Por Pablo López Gil.
Vivimos un momento histórico trascendental. No solo por la pandemia que nos viene azotando durante los últimos meses y la crisis económica que de ella se deriva, sino por los cambios en el escenario global, en gran parte provocados o acelerados por esta situación. Las tensiones comerciales entre EEUU y China, el Brexit o la ralentización o incluso paralización de las cadenas de suministro provocadas por la pandemia seguramente no conllevarán una desglobalización, pero sin duda sí un nuevo entorno y unas dinámicas diferentes en el comercio internacional.
Recientemente, con motivo de la IV Cumbre de Internacionalización, presentamos el estudio ‘Expansión internacional de la empresa española: un nuevo escenario global’, desarrollado junto con KPMG. La expansión internacional de la empresa española fue un factor clave de recuperación y crecimiento tras la crisis financiera de 2008 y la evolución en el peso del sector exterior seguramente suponga uno de los cambios más relevantes experimentados por la economía española en décadas.
La pregunta es saber si la internacionalización volverá a ser también ahora esa palanca de recuperación clave para nuestra economía. Y la respuesta está en la competitividad. De hecho, las casi 500 empresas que participaron en dicho estudio subrayaron “las presiones competitivas en su sector de actividad” como el principal reto al que se enfrentan en este nuevo contexto, por encima de “nuevos hábitos y preferencias de consumo”, la “transformación digital”, el “proteccionismo” o la “sostenibilidad”.
En realidad, el Plan de recuperación para Europa y su foco en las transiciones ecológica y digital no solo ambiciona economías más sostenibles y resilientes, sino, en la práctica, economías más competitivas. De hecho, la versión española de esa estrategia europea (el “Plan de recuperación, transformación y resiliencia”) menciona hasta en 14 ocasiones la mejora de la competitividad como objetivo o consecuencia de los distintos ejes de dicho plan.
Por tanto, parece claro que cuando hablamos de competitividad, en este momento histórico, estamos hablando de sostenibilidad y de digitalización. La pandemia ha supuesto en este sentido un acelerador de esa doble transformación. No solo porque ha acelerado, en algunos casos de forma vertiginosa, procesos que ya veníamos experimentando, sino porque ha provocado una respuesta pública, el instrumento “Next Generation UE” sin precedentes. Una respuesta pública que, sin duda, tendrá que ejecutarse a través de mecanismos reforzados de colaboración públicoprivada, lo que supone también una transformación en sí misma.
En el caso de España, esa transformación de nuestra economía y de nuestro modelo productivo no puede perder de vista el factor productividad (mencionado hasta 19 veces en el plan español). No solo nos encontrábamos en el furgón de cola de Europa antes de la pandemia, sino que un reciente análisis del BCE alerta de que España es el país más afectado por la caída de la productividad durante la pandemia.
La automatización de procesos y las ganancias de eficiencia generadas por las transiciones ecológica y digital, a las que nos hemos referido, sin duda tendrán un efecto positivo sobre nuestra productividad. No obstante, quizá no estemos prestando atención a la tercera transición de la que nos habla la Fundación Cotec, de lo tangible a lo intangible, transcendental tanto en términos de productividad como, por tanto, de competitividad. La economía intangible es la que caracteriza la economía del conocimiento propia del siglo XXI, y España se encuentra por debajo de otros países de nuestro entorno en inversión en activos intangibles.
En el nuevo escenario global al que nos referíamos, las empresas españolas solo podrán competir si son capaces de desarrollar ventajas competitivas distintas del precio, y eso pasa necesariamente por la inversión y por la apuesta en activos y recursos intangibles como innovación, marca, diseño o reputación. Este momento histórico exige a nuestra economía y nuestras empresas ser más sostenibles y más digitales, pero también más intangibles, como tres caras de la misma moneda, que no es otra que la competitividad internacional de nuestro modelo productivo.