“Por muy ‘inteligente’ que sea, puede contener algunos sesgos que no estén alineados con el propósito o los valores de la compañía”
Estas últimas semanas he leído muchos artículos y algún libro sobre cómo va a afectar la tecnología a la gestión de las personas en las organizaciones. De entrada, no existe una única respuesta. Hay demasiados factores externos e internos de cada compañía como para tener una única opción. De estos aspectos, quizás el más importante es el uso que le vamos a dar a la tecnología, abanderada por la inteligencia artificial -la famosa IA- que nos sigue a todas partes.
Podemos plantearnos la IA como una herramienta para sustituir a determinados procesos, decisiones y hasta personas. En una época en que el talento es cada vez más escaso en determinadas posiciones, y con un coste elevado, la tentación de utilizar la tecnología como herramienta sustitutiva es muy tentadora, y, en algunos casos, necesaria.
Como nos gusta ponerle nombre a todo, ya se habla de la “gran sustitución” como el proceso en el que la IA asume el trabajo realizado por las personas. Esto, que parece muy nuevo, ya comenzó hace décadas con la incorporación de los robots a la industria, sobre todo, en la automovilística.
Otra vía puede ser utilizar la IA como una herramienta de optimización de determinados procesos y funciones, que pueden ser largos y con un valor añadido limitado. Así se ha comenzado a utilizar en determinados procesos de reclutamiento y selección.
También se está utilizando con éxito en temas de formación y de mejora de la experiencia de empleado (onboarding, gamificación, momentos de la verdad, etc). En este caso, es muy importante el algoritmo que se esté utilizando y qué criterios tiene en cuenta. Por muy ‘inteligente’ que sea, puede contener algunos sesgos que no estén alineados con el propósito o los valores de la compañía.
Antes de implantar cualquier solución, deberemos tener muy en cuenta la calidad de los datos de entrenamiento, los algoritmos utilizados, los supuestos subyacentes en el modelo y los datos de entrenamiento. Un ejemplo habitualmente comentado es qué patrones y criterios tendrá en cuenta a la hora de seleccionar un candidato a nivel de género.
Si analiza toda la carrera profesional de una persona y una mujer -aunque hemos avanzado, más del 70% de las reducciones de jornada y excedencias aún son realizadas por mujeres- ha visto interrumpida su carrera profesional durante un tiempo. En este caso, ¿será discriminada por el algoritmo? ¿Es lo que queremos como empresa?
Por otro lado, se habla continuamente de la gestión 4.0, del liderazgo humanista, de poner las personas en el centro, etc. Particularmente, soy un seguidor acérrimo de este concepto. Y entonces, ¿por qué no utilizamos la IA como una herramienta para mejorar el trabajo y las condiciones de nuestros colaboradores?
Todos estamos de acuerdo en que se deben poner límites. No todo vale, cualquier acción realizada en este campo debe tener una base ética y psicosocial. ¿Será así? Entonces, ¿a qué estamos esperando para comenzar a regular y a dictar una serie de normas? ¿Estamos esperando al Isaac Asimov de turno para que defina unas nuevas leyes de la robótica?
La tecnología y la IA han llegado, por suerte, para quedarse, pero está en nuestras manos decidir y marcar para qué la queremos utilizar. No podemos ponernos de espaldas y que sea la misma evolución la que nos vaya llevando. Para una persona liberal como yo en temas microeconómicos, se me hace raro pensar así, pero tengo claro que la evolución está tomando una velocidad que no podremos controlar. Si queremos que las personas estén en el centro, ahora y siempre, debemos comenzar a definir dónde y cómo queremos seguir.
Si buscamos ‘escribir poemas con IA’ en un buscador, salen varias páginas con diferentes opciones. Entre los 10 poemas más bonitos de la historia de la lengua española, resulta difícil escoger. Me quedo con este verso de Federico García Lorca de su soneto ‘El poeta pide a su amor que le escriba’:
“Amor de mis entrañas, viva muerte, en vano espero tu palabra escrita y pienso, con la flor que se marchita, que, si vivo sin mí, quiero perderte…”
Así, puedo acabar mi tribuna de opinión tranquilo…