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Opinión

Alejandra Nuño

Oiga, doctor, devuélvame mi estabilidad laboral

No hay mayor seguridad social que la de un buen empleo de calidad. Por eso, la cultura del esfuerzo debe revitalizar el progreso compartido” 

Corren nuevos tiempos desde que el gran Joaquín Sabina entonará la famosa canción de “Oiga, Doctor, devuélvame mi depresión, ahora que a la carta ceno cada día”. Mucho ‘ha llovido’ desde entonces, 37 años, para ser exactos. Sin embargo, me cuesta mucho hoy imaginar un trato tan permisivo en torno a la salud mental, principalmente, porque las cifras que gestan la estabilidad del mundo son francamente desgarradoras. 

El 48% de la población, más de 970 millones de casos anuales, sufre problemas de salud mental (OCDE, 2023). En España, un 59% de nuestros adolescentes valoró el suicidio en 2023 (Fundación Seres, 2023). Es tan grave la situación, que es de las pocas realidades empíricas que generan consenso político. 

Esto ya demuestra que hemos ido a peor no sólo en materia de salud mental, sino también en la capacidad de gestar pactos de Estado, a pesar de que son justamente estos los que sustentan la estabilidad fortaleciendo el sistema sanitario nacional. No sé qué fue antes, el huevo o la gallina.  

Y es aquí donde quisiera comenzar a poner el foco operativo. Criticamos con mucha alegría la incapacidad de llegar a avances compartidos por parte de nuestros gestores públicos, pero no estoy segura de si los directivos empresariales están tomando conciencia sobre el papel clave que hoy juega la empresa como agente estabilizador en materia de salud y cohesión social. De lo contrario, ¿cómo se puede explicar que los problemas de salud mental supogan un coste anual del 4% del PIB? 

Obviamente, analizar la complejidad que razona la causística de las enfermedades de salud mental es muy compleja, porque pende de múltiples ángulos arraigados sistémicamente. Sin embargo, los informes sobre la praxis empresarial son claros y contundentes, sigue siendo habitual la existencia de largas jornadas laborales, la falta de flexibilidad horaria, la persistencia de la cultura tóxica del ‘sí, señor’ y un claro desequilibrio entre las altas expectativas y la asignación honesta de los recursos a la hora de abordar los trabajos. Una radiografía cruda que persiste en debilitar la calidad del trabajo, lo que repercute en precariedad y en falta de ilusión por vivir el futuro. 

Cómo socióloga, es manifiesto que los datos son registros o representaciones simbólicas de observaciones que reflejan parte de la realidad, pero no toda. La calidad de los datos depende de cómo se recopilan, procesan, pero, sobre todo, analizan y convierten en información útil que se compromete con la cultura del cuidado como modelo de gestión. 

La realidad es que no podemos seguir trabajando ‘a ciegas’ en la era de la tecnología y de la IA. La baja productividad derivada de los problemas de salud mental es evidente, nada nuevo que no dijese Pfeffer & Sutton ya por el 2006: “La gestión basada en la evidencia empírica como base en la toma de decisiones”.  

Evidencia que eleva la suficiencia categórica de los datos cuando estos los enmarcamos dentro de un contexto socio-económico y, si hay un año que comienza con gran marcaje externo, parece ser 2024. Las tensiones geopolíticas que inciden en las presiones sociales, más la fatiga que soportan las personas por la infoxicación o la sobreexposición a la información digital, junto con el coste de la marca personal, agita aún más la ya debilitada productividad española, a la cola del ranking europeo según la OCDE.  

Sin embargo, ninguna realidad caleidoscópica es unilateral, porque no hay moneda sin reverso. La misma complejidad contextual en la que vivimos, que tanto tensa la cuerda sobre la salud laboral, es precisamente la que al mismo tiempo se alza como la gran proveedora de un nuevo contrato social. 

No hay mayor seguridad social que la de un buen empleo de calidad. Por eso, la cultura del esfuerzo debe de revitalizar el progreso compartido y, en la empresa, el reconocimiento justo en su valor como creadora de riqueza, empleo y estabilidad para la tan dañada cohesión social.   

Nuestro futuro pasa por recuperar la confianza que alimenta la ilusión por la vida, y eso pasa irrevocablemente, por tener un empleo de calidad. Como indica la socióloga Salecl, “en nuestras manos esta no convertir la economía del conocimiento en la economía de la ignorancia”. 

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