Dicen que Japón te atrapa y Tokio te engancha. Cuando preparamos un viaje a este destino, debemos dejar los prejuicios y las predisposiciones en nuestra casa, porque otros mundos ya han usado varias páginas de nuestro calendario. Por eso, es casi una obligación apuntarlo en nuestra lista de deseos.
Nada más llegar a Japón, nos damos cuenta de que lo real y lo virtual salen juntos a la calle. Dicen que Tokio es una ciudad efímera, una ciudad en perpetuo cambio, donde las normas arquitectónicas se cumplen por seguridad, pero se pueden transgredir porque casi todo está permitido. Ya lo decía U2 en su canción ‘Where the streets have no name’ (‘Donde las calles no tienen nombre’).
Todo en Tokio está condenado a la caducidad. Aquí, el que no se actualiza, no existe y el que no existe, no gana dinero. Aquí lo más moderno tiene su sitio, mientras lo decadente va cayendo en el olvido hasta nueva orden. Nadie permanece indiferente. El acelerado ritmo de esta ciudad afecta hasta a los que la visitan y sólo quieren verla como si fuera un curioso decorado teatral. Tokio engancha y con fuerza.
Lo convencional se queda en nuestra maleta. No todo el mundo habla inglés. Es más, es difícil entenderse con la gente. Los precios no son tan prohibitivos como hace unos años, pero sigue siendo caro, porque las crisis económicas tienen sus ventajas...
Más bien es una ciudad en la que la ansiedad consumista y las prisas arrancan a cualquiera de su sitio y lo lanzan al mercado. ¿La clave? El dinero que busca el máximo beneficio en el mercado financiero más activo del mundo. Sin embargo, la riqueza y la prosperidad de las últimas décadas no han logrado que Tokio pierda la esencia de ‘ciudad de ciudades’.
Después de la II Guerra Mundial, la ciudad quedó reducida a escombros y todo parecía apuntar a que su renacimiento se haría siguiendo un orden racional como el de Kioto o cualquier ciudad occidental. Pero fue todo lo contrario. Desde sus orígenes en el siglo XII, cuando todos la conocían como Edo, la ciudad era un conjunto de pequeñas aldeas, y así renació ocho siglos después.
No hay mayor equivocación que venir a Tokio pretendiendo conocer en ella la auténtica cultura japonesa. Más bien, todo lo contrario. Shinjuku, por ejemplo, es la mejor zona de Tokio para desmitificar la pulcra, segura, cívica y bella cultura nipona.
Hay que visitar Shinjuku para conocer el ritmo frenético de los japoneses. Aquí se levantan más de veinte rascacielos, el controvertido Ayuntamiento y la estación más famosa de la ciudad, Shinjuku Eki, donde coinciden dos líneas de metro y siete de ferrocarril.
Casi tres millones de personas pasan a diario por este lugar y lo convierten en el centro de más movimiento y mayor densidad de población de la ciudad. Es de obligado tránsito para modernos urbanitas que creen en los tejidos futuristas para ejecutivos cibernéticos.
En la zona este de Shinjuku se encuentra la famosa pantalla de vídeo gigante del Studio Alta y, bajo ella, la plaza subterránea más grande de Tokio, repleta de tiendas y restaurantes. Este lado del distrito de día es el lugar de las compras desenfrenadas, los almacenes de saldos y todo tipo de centro comercial. La esencia del Japón del siglo XXI.
"Shinjuku es la mejor zona de Tokio para desmitificar la pulcra, segura, cívica y bella cultura nipona "
Ginza, la CECA de Plata
Lo contrario sucede en Ginza. Al oeste del Palacio Imperial se encuentra esta zona que, desde su fundación, no ha dejado de atraer dinero. Su origen se debe al sogún Ieyasu Tokugawa, que decidió levantar en estos terrenos una ceca para acuñar algunas de las monedas de su reino.
Los lugareños comenzaron a llamar la zona Ginza, que significa Ceca de Plata, y pronto atrajo a varios comerciantes que se fueron apoderando del control de los negocios. Corría el siglo XV y aún hoy se pueden visitar los imperios de las familias que en su día montaron una sencilla tienda de abastos. Un poco de cultura no vine mal para una tarde de acción en el barrio más activo de Ginza...
