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Tecnología

Criptogatitos, tuits y memes: cómo los NFTs bifurcan el modelo de negocio del arte convencional

Por Redacción Capital

Javier Arrés, el criptoartista español más latente del momento, cree que debería existir una blockchain europea. Así, el Ministerio de Cultura podría actuar en el contexto NFT y, por ejemplo, digitalizar las obras del Museo del Prado. El revolucionario mundo de los NFTs ha llegado para solucionar cuestiones tan importantes como los royalties del arte digital. ¿Deberíamos abrir la mente y explotar estas nuevas formas de negocio cultural?

¿Qué pasaría si Dalí hubiera pintado sus relojes sobre tablet y no sobre lienzo? ¿Cómo vendería su obra? Dalí 2.0 es el personaje creado por el youtuber Quantum Fracture (2,68 millones de suscriptores) para explicar en uno de sus vídeos qué son el criptoarte y los NFTs. “Muchos ni lo entienden ni lo entenderán... acabarán usando NFTs en el día a día sin saber que lo son, entradas a conciertos, vuelos de avión, contratos de alquiler... tiempo al tiempo. También hace falta que se mejore esta tecnología para que sea más eficiente y sencilla”. Quien reacciona con este tuit es WillyRex (16,8 millones), del mismo gremio. Se consuma o no esta clase de contenido, lo cierto es que los youtubers conocen mejor que nadie la monetización en la ciberesfera. Y la polémica con Andorra es la prueba. ¿Por qué ahora su mirada -y la de grandes inversores- está en el terreno NFT (Non-Fungible Tokens)?

Desde que las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (NTICs) son el pan de cada día, el mundo online y el offline se funden a su antojo. El criptoarte es un buen ejemplo de esta traducción de lo material a lo digital. Como explica Javier Arrés, “no estamos hablando de una técnica, ni tampoco una tendencia en la temática, ni nada de eso”. Es simple, son “artistas digitales que venden su obra mediante el método novedoso de NFT”.

El primer tuit de la historia cuesta casi 3 millones $. El gif del Nyan Cat, 600 mil $. Las mejores jugadas de la NBA, unos 100 mil $ por vídeo. La gran joya de la corona, hasta el momento, es el gran collage de Beeple, que bate el récord hasta con 69 millones $. Y son solo algunos ejemplos. El formato NFT no precisa un qué concreto, tan solo un objeto digital comercializable.

En el mercado de los NFTs, la materia prima es virtual. Canciones, tuits, imágenes, gifs, emojis, vídeos… arte -o no arte- digital. Los productos que se venden son tangibles o intangibles y funcionan mediante la tecnología blockchain, la misma que sostiene y da seguridad a las criptomonedas. El código con el que se registra cada pieza sería equiparable al ISBN de un libro, o al ISSN de una revista. Así, cada transacción es registrada y cada archivo tiene información distintiva, lo que posibilita tanto verificar la autenticidad como rastrear la circulación de una obra. Quien posee el NFT, en definitiva, es el único dueño del mismo. 

Pero pronto surgen las dudas: ¿por qué poseer algo que todo el mundo puede descargarse? Un token no fungible no se puede copiar, al menos, en su versión original. En esta línea, tiene sentido relacionar NFT y coleccionismo. El valor que conferimos a las cosas depende, en realidad, de su concepción social. Si al objeto digital se le añade ese “extra de exclusividad”, ¿cómo no van a querer comprar criptogatitos quienes vean su potencial? La escena del coleccionista que tiene el cuadro X en su casa es extrapolable al que tiene el NFT X en su dominio. 

Una legislación a medias

Según Arrés, debería crearse una blockchain europea: “Si tienes que crear el archivo digital del Museo del Prado, será mejor que esté bajo una blockchain bien hecha, europea o española”. En su opinión, debería digitalizarse todo o hacerse todo en NFT, “aunque sea por que arda el Prado un día, yo qué sé”.

“Para el artista autónomo español, todo va en su contra”, Javier Arrés denuncia que el sistema de renta actual no le pone ninguna facilidad. La falta de desarrollo generalizada todavía es un obstáculo. “Tú quieres ser legal y no te dejan, o te lo ponen muy difícil”. Si le dieran a elegir, preferiría 1000 euros en bitcoin a meterlos en el banco, pero parece que las leyes aún no abogan por este mundo. “Yo no digo que lo escondas, tienes que informar porque es como una cuenta en el extranjero”. En su opinión, aunque llamen al país vecino “paraíso fiscal de las criptomonedas”, España debería seguir el modelo portugués. Mientras allí avanzan regulando, aquí no solo existe un limbo, sino que además puede ser sancionable, según explica.

Aunque cree que los problemas del arte y del criptoarte son los mismos, los NFTs solucionan el tema de los royalties. En este sistema, el artista cobra el 10% de cada transacción que se realice en el futuro. Otro de sus puntos clave es la eliminación de la figura intermediaria. Y, al ocurrir dentro de la Red, la escala es mundial, de modo que las posibilidades se multiplican. “El dinero tiene que moverse rápido y sin muchas barreras”. Aunque el proceso debería ser tanto ágil como legal, España no lo ha regulado: “Vamos muy lentos en ese aspecto”.

