Por Ricardo Fernández, Managing Director Destinia
En la industria turística ha habido ciertos mantras que se han repetido durante los meses más duros de la pandemia. Uno de ellos ha sido que el turismo no volvería a ser igual. La experiencia nos debería haber enseñado que tendemos a sobreestimar el impacto en los hábitos de consumo en momentos como el actual, en los que perdemos todas las referencias, pero no podemos obviar que habrá cambios, evoluciones del modelo que ya se estaban gestando y que la pandemia ha acelerado. La primacía de la venta online o la gestión del dato han evolucionado en meses lo que pensábamos evolucionarían en años.
Una de estas evoluciones con el potencial y el sentido para perdurar es la diversificación de los destinos. Hasta la llegada de la pandemia, la realidad era que el 80% de los desplazamientos se realizan a los mismos 30 destinos en el mundo, lo que nos llevaba a saturación y a importantes fricciones sociales y medioambientales. Todos nos hemos visto obligados a volver la mirada hacia nuestras segundas y terceras plazas turísticas y a los destinos menos masificados. Y esa oportunidad que esos destinos culturales, gastronómicos o de naturaleza llevaban años pidiendo, de repente se ha vuelto real. Hemos descubierto que podemos viajar de otra forma, hemos ampliado nuestro horizonte de posibilidades no solamente por vacaciones, también como lugar de residencia temporal para los llamados nómadas digitales.
Es una oportunidad para todos: hosteleros, hoteleros, intermediarios y transportistas. Si pensamos en el creciente movimiento para reducir los vuelos en trayectos cortos, la diversificación de destinos obliga a interconectar diferentes medios de transporte y eso es una tremenda oportunidad para ampliar nuestra oferta y diferenciarnos con un producto más sofisticado, que redunde en una experiencia de cliente diferencial y que nos posicionen como un destino de destinos.