El contrapunto recae sobre el Palacio Imperial. Cuando Ieyasu Tokugawa mandó construir Kokyo, como se llama al Palacio, en 1590, quiso que reflejara su poder y su fortaleza. Pero de aquella grandeza que tuvo este lugar apenas si queda rastro.
Muchos de los edificios fueron destruidos a finales del siglo XIX, por revoluciones, incendios o por otras iniciativas. Ahora sólo se conservan dos, que se abren dos veces al año, el 2 de enero, por el año nuevo, y el 23 de diciembre, por el cumpleaños del emperador Akihito. Pero se puede visitar el jardín este del Palacio Imperial.
El mausoleo de Ieyasu Tokugawa
Nikko puede ser un buen complemento a una visita a Tokyo. A sólo dos horas largas en tren desde Tokio se encuentra esta pequeña población que merece una visita. El motivo de este corto viaje es conocer el mausoleo de Ieyasu Tokugawa, el sogún convertido en dios.
Este ilustre personaje no era más que un héroe que, en una batalla en 1600 al sur del país, se hizo con el poder sobre todo el archipiélago. Murió en 1616, pero el sogunato pasó a sus herederos y se mantuvo durante 252 años más.
Los bosques de cedros de Nikko fueron el lugar elegido por Ieyasu para su descanso eterno. Un año después de su muerte, se le declaró dios y se le comenzó a conocer como Tosho-Daigongen, o ‘gran encarnación que ilumina Oriente’. Tosho–gu es el nombre del mausoleo, en el que trabajaron más de 15.000 obreros durante dos años. La decoración tiene un importante toque chino, con dragones, leones y elefantes en bajorrelieve, lacados rojos, representaciones del ave fénix, etc.
Una visita obligada puede ser el Parque Nacional de Fuji-Hakone-Izu. Incluso es uno de los lugares preferidos por los propios japoneses para pasar las vacaciones. El parque se encuentra a una hora en tren desde Tokio, al suroeste de la gran ciudad, y su mayor atractivo, por lo menos para los extranjeros es el imponente, simétrico y bellísimo monte Fuji.
Aunque el encanto de la zona también lo avalan el litoral agreste, las playas y las fuentes termales de la península de Izu, el paisaje volcánico de Hakone y los cinco lagos que se pueden navegar con el Fuji de telón de fondo.
"El templo Chion-in es uno de los más impresionantes del país, con la campana más grande de Japón "
Kioto, la historia de la capital imperial
En Kioto se encuentra la esencia de la cultura nipona. Es la ciudad histórica por excelencia, la capital imperial y un lugar ineludible en cualquier visita a Japón. Las artes, la artesanía, las costumbres y la literatura auténticamente japonesas nacieron en esta ciudad que no tiene pérdida a pesar de haber sufrido los estragos de la industrialización.
Las celebraciones estéticas que ahora los occidentales envidiamos, como la ceremonia del té y la actitud serena y contemplativa ante la vida, nacieron en esta ciudad que cuenta con el conjunto arquitectónico religiosos más grande del país. A lo largo de sus 1.200 años de historia ha conservado más de 1.600 templos budistas, 200 santuarios sintoístas y tres palacios imperiales.
Recorrerla en su totalidad es tarea complicada, aunque, con visitar algunos de sus edificios y jardines más representativos, uno se puede hacer una idea de su imponencia. El templo Chion-in es uno de los más impresionantes del país, con la campana más grande de Japón, que necesita 17 personas para hacerla sonar.
Ginkaku.ji, es otro de los templos más importantes de Kioto, junto con Chishaku.in, famoso por sus pinturas de colores intensos sobre fondo dorado. El barrio Gion se cuenta también entra los principales atractivos de Kioto, donde sigue habiendo geishas, aunque fuera del alcance de los extranjeros. Se les suele ver por las calles de Gion, entre casas de té y restaurantes, con sus bellos quimonos y caras blancas, seguidas por su maiko, una joven aprendiz de geisha.
Kioto además es la ciudad de los artesanos, y no hay quien se resista a volver a casa sin ningún regalo de sus numerosas tiendas. Son famosos en el mundo entero los abanicos plegables fabricados con suma delicadeza, como los muñecos decorativos hechos en madera revestida de pasta blanca de conchas, los lacados, los cuencos y diferentes objetos para la ceremonia del té, y la kyo-yuzen, la técnica de pintura en seda blanca en la que dibujan hermosos diseños.