La victoria de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos ha marcado un punto de inflexión en la política económica global. Como primera economía del mundo, cualquier cambio en sus políticas fiscales, regulatorias o comerciales tiene un impacto directo sobre el resto de los países. Y en este caso, si la administración estadounidense adopta un modelo más orientado a la reducción de impuestos, la flexibilización regulatoria y la atracción de talento y capital, la presión sobre otras economías para adaptarse será inevitable.
Es un principio básico de competencia: cuando un líder de mercado introduce mejoras sustanciales en su oferta, el resto de actores se ve obligado a reaccionar si no quiere quedar rezagado. En el ámbito empresarial, esto ocurre cuando una compañía reduce drásticamente los precios o eleva la calidad de su producto de manera significativa. Sus competidores pueden no estar de acuerdo con la estrategia, pero no tienen más remedio que adaptarse si quieren seguir siendo relevantes.
Lo mismo ocurre en el escenario global. Si un pequeño país adopta medidas promercado, como reducciones fiscales y mayor libertad empresarial, y su economía se dispara, el impacto es limitado en el orden mundial. Sin embargo, cuando la primera potencia económica adopta este enfoque, el resto de naciones no pueden ignorarlo. La razón es sencilla: los negocios, el capital y el talento humano siempre buscan las condiciones más favorables. Y si un país ofrece un entorno más competitivo, las empresas y profesionales clave gravitarán hacia él.
En el presente, la competencia por atraer inversión, innovación y talento es más feroz que nunca. Países como Irlanda, con su baja fiscalidad empresarial, han demostrado que una estrategia proempresarial puede generar resultados sorprendentes. Singapur y Dubái han consolidado su posición como hubs globales, ofreciendo marcos regulatorios eficientes y condiciones atractivas para los emprendedores.
Si Estados Unidos acelera su transformación en una economía más dinámica, eficiente en la gestión pública y abierta al capital global, otras potencias se verán forzadas a seguir su estela. De lo contrario, corren el riesgo de perder empresas estratégicas, inversión extranjera y, en última instancia, oportunidades de crecimiento.
“Menos trabas burocráticas, menores impuestos y más incentivos a la inversión crean un entorno óptimo para la innovación y el emprendimiento”
Los ciudadanos incrementarán la presión sobre sus gobiernos para ser más competitivos. Nadie quiere vivir en un país estancado mientras otras naciones prosperan. El discurso económico se centrará en cómo generar riqueza y oportunidades en un mundo en el que el capital y el talento se mueven sin barreras.
A nivel empresarial, este escenario es extremadamente favorable. Menos trabas burocráticas, menores impuestos y más incentivos a la inversión crean un entorno óptimo para la innovación y el emprendimiento. En términos de inversión, la tendencia también es clara: los capitales fluirán hacia mercados con mayor estabilidad regulatoria y menor presión fiscal, incentivando el crecimiento.
Los países que no entiendan esta dinámica quedarán rezagados. No porque se les imponga desde fuera, sino porque la lógica de la competencia lo exige. El mundo hace mucho tiempo que no se concibe bajo modelos cerrados en los que los gobiernos pueden aislarse de la realidad económica global.
Sin embargo, la libertad de los agentes económicos está limitada porque se han creado estructuras supranacionales que obligan a todos los países a regular de la misma manera en determinadas áreas como finanzas, sanidad, impuestos o medio ambiente. Esas estructuras crean marcos jurídicos de no competencia o de competencia limitada.
Si la mayor economía hace saltar por los aires esos acuerdos, a los demás países no les queda más remedio que adaptarse y competir. Si las empresas de Estados Unidos compiten en un marco de libertad de acción, las compañías de otros países con regulaciones más restrictivas no pueden tener éxito atadas de pies y manos.
Así como en los negocios solo sobreviven las empresas que saben adaptarse a los cambios, en el ámbito económico global los países que no compitan por ser más atractivos para la inversión, la innovación y el talento perderán relevancia. La pregunta no es si se producirá este cambio, sino qué países cambiarán sus políticas económicas para adaptarse y cuáles quedarán atrás.