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Lifestyle, Viajes

El valle de las mil tormentas

Caminos y casucas en las tierras del Nansa

Por Pedro Madera

Nunca recuerdo bien si es antes o después del letrero que marca la separación entre Cantabria o Palencia. Da igual, porque la carretera estrecha marcada por un letrero con el número CA-281 no sabe mucho de límites o de fronteras. Los viejos mojones de piedra están casi sustituidos por feas placas metálicas, que no tienen ningún encanto pero ayudan a la conducción en los días de bruma, que cada vez son menos frecuentes.

El Mirador del Jabalí y el del Zorro están vacíos y solo en el Mirador de la Cruz de la Cabezuela hay una camper con matrícula holandesa que denota que se han equivocado de carretera, pero están encantados. Así son las cosas en el Valle del Nansa. Uno de esos lugares de gran belleza natural y cultural que merece la pena visitar, pero que no se debe recomendar a cualquiera.

Con sus paisajes impresionantes, su rica historia y su encanto rural, el Valle del Nansa ofrece a los visitantes una experiencia única. Esa sensación de ir hacia el mar por una carretera casi olvidada paga con creces nuestro consumo de tiempo en nuestro reloj y datos en nuestro móvil.

En un principio no estamos en el Nansa. Una pequeño arroyo, conocido como Verdujal, pone el agua, Salceda pone su iglesia, Virgen de la Sierra; Cotillos pone la Ermita de San Miguel y algún que otro paisano pone las vacas tudancas, que posiblemente sean el ganado vacuno más elegante de toda la cornisa cantábrica. Así es la vida aquí, las montañas huelen a mar y durante siglos no se comía pescado.

San Mamés, Callecedo o La Laguna marca parte de la carretera. Si no has comprado pan en Casa Enrique y no has probado sus guisos no mereces bajar por este valle. Sus paisajes son espectaculares, con verdes prados, bosques frondosos y montañas imponentes que crean un entorno natural de gran belleza.

Una de las características más destacadas del Valle del Nansa es su rica historia y patrimonio cultural. En este valle se encuentran numerosos pueblos con encanto, donde se conservan tradiciones ancestrales y se puede apreciar la arquitectura típica de la región. Tudanca con su casona y el puente sobre el rio tiene un cierto aire aristocrático. Todo lo contrario sucede en Santotis o Herrerias. Hay que llegar a Puentenansa o a Carmona para empezar a llanear y calmar el aire montañés.

Sin lugar a dudas la parada obligada es Puentenansa, que funciona como cruce de caminos. Las fiestas de San Miguel es momento de encuentro de toda la gente de los pueblos cercanos y no falta alguna que otra partida de bolos o una competición de arrastre con las mejores yuntas de la comarca y algunas que vienen de los valles cercanos. Esos días el pueblo es una fiesta. Todo lo contrario de los días de invierno, que parece caer en el olvido para muchos.

Desde la Posada de Fidel, que es la mejor oficina de turismo, seguro que encontramos ideas para seguir hacia el mar. Celis, Cades y Bielva están cerca pero parecen otro mundo. Hay que subir hasta San Pedro para sentir la fuerza de esta tierra. Luego vendrá la A-8 y la autovía, para romper toda la magia. El rio se carga de arena, las playas fluviales cercanas a Pesues se ensanchan y la ría se llena de mar salada marcadas por las mareas. El padre Cantábrico marca el recorrido y el rio Nansa comienza su descanso. Una maravilla que merece la pena conocer.

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