Domingo, 30 de Marzo de 2025

Opinión

Rafael Villagrá
Ingeniero, antropólogo y especialista en cultura empresarial

La encrucijada del crecimiento infinito: ¿Es el momento de un cambio de paradigma?

En el ámbito de la medicina, el término cáncer se define, entre otras cosas, como un crecimiento o una división celular continua e ilimitada. Esta analogía puede ayudarnos a comprender la pregunta clave de nuestro tiempo: ¿es realmente sostenible un crecimiento económico permanente más allá de lo que podríamos denominar como un ‘crecimiento vegetativo estructural’? 

A diario, las empresas exigen a sus departamentos -financiero, administrativo, comercial, etc.- y a sus proveedores objetivos de crecimiento que, a menudo, implican incrementos de dos dígitos, año tras año. Desde una perspectiva práctica, parece claro que esta tendencia no puede mantenerse de forma indefinida. Sin embargo, vivimos en un paradigma donde no crecer -o, simplemente, crecer poco- se percibe casi como un sinónimo de fracaso, de estancamiento o, incluso, de desaparición del mercado. 

El filósofo estadounidense Thomas S. Kuhn (1922–1996), en su obra ‘La estructura de las revoluciones científicas’ (1962), planteaba que un cambio de paradigma se produce cuando las anomalías y las dudas en torno a un sistema de creencias o teorías se hacen tan evidentes que la comunidad científica debe abandonar sus antiguos supuestos y adoptar otros nuevos. Kuhn denominó ‘revolución científica’ a este proceso de transformación sustancial, en el que ni siquiera el lenguaje previo alcanza para explicar lo que ocurre en el nuevo marco de referencia. 

En el caso de la economía, el paradigma dominante durante décadas se ha centrado en la idea de un crecimiento ininterrumpido. Según este planteamiento, todo lo que no sea ‘crecer’ se asocia con ineficiencia, riesgo y pérdida de competitividad. Pero ¿qué sucede cuando la cruda realidad contradice los supuestos en los que se basa este objetivo? Crisis económicas globales -como la de 2008- y crisis sectoriales o regionales -por ejemplo, en la agricultura, en la logística o en la extracción de componentes- parecen poner en evidencia que el modelo actual quizá no sea sostenible a largo plazo. 

“No crecer, o crecer poco, se perciben casi como un sinónimo de fracaso, de estancamiento o, incluso, de desaparición del mercado”

La crisis financiera global de 2008 marcó un antes y un después. Tanto expertos como instituciones comenzaron a cuestionar si el paradigma del crecimiento continuo no solo resultaba inalcanzable, sino incluso contraproducente desde un punto de vista ético y medioambiental. El economista Herman E. Daly (1991), pionero en la economía ecológica, sostiene que ‘un crecimiento infinito en un planeta finito es imposible’, un argumento que ha cobrado más fuerza con las sucesivas crisis medioambientales y financieras. 

Por su parte, informes del ‘Club de Roma’ (Meadows et al., 1972) y más recientemente los del ‘Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático’ (IPCC) alertan sobre la insostenibilidad de un crecimiento sin límites y el impacto que este tiene sobre recursos naturales y sistemas sociales. De ahí surge la pregunta: ¿no será el momento de replantearnos el objetivo de crecer sin cesar? 

Si seguimos la lógica de Kuhn, cuando las anomalías se acumulan y el viejo paradigma ya no puede explicarlas, la sociedad -o la comunidad científica- se encamina inexorablemente hacia un cambio de cosmovisión. Ante la creciente evidencia de que el paradigma del crecimiento infinito choca con la realidad de los recursos limitados, las crisis energéticas y la degradación ambiental, se vislumbra la necesidad de una ‘revolución’ en nuestro modo de producir y consumir. 

Distintas corrientes económicas y sociales -desde la economía del bien común de Christian Felber (2010), hasta la llamada ‘economía rosquilla’ de Kate Raworth (2017)- empiezan a plantear la posibilidad de un desarrollo que busque la prosperidad dentro de límites planetarios claros. No se trata simplemente de dejar de crecer, sino de redefinir lo que entendemos por bienestar y por éxito económico. 

El escenario actual sugiere que la adopción de un nuevo paradigma podría ser inevitable. Igual que sucedió en otros momentos históricos, el cambio no se producirá de la noche a la mañana y requerirá de un fuerte consenso de la comunidad científica, empresarial, política y social. 

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