Tras ganar la Biennale de Arte de Londres en la categoría obras de tinta en 2019, vendió con paypal la obra por 10.000 euros y pico. Entonces pensó que “metía el pie” en este universo, ahora entiende que la aparición de los NFTs le ha hecho “hacerlo muy rápido, ha sido como un boom total”. 

Arte convencional y criptoarte

¿Se comerá el criptoarte al arte convencional? Arrés lo tiene claro: “Esto no va de destruir el mundo del arte tradicional o físico. Para nada”. En su opinión, el horizonte futuro es la “cohabitación” de ambos mundos, lo bonito es ver cómo el arte reacciona a lo que el mercado demanda. No cree que haya ninguna diferencia entre el arte digital y el material. Muchos museos ya fusionan ambos mundos en sus exposiciones.

Incluso existen estrategias híbridas de venta: si un poema se vende en NFT, podría acompañarse del mismo poema escrito a mano y convertirse en una venta conjunta, que asegura suelen ser “muy bien recibidas”. Es un añadido, no es que lo físico pierda su valor, es que se valora la versión digital. Además, no es una cuestión unidireccional, ya que una obra digital también puede derivar en un objeto físico. ¿Cuántas camisetas de memes habrá? El criptoartista lo explica fácil: “Dos cosas son mejores que una”. 

Arrés recuerda cómo los coleccionistas querían comprar sus obras digitales y no había posibilidad alguna: “Yo no he hecho algo específico para este mundo, sino que lo que yo hacía encajaba perfectamente con un mundo que no existía”. Otra nueva realidad -virtual- son los metaversos, pequeños espacios albergados en la web donde cada elemento es obra de la arquitectura digital. Arrés explica que es algo similar al mundo Habbo pero con economía propia, donde tú puedes pasear por diferentes lugares, interactuar con la cibercomunidad, participar en actividades… Él, presente en Crypto Voxels, cree que el status digital juega un papel imprescindible en todo esto. Además, critica la falta de estrellas -más allá del deporte- que hay en España: “Es espectacular cómo no sabemos hacerlo”.

El circuito artístico tradicional no quiere perder su negocio, “lo ve con interés, lo que pasa es que no saben cómo meterle mano”, explica Arrés. Aunque ya advirtió a su galería hace mucho tiempo de las posibilidades de negocio del NFT, la incertidumbre gana la partida: “No confían en dónde está su mercado, qué dinero se llevan, cómo van a rentabilizar eso…”. La posición intermediaria que antaño ocuparon únicamente las galerías, hoy se bifurca hacia plataformas como MarketPlace o Super Rare. La disyuntiva aparece en el porcentaje que se lleva cada formato. La galería convencional solía quedarse un 45-35%; su homología digital, tan solo un 15%, según explica el criptoartista. No es de extrañar por qué las nuevas generaciones -se presupone, más arraigadas a las NTICs- empiezan a plantearse esta alternativa mercantil a la hora de vender su contenido. 

Crítica, incertidumbre y NFTs

Pero “esto es como todo”. A medida que el NFT se va popularizando, la crítica en su contra sube como la marea. Quienes señalan el excesivo uso de energía que este tipo de tecnología genera lo tienen fácil para demonizar al criptomundo: el criterio medio ambiental avalaría su postura. Depende de cómo evolucione en los próximos años, veremos si tiene o no cabida en proyectos como la Agenda 2050 o si se trata de un mix de confabulaciones. 


¿Y si alguien vende una obra que no es suya? Los usuarios poco tardarían en darse cuenta y denunciar la situación públicamente, algo que costaría caro al status digital que comenta Arrés. Además, se puede saber todo de la obra digitalizada: “en qué links aparece, cuánto se ha vendido, cuándo se hizo, por cuánto, dónde…”. Cada transacción actúa bajo la máxima trazabilidad, mediante un código se ve cada paso. “Si alguien te copia, es más fácil detectarlo por blockchain”, sentencia.

¿Cómo sabemos que el vendedor del NFT es la misma persona que ha hecho la obra? ¿Cualquiera podría vender algo ajeno en estos lares? En realidad, es uno de los riesgos. El fallo, realmente, podría ser no informar de que se venden varios NFTs de la misma pieza. Depende del tipo de contrato. 

Pese a haber movilizado sumas millonarias y haber atraído la atención de las grandes carteras, el mundo cripto todavía no goza de la aceptación que quisiera, una cuestión de desconocimiento o desconfianza, según el caso. Javier Arrés lo explica: “Mucha gente dice “¿y si Internet desaparece?”... si revientan Internet y la blockchain, el menor problema que tenemos es el arte. Estaríamos viviendo a lo The Walking Dead”. Tendría que destruirse la mitad de nuestro mundo -el online- para que un NFT perdiera su valor y desapareciera.

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