Domingo, 30 de Marzo de 2025

Opinión

Francisco J. López Hernández
Científico

El conocimiento inútil es la fuente del valor

En 1939, Abraham Flexner, entonces director del Instituto de Estudios Avanzados (IEA) de Princeton, publicó un ensayo epistémico titulado ‘La Utilidad del Conocimiento Inútil’. El artículo analiza el hecho de que la mayoría de los grandes descubrimientos que en última instancia han resultado beneficiosos para la humanidad fueron realizados por hombres y mujeres que no se movían ​​por el deseo de ser útiles, sino simplemente por el de satisfacer su curiosidad. El conocimiento considerado ‘inútil’ puede no tener aplicación directa e inmediata, pero es la base de los grandes saltos científicos y tecnológicos posteriores y el auténtico motor del progreso. 

En el mismo sentido se manifestó Howard Florey, premio Nobel de Medicina en 1945 (junto con Alexander Fleming y Ernst Boris Chain) por el descubrimiento de la penicilina: “La gente a veces piensa que trabajamos en la penicilina porque estábamos interesados en paliar los sufrimientos de la humanidad. No creo que hayan pasado por nuestras cabezas tales pensamientos. Este fue un ejercicio científico interesante, y que la penicilina haya podido usarse en la medicina es muy gratificante, pero esa no fue la razón por la que empezamos a trabajar en ella”. 

Según el IEA, “el conocimiento no es un producto que pueda fabricarse bajo pedido”. Por ello, su misión consiste en proporcionar a intelectuales y científicos destacados el ambiente propicio para que puedan desplegar su curiosidad sin influjos, distracciones ni presiones. Por él han pasado mentes privilegiadas como Albert Einstein, Hermann Weyl, John von Neumann, Kurt Gödel, Robert Oppenheimer, Wolfrang Pauli, Frank Wilczek y, en conjunto, 38 premios Nobel, y ha sido la semilla y el modelo para la creación de otros centros similares en diferentes lugares del mundo. 

El texto de Flexner se puede encontrar en un libro que lleva el mismo título y que incluye otro brillante ensayo, a modo de introito, escrito por el profesor Robbert Dijkgraaf, un físico teórico neerlandés de gran prestigio internacional que también fue director del IEA de Princeton entre 2012 y 2022. Actualmente es el ministro de Educación, Cultura y Ciencia de Países Bajos, lo que muestra la lucidez de una sociedad que deposita las responsabilidades importantes en manos de personas verdaderamente preparadas para ejercerlas. 

“Países Bajos, con un tercio de la población de España, ha ganado 20 premios Nobel científicos, mientras nosotros, solo dos. Su eficiencia per cápita es 30 veces superior a la nuestra”

Así se explica por qué los Países Bajos, con un tercio de la población española, han ganado 20 premios Nobel científicos mientras nosotros hemos conseguido dos (y uno de ellos ‘a medias’ con EEUU). Su eficiencia per cápita es 30 veces superior a la nuestra. Y es que en este solar ibérico todavía no hemos asumido las claves del crecimiento económico ni su dependencia del conocimiento y la investigación, como demuestra el insuficiente tratamiento que estos reciben más allá de su utilidad decorativa. 

Una de las últimas tendencias de nuestra política científica, que probablemente resulta de una interpretación asténica de las corrientes de pensamiento de moda y del afán de sintonizar con ellas sin sabernos bien la letra, relega la financiación del conocimiento “inútil’ en favor preponderante de la llamada ‘ciencia aplicada’. Como dijo Oscar Wilde con la sensibilidad del esteticismo romántico victoriano, “podemos perdonar a un hombre por hacer algo útil siempre y cuando no lo admire. La única razón válida para hacer algo inútil es admirarlo intensamente”. 

Ya advirtió Pasteur de que no existen las ciencias aplicadas sino las aplicaciones de la ciencia. Sin duda, es imprescindible promover y poner en valor proyectos orientados al desarrollo de aplicaciones y a la solución de problemas predefinidos, muy especialmente en el ámbito de la colaboración público-privada efectiva. Pero a mayores y no a costa de la investigación básica sin ataduras, que es la que abre nuevas avenidas de progreso y proporciona la materia prima para las innovaciones subsiguientes. 

No existen cortocircuitos mágicos en el decurso del desarrollo porque no podemos anular las leyes de la naturaleza con ocurrencias administrativas. Con los criterios actuales, ¿habríamos financiado aquí las investigaciones de Fleming, Florey y Chain? Seamos conscientes de la trascendencia de la respuesta. 

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