto y Palestina. Tiene que cambiar. Estamos ante una nación con mucho potencial que debería apostar por otro modelo industrial más pujante. Pero eso es inviable con el gobierno del Partido de los Trabajadores. Ni Lula da Silva ni Dilma Rousseff han sido capaces de virar el timón. La mejor prueba la tenemos en las dimisiones de los dos ministros de Economía que ha habido durante la última legislatura”, explica Carlos Malamud, analista del Real Instituto Elcano. Su declaración nos mete de lleno en el segundo mal: los políticos.
Uno de los grandes males de la economía brasileña es el elevado proteccio-nismo, que impide la firma de tratados de libre comercio
Demasiado endeudados. Los especialistas coinciden en que los culpables son unos dirigentes que no es que no puedan o sepan afrontar las reformas, sino que no quieren hacerlas. “El país siempre ha estado polarizado. Había una clase rica, los menos, y una pobre, que era mayoría. Durante los años de mandato del Partido de los Trabajadores [desde 2002 hasta la actualidad], se ha creado de la nada una clase media. La fórmula utilizada ha sido la de gastar mucho dinero y facilitar el crédito. Además, los salarios han subido durante la última década más que el PIB. Como consecuencia, la gente se ha endeudado demasiado. Mientras tanto, Brasil vendía el creciente poder de su nueva élite. Pero todo era ficticio", dice Xavier Casademunt, director de Esade en Brasil. El dinero se prestó a tipos variables y el país no ha tenido más remedio que subirlos para evitar la fuga de capitales. Entonces las familias han empezado a no poder pagar. De ahí la bajada en el consumo, que lleva a la economía al colapso.
Si a lo que nos explica este experto le añadimos que el paro se ha incrementado en dos millones en 2015 hasta alcanzar una tasa del 6,7% (el FMI pronostica un 8,6% para 2016) nos encontramos con un descenso en el consumo privado de más del 4% y una contracción de la industria del 6,2%. Estas cifras son lo peor que le puede ocurrir a una economía en la que el 50% del PIB está representado por el gasto de la población. “Brasil apostó por un crecimiento económico centrado en el consumo y se equivocó. Hay que trabajar para incrementar la producción. Pero lo peor fue que se ha vivido en una burbuja artificial”, sentencia Casademunt.
¿Exagerado? Pues va a ser que no. Aunque sorprenda, el despilfarro público sostiene a más de 50 millones de personas, que el Estado mantiene a base de subsidios. Se trata de una paga de unos 65 euros llamada Bolsa Familia y que supone para las arcas públicas un gasto de cerca de 10.000 millones de euros. “El Gobierno no va a cambiar de estrategia, ya que es la base de los votos. La mejor prueba la tenemos en las encuestas.
Con todo lo que está cayendo, si ahora se hicieran de nuevo elecciones, ganaría Lula da Silva. El brasileño es agradecido. Y no quieren que llegue nadie que le eleve la edad de jubilación, o que formule una nueva ley laboral que permita a los empresarios tener menos problemas a la hora de contratar y despedir. Tampoco es partidario de que haya una reforma tributaria. Y si no se toman en serio la situación y se acometen recortes, el país está encaminado al desastre”, afirma Casademunt. “El gobierno no ha hecho nada. Ha llevado a cabo una política expansiva, que ha dirigido al país a esta situación lamentable. Con unos movimientos más prudentes, nada de esto hubiera pasado”, añade Martínez Lázaro.
De momento, la inactividad política ha originado que Brasil se enfrente a su peor y más larga recesión desde hace 115 años y que la asfixia económica haya alcanzado a médicos y profesores que en el estado de Río han dejado de cobrar desde hace meses. Y no se trata de casos aislados, sino de más de medio millón de funcionarios que tienen retrasos en sus salarios. Pero ni la mayor de las evidencias es capaz de hacer virar el timón del Partido de los Trabajadores. Las mejores pruebas de que siguen pensando que el despilfarro es lo único que puede arreglar el país las tenemos en dos de las últimas decisiones que se han puesto en marcha para reactivar la economía. A mediados de 2015, el Gobierno ideó un Plan de Infraestructuras dotado con 67.000 millones de dólares y, a finales de enero, más madera. La presidenta Dilma Rousseff despachó otros 19.000 millones para estimular el crédito. ¿Resultado? Aumento de la deuda pública (el 66% del PIB) que el país paga a precio de oro por la pérdida de confianza de los mercados ante la falta de soluciones.
El Gobierno no se entera. Si a todo lo anteriormente descrito le sumamos los casos de corrupción (Petrobras entre otros) quizá se entienda el impeachment [figura del derecho que posibilita procesar a un alto cargo público] al que se enfrenta la mandataria brasileña y que, al cierre de esta edición, ya había sido aprobado por el Parlamento. Durante todo el tiempo que está durando el proceso, Dilma Rousseff se ha defendido, atacando. Entre otras cosas ha dicho que se trata de un golpe de Estado de la derecha que busca acabar con las ayudas a la sociedad, como las más de dos millones de viviendas sociales que se esperan construir en los próximos dos años y que se sumarán a las 2,2 millones que ya se han edificado desde 2011. “Nada hará cambiar al Partido del Gobierno. Ellos siguen pensando que la solución es más déficit cuando en realidad es necesario realizar un ajuste fiscal y reducir el gasto. Así, se fomentaría la aparición de otro modelo productivo y, de paso, potenciaría a la industria. Pero mientras no se resuelva el problema político no hay nada que se pueda hacer”, asegura Martínez Lázaro.
Con este panorama, Brasil se acerca a la celebración de los Juegos Olímpicos. Pero eso ha dejado de importar a una nación que ha visto como la mala gestión en la época de bonanza ha llevado a la desaparición de esa clase media artificial que había surgido. De nuevo, todo ha vuelto a la polarización de siempre. Unos pocos ricos y muchos pobres que contemplan cómo se ha derrumbado el castillo de naipes. Es posible volver a levantarlo, pero habría que recuperar lo que se decía en aquella canción que el músico brasileño Reinaldo de Sousa compuso en 1976 para la campaña electoral de ese mismo año a favor del partido de la oposición. Se titulaba menos samba e mais trabalhar. Pues eso, dejarse de carnavales y ponerse el mono de obrero es lo que necesita Brasil para salir del atolladero en el que sus políticos lo han metido.]]>