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Opinión

Trenes rigurosamente averiados
Gonzalo Núñez

La estadística y los peleles 

“Hay algo intrínsecamente perverso en la democracia, algo que la convierte en un juego autorreferencial sin conexión real con los deseos ciudadanos” 

Sabemos que Borges no era el más demócrata del barrio. Que todos lo supieran y que a él no le importara le permitió decir algunas verdades que escuecen. Decía, por ejemplo, que la democracia era un “abuso de la estadística”. Entiendo que al viejo maestro no le molestaba tanto que el sistema respondiera a los deseos de representatividad del pueblo como que el propio sistema se apropiara del juego. Es decir, que nos gobernara la estadística por encima de todo. Y eso, hay que reconocerlo, ha sucedido. Sucede.  

Que hay algo intrínsecamente perverso en la democracia, algo que la convierte en un juego autorreferencial sin conexión real con los deseos ciudadanos, es algo que queda patente en cada periodo electoral. Estos últimos meses, con vistas a las municipales de ahora, de mayo, y a las consecutivas generales, se dispara la iniciativa política. Es el ruido que hace la política para colocarse en liza: un ruido a cementera, a piqueta, a cháchara…  

Leo en esta nuestra revista que “El ‘efecto electoral’ hace que el consumo de cemento aumente un 23,5%”. No es una impresión, toda España está en obras. La cementera es la gran arma electoral de la política municipal, así como la iniciativa legislativa apresurada y copiosa lo es de la macropolítica. Para quienes están en la oposición, la cosa se reduce a prometer y diseñar planes alternativos. Para ambos, lo importante no es tanto el efecto que se produzca sobre la realidad como sobre la opinión pública, el impacto mediático y, ante todo, ofrecer una impresión de diligencia. 

Los ciudadanos suelen tener una impresión equivocada de la política a todos los niveles. Opinan que la política consiste en hacer cosas, muchas cosas, cuando a menudo la virtud está en no hacerlas. Sin embargo, en este baile de San Vito electoral, un virus recurrente, los políticos extreman sus gestos, lanzan al aire los brazos, viajan y besan niños, levantan obras y llenan páginas Excel. 

Porque de lo que en realidad se trata, en un puro ‘trantrán’ autorreferencial, es de ocupar más espacio mediático. Puesto que los españoles piensan ingenuamente que quien mucho hace, hace bien, ellos hacen para que sepas cuánto hacen. A veces, ni siquiera hacen, pero lo divulgan como tal. Gestos.  

Junto a mi casa, dos grandes avenidas cortadas me obligan a hacer virguerías para cruzar de lado a lado. No me quejo de las obras, porque considero que son necesarias, pero sí sé cómo los políticos manejan el timing en estos casos y sé que el timing va a responder siempre a su propia agenda, no a la mía. A veces resulta incluso patético observar que a problemas enquistados se les aplica la varita mágica a escasos meses de las elecciones. Pedro Sánchez, después de una legislatura, se descuelga al filo de la misma con casi 50.000 viviendas públicas que, ahora sí que sí, créeme, solucionarán esta cuestión.  

Hay mucho de escenificación de la propia política en los periodos electorales. Más que nunca, la política se representa a sí misma, se disfraza de lo que de ella se espera, nos cuenta desde la tarima y a algunos engatusa. Sobre el podrido sistema de la antigua Unión Soviética, decía Alexander Solzhenitsyn unas divertidas palabras: “Sabemos que nos mienten, ellos saben que mienten, ellos saben que sabemos que nos mienten, sabemos que ellos saben que sabemos que nos mienten y, sin embargo, siguen mintiendo”.  

Mi temor, sin embargo, es que, a pesar de ser este un juego muy antiguo y muy visto, aún hay mucha gente que no es capaz de entender el mecanismo y que, por tanto, realmente son carne de estadística, materia oscura porcentual, peleles que la política, en el papel de sí misma, lanza al aire como en aquel cuadro costumbrista de Goya. Se pueden imaginar el destino de un pelele: cuando la fiesta acaba, queda en el suelo arrumbado, sin capacidad para levantarse por su propio pie, mientras los otros regresan tranquilos a casa. Hasta la próxima fiesta. 

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