¡Que cierren las fronteras!, que ya no caben más turistas a bordo de la nave España. Uno más y nos hundimos del sobrepeso. ¿Es una broma, no?, pensarán muchos de ustedes. Sobre todo ahora que por fin las cifras empiezan a dar un respiro –tras dos años de caída, el Gobierno prevé cerrar el ejercicio con 53 millones de turistas– a una economía más necesitada que nunca de buenas noticias. Es una broma, claro. El Gobierno no ha presentado ninguna medida legislativa para establecer un cupo de entrada de turistas. Pero no es una broma de mal gusto, pues no somos insensibles al desastre provocado por la reciente huelga de controladores. Se trata, más bien, de una broma útil para el debate. Déjenme que me explique. Este año se prevé que lleguen 53 millones de turistas, cifra inferior a la alcanzada en 2004 y muy lejos del récord de los 59 millones recibidos en 2007. Y conforme los nubarrones de las economías de nuestros países vecinos se despejen, la maquinaria del turismo volverá a rodar a velocidad de crucero. Entonces vendrán, es de suponer, 54 millones; luego uno más, y otro, y así hasta llegar a sesenta. Pero la cuestión de fondo es otra: ¿cuánto más somos capaces de soportar? ¿Cuántos millones de turistas caben sin que España vea mermada su calidad como destino de vacaciones? Llenar el barco por llenar puede ser pan para hoy y hambre para mañana. Y muchas veces el barco se ha llenado a costa de tirar los precios por la borda, dejando a las empresas con el agua al cuello (balance_turístico_Exceltur). Y más con la que está cayendo. El objetivo ahora es salvar los muebles y poco más. La competencia, mientras, ha ido haciendo los deberes y cada vez es más aventajada: la oferta alojativa de Egipto, Turquía o Marruecos es para quitar el hipo y, a diferencia de las nuestras, sus costas no han sido comidas por el ladrillo.
¿Qué hacer? “Esta guerra no se gana colgando más carteles de Visit Spain en el metro de Londres. El turismo necesita una apuesta como país homologable a lo que el coche eléctrico ha supuesto de vector de cambio para la automoción”. Así de contundente se mostraba recientemente un directivo del sector en una conversación con los micrófonos apagados. La solución es fácil sobre el papel pero algo más compleja de poner en práctica: reinventarse para no morir. Darle la vuelta como a un calcetín a puntos turísticos ya maduros y abordarlos desde una visión integral, no sólo renovando un hotel aquí y un chiringuito allá.
Es cierto que ya se han puesto en marcha planes pilotos de reconversión de puntos negros como la Playa de Palma, localidades de la Costa del Sol, San Bartolomé de Tirajana y el Puerto de la Cruz, pero se ha avanzado poco y el mar de fondo estructural sigue siendo el mismo en los últimos años. Algunos hoteleros, como Carmen Riu (lea la entrevista en Capital) plantean sin rubor cerrar las pensiones y los hoteles de baja categoría. Depurar la planta hotelera, sanear los destinos sobreexplotados, ofrecer intangibles y experiencias, pensar que un destino es una suma de elementos –el hotel, el restaurante, la oferta de ocio, las playas y el entorno- y no hacer del precio el único valor diferencial pueden ayudar a que la maquinaria del turismo siga bien engrasada muchos años más.
Se podría criticar, y con razón, que cuando las cosas iban bien, los clientes llegaban a espuertas y las empresas hacía su agosto, pocas se acordaban de la política turística del Ejecutivo de turno o de invertir en mejorar sus instalaciones. Pero si seguimos de brazos cruzados, confiando en que con la recuperación económica el turismo vuelva a ser como antes, la nave España naufragará de éxito… numérico.]]>