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Opinión

Gonzalo Núñez

Procrastinar: metodología sagitario 

Gonzalo Núñez reflexiona sobre la gestión del tiempo, la habilidad de procrastinar y la capacidad de trabajar bajo presión

Yo no creo en el horóscopo, como tampoco creo en cualquier otra forma de determinismo. No pienso que el Betis tenga que perder siempre con el Sevilla, aunque secretamente lo desee, ni que España esté condenada a repetir su historia, pese a que haya días en que lo parezca. Sin embargo, sé positivamente que sí soy sagitario y que eso, por fuerza, tiene que ver con mi tendencia a procrastinar hasta el infinito.  

Dicen que los sagitario somos “sociables y extrovertidos, les gusta la aventura y ven el lado positivo de las cosas; tienen muy claro que van a luchar siempre por conseguir sus objetivos”. Mal que me pese, no me veo reflejado en nada de eso. En cambio, sí creo que nacer tarde te condiciona. En mi caso, me parece muy evidente que he vivido condicionado por el hecho fortuito de venir al mundo en diciembre. A todo he llegado tarde, al toque de bocina.  

Como tantos sagitarios, mi madre preguntó en la escuela si convenía retrasarme de curso, pero no hizo falta. Se puede decir que, pese a nacer tarde, he seguido el paso a mi generación y soy aceptablemente funcional. Pero en mi tendencia a la procrastinación, exacerbada desde que soy autónomo, sí veo la huella del horóscopo. Si uno nace tarde, tanto que casi no nace en su año, puede permitirse tomarse los plazos con calma. 

Procrastinar está mal visto. Mi madre -volvemos a ella-, si sabe que tengo algo importante entre manos, me persigue como el Papa Julio II a Miguel Ángel. “¿Cuándo lo terminarás?”, le preguntaba el Pontífice al pintor de la Capilla Sixtina. “Cuando lo termine”, respondía este apóstol de los procrastinadores. Realmente, podría decirse que Miguel Ángel era, más que procrastinador, perfeccionista hasta la exasperación. A veces, ambos extremos pueden tocarse.   

Yo, aunque sólo sea en defensa propia, quiero romper una lanza en favor del procrastinador de corazón. Es cierto que este tipo de persona alarga el sufrimiento a base de aplazarlo. En lugar de espaciar un trabajo a lo largo de un mes, prefiere vivir ansioso tres semanas y acometerlo la última. No es vida, pero es nuestra forma de vida. El procrastinador es, ante todo, un sprinter: sólo rinde entre codazos, con la meta a 200 metros y el riesgo estimulante de romperse la crisma.  

“El procrastinador es, ante todo, un sprinter: sólo rinde entre codazos, con la meta a 200 metros y el riesgo estimulante de romperse la crisma” 

En los últimos años han proliferado las estrategias de estudio o de organización del trabajo. Metodologías tan sofisticadas que casi ocupan tanto tiempo como la propia ejecución: cuando ya has delimitado el modo de actuación, la función acaba. Conozco a mucha gente metódica; los admiro y hasta los envidio, pero me ciño a mis caóticos principios. No está dicho que una estrategia en concreto sea más válida que otra; la cuestión es que se adapte a tus necesidades, tu carácter y tu contexto.  

Yo, ahora como autónomo, estoy desplegando todas mis capacidades de procrastinación, muy restringidas cuando trabajaba por cuenta ajena. Soy dueño de mi caos y en él me gestiono como el más pulcro administrador de fincas. Desde fuera, los metódicos me miran como a un mendigo revolviendo en un basurero: no se explican de qué manera de ahí puede salir algo bien hecho. 

Porque el procrastinador no es, o no por fuerza, descuidado. La única diferencia con un metódico es de tiempo y planteamiento, no de ejecución. Por supuesto, existen procrastinadores incapaces además de entregar bien un trabajo, e incluso es posible que abunden más en este equipo, pero no existe una correlación obligatoria. 

El procrastinador tiene que lidiar, además de con su propia ansiedad y mala conciencia por ir dejando las cosas para el final, con el recelo, cuando no el desprecio, de las “hormiguitas”. Pero basta entender que lo que les molesta no es que dejemos las cosas para el final, sino que en una semana resolvamos exactamente lo mismo que ellos en tres. Que se rasquen.           

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