El próximo miércoles, 19 de junio, se conmemora el décimo aniversario del fallecimiento de Vicente Ferrer, el cooperante catalán que dedicó su existencia a mejorar las condiciones de vida de miles de personas en la India.
Coincide con el 50 aniversario de la creación de la Fundación Vicente Ferrer, un proyecto que en la actualidad lideran Anna Ferrer, su esposa y presidenta de la entidad, y su hijo Moncho Ferrer, director de Programas de la organización.
Nacido en 1920 en Barcelona, Vicente Ferrer viajó por primera vez a la India en 1952 como jesuita. Allí se estableció en Manmad, en el estado de Maharastra, donde trabajó junto a los campesinos ayudando a excavar pozos y creando escuelas y dispensarios médicos. Encabezó un movimiento en favor de los derechos de los agricultores bajo la consigna de la no violencia, pero su trabajo fue considerado revolucionario y disruptivo por parte de la clase dominante, que forzó su expulsión del país en 1968.
Tras pasar un breve periodo en España, la entonces primera ministra de la India, Indira Gandhi, revocó la orden de expulsión y le permitió volver. En 1969 se instaló en Anantapur (Andhra Pradesh) junto a Anna Ferrer, y juntos crearon Rural Development Trust (RDT), la matriz en la India de la Fundación Vicente Ferrer. Este consorcio buscaba promover el desarrollo de las comunidades empobrecidas de las zonas rurales apoyando especialmente a las castas dalits, popularmente llamadas “intocables”. Su trabajo a pie de campo junto con las comunidades rurales ha sido calificado de “revolución silenciosa”.
VUELTA A ESPAÑA
En 1996, Vicente Ferrer viajó a España en busca de apoyo y financiación, pues necesitaba sensibilizar para dar viabilidad económica a los proyectos necesarios para erradicar la pobreza extrema en el sur de la India. Antes de 1996, la fundación estaba presente en 300 aldeas y hoy trabaja en más de 3.600 gracias al apoyo de más de 130.000 colaboradores y colaboradoras en España.
Vicente Ferrer era un hombre idealista en la acción, características que le convirtieron en un visionario. Por su parte, Anna Ferrer es una mujer pragmática y con gran capacidad para la organización. La combinación de estas dos personalidades impulsó un modelo de desarrollo que hoy es un referente en la cooperación internacional.
Vicente Ferrer falleció el 19 de junio de 2009, dejando tras de sí un testimonio de bonhomía y dedicación al prójimo. Transformó la vida de miles de personas, mejoró las oportunidades de futuro de una nueva generación y, lo que es más importante, cimentó la esperanza en un territorio sumido en la pobreza y la resignación.
Su trayectoria al lado de los pobres le valió numerosos reconocimientos, entre ellos el Príncipe de Asturias de la Concordia (1998), la Creu de Sant Jordi (2000), la Medalla de Oro de la Ciudad de Barcelona (2000) y la Cruz del Mérito Civil (2009). También ha estado nominado en distintas ocasiones al Premio Nobel de la Paz. Los restos del cooperante descansan hoy en Anantapur, el lugar que siempre consideró su casa.