Por Borja Carrascosa, director de Capital
La energía libra su particular batalla. Las subidas del precio del petróleo siempre han tenido un impacto negativo en el crecimiento -y, evidentemente, en la inflación- e históricamente han venido motivadas por acontecimientos geopolíticos externos. En el caso actual, el barril de petróleo Brent (de referencia en Europa) ha llegado a rozar esta semana los 130 dólares en el momento más duro de la guerra en Ucrania, mientras el Ejército ruso especulaba con desatar una guerra nuclear desde las propias centrales del país.
El conflicto ucraniano ha sido la espoleta, pero el aumento del crudo lleva siendo una realidad desde hace dos años. En abril de 2020, cuando la pandemia tumbó el consumo y las previsiones de crecimiento a lo largo de todo el planeta, el barril de Brent se llegó a situar por debajo de los 25 dólares, cinco veces menos que los máximos alcanzados esta semana (130 dólares). El aumento de la demanda, fruto de la progresiva eliminación de las restricciones por la Covid-19 y la política fiscal acomodaticia de los bancos centrales, ha ido incrementando progresivamente el precio del petróleo.
En las últimas semanas, las dudas respecto al impacto de la guerra de Ucrania han revolucionado directamente las previsiones del nivel de oferta, consolidando y disparando la escalada de precios. Los únicos beneficiados por esta situación son las petroleras, que rápidamente elevan los carburantes cuando el barril se encarece, y el Estado, ya que aproximadamente la mitad del precio corresponde a impuestos.
“Desde el inicio de la pandemia, cuando el petróleo tocó suelo en 25 dólares, el precio del barril se ha quintuplicado”
El proceso inverso, el de bajar los precios de la gasolina o el gasóleo cuando el crudo se abarata, es radicalmente más lento en el caso de las petroleras. Y el Estado, que dice mirar siempre por el ciudadano, no ha planteado todavía una rebaja sustancial de impuestos de la energía que alivie el bolsillo del sector privado en una de las espirales inflacionistas más duras de la historia.
El alto precio de la energía lastra el consumo
Estos altos precios del petróleo impactan en la economía porque disparan los costes de las empresas, que se acaban trasladando a los clientes de una forma o de otra. Esta situación encarece productos y servicios aparentemente no relacionados y lastra el consumo. Y como el consumo representa cerca del 70 % del PIB, sus efectos son prácticamente inmediatos. No obstante, de momento, las cifras de crecimiento de países como España no se han visto radicalmente afectadas. La llave la tienen los bancos centrales.
“La escasa eficiencia de las renovables y su dependencia del presupuesto público devuelve el ‘brillo’ a la energía nuclear”
La Reserva Federal (Fed) ultima un endurecimiento de la política monetaria que, para reducir la inflación y los precios del petróleo, ralentizará directamente en el crecimiento económico. El Banco Central Europeo (BCE) seguirá sus pasos poco después, y el mercado descuenta que la subida de tipos o una reducción de la compra de activos como la deuda pública -el denominado como “rescate silencioso”- hará bajar las cifras de PIB de forma progresiva.
Y hay, además, una pregunta clave en todo este proceso de encarecimiento de la energía: ¿Qué pasa con las renovables? El “reverdecimiento” energético europeo y la tan cacareada transición ecológica no han impedido que los precios se disparen. La guerra energética se sigue librando en gasoductos y refinerías y ha devuelto, además, el “brillo” perdido a la capacidad de las centrales nucleares. Las energías “verdes” son, de momento, muy ineficientes y dependen de la subvención pública.
En esencia, son caras y no pueden funcionar sin “tirar” del presupuesto de la Administración. Y han perdido una oportunidad, en esta batalla por la dependencia del kilovatio, del gas y de los carburantes, de hacer valer su papel de hipotéticas salvadoras del suministro. Las nucleares recuperan brío y algunos países, en contra de la “marea verde” que parece casi obligatoria, apuestan por reforzar estas instalaciones y frenar su desmantelamiento. El “efecto relevo”, por tanto, tendrá que esperar.