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Opinión

Redacción Capital

Málaga es ‘trendy’, pero no es Sevilla  

“Málaga ya es de todos y los emprendedores de hoy irán arrinconando a los jubilados de ayer que buscaban la vieja ciudad amable y doméstica”

Como sevillano que soy, se me supone una animadversión hacia Málaga que, la verdad, estoy muy lejos de sentir. En esto de la envidia, pierde siempre y por defecto el que la ejerce, que además le da material de primera al otro para regodearse. Ser envidiado es un placer inestimable. 

Durante décadas, el sevillano ha podido disfrutar como un cochino en un charco de la manía del resto de andaluces, en especial, de la franja oriental. Sevilla siempre ha sido más grande, más bonita, más institucional, más todo. La leche en bote. Con Málaga, el odio ha sido algo más bidireccional. Nosotros teníamos el nombre y ellos el comercio. Ellos la playa y la pela de los rusos y los árabes y nosotros la Giralda, el arte y el tronío. Y la Feria, la de verdad.  

Mientras nuestros vecinos de la Costa del Sol iban haciendo camino, los sevillanos podían consolarse con que Málaga era “más fea que una lavadora por detrás”. “Málaga es la calle Larios y punto”, se decía. Hoy la cosa es más complicada: no sólo es una ciudad pujante, una promesa confirmada, sino que es buena, bonita y, cada vez menos, barata. En el año en que Abengoa ha vuelto a dar otro susto (uno más) a Sevilla, Málaga se ha llevado a la ‘chita callando’ la conexión con Nueva York y los piropos. Y, para redondear, en Sevilla, en el Palacio de San Telmo, sede de la Junta, mandan unos señores de Málaga.   

De una ciudad, como de una persona, se sabe que ha alcanzado el éxito cuando sale en los papeles y cuando genera su propia corriente de envidiosos y críticos. Por todos lados leo que Málaga es la ciudad de moda, que está, dice El País Semanal, “en boca de todos”. Es destino preferente para los nómadas digitales, para las tecnológicas, para los rebotados de Cataluña, para los curritos que quieren darse un chapuzón al acabar la jornada.  

Los críticos de y con Málaga son, por el momento, pocos. Madrid sigue siendo la gran bestia negra, una capital que, puesta a gentrificar, gentrifica incluso todo el odio nacional. Y en Málaga, a diferencia de Barcelona, todavía no han decidido creérselo tanto como para ser antipáticos y dispararse al pie. Ser una Barcelona amable es, creo yo, el secreto de Málaga. 

En la capital de la Costa del Sol, más que los sevillanos, son los propios malagueños quienes miran con recelo que su ciudad sea destino ‘trendy’. Días atrás corría un gráfico con los precios del alquiler en la ciudad. Precios altos, demasiado para Málaga. Los locales empiezan a entender que no hay celebridad sin contrapartidas. 

En Sanlúcar de Barrameda, acostumbrada a ser el secreto a voces de la costa gaditana, un oasis de relajo y precios de otro tiempo, vivieron el año pasado un fenómeno similar pero concentrado. La Capitalidad Gastronómica y el V Centenario de la Vuelta al Mundo tuvieron entretenido al personal y llenos bares y apartamentos turísticos. Me consta que muchos sanluqueños estaban deseando que pasara el ciclón para volver a sentarse en la plaza del Cabildo sin la injerencia de los forasteros.  

Es posible que muchos malagueños de toda la vida se dediquen los próximos años a quejarse de lo mismo. A cambio de un patrimonio inmobiliario en revalorización, perderán el gobierno de unas cuantas calles y bares, de algunos puntos de su ciudad. De hecho, desde 2015, la población española está en receso frente a la extranjera en el centro de la ciudad.  

Málaga ya es de todos y los emprendedores de hoy irán arrinconando a los jubilados de ayer que buscaban la vieja ciudad amable y doméstica. Saber conciliar el crecimiento sostenido con el mantenimiento de esa esencia que ha hecho precisamente atractiva a Málaga es un gran reto. Para que no se les suba a la cabeza, no está de más que los sevillanos contribuyamos con nuestro malaje: que sí, que todo lo que quieran, pero aquí está la Giralda y el arte y la Feria, la de verdad. 

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