La revolución científica desencadenó el periodo de mayor y más rápido desarrollo de la humanidad, entendido éste como el creciente control sobre el entorno, y creó un simbionte indisoluble entre la investigación y el (peligroso) crecimiento económico para sustentar ese concepto discutible que denominamos ‘progreso’.
Los países que ahora son más prósperos y avanzados entendieron en su momento esta relación y actuaron en consecuencia. En ellos, la curiosidad por lo desconocido y la motivación por el emprendimiento innovador han pasado a formar parte de su cultura y constituyen la razón última de su hegemonía actual.
Sin embargo, otros no fueron capaces de verla, la despreciaron o, por razones diversas, no la asumieron (o no pudieron hacerlo). En cualquier caso, ahora se ven atrapados en la economía de supervivencia subsidiaria en régimen de competencia global, y a merced de la inseguridad y la incertidumbre derivadas de la debilidad de su modelo. España ha estado siempre más cerca de estas últimas que de las primeras y, por ello, arrastra bastante retraso científico, tecnológico y económico. Cambiar de bando ahora nos enfrenta a un reto doble que requiere una acción firme y expedita.
Por un lado, es preciso transformar el modelo productivo en otro basado fundamentalmente en un sistema de investigación e innovación diseñado y gestionado con nuevos criterios estratégicos profesionales que sustituyan al desmazalado trampantojo de ocurrencias anamórficas, descoordinadas e ineficientes con las que intentamos (pueril e inútilmente) despistar a los mercados internacionales en los que necesitamos financiarnos.
En ellos, el interés es inversamente proporcional al crédito, y éste, directamente proporcional a la confianza en nuestras posibilidades de multiplicar el dinero prestado para devolverlo con creces. Es decir, a nuestra capacidad tecnológica innovadora.
Por otro lado, resulta crucial recuperar el creciente decalaje acumulado derivado de la naturaleza expansiva del desarrollo, y entender y asumir que el tiempo no es nuestro aliado sino nuestro enemigo. Cada año que pasa, la brecha que nos separa de los líderes se hace más grande y el esfuerzo necesario para acercarnos a ellos, mayor. Avanzar no es mejorar en términos ‘autocomparativos’, sino globales. En estos asuntos, ‘poco a poco’ es el lema del desconocimiento y la incapacidad que se justifican con invocaciones a un pragmatismo falsamente realista que perpetúa el estancamiento y la descreencia colectiva.
“La sociedad desconfía del tránsito hacia un modelo de innovación científica del que se beneficiaría, en el mejor de los casos, la siguiente generación”
Pero tenemos un problema muy serio. La sociedad no está por la labor más que de una forma teórica, abstracta y superficial porque, en el fondo, no cree en el nuevo modelo. No ha sido educada en él ni tiene historia propia de éxito, y no está dispuesta a hacer el esfuerzo que conlleva el tránsito del que desconfía y del que, en el mejor de los casos, empezaría a beneficiarse la siguiente generación (aunque ésta sea la de sus hijos).
Tampoco tiene muy claro cómo hacerlo porque, en conjunto, carece de una estructura de funcionamiento eficaz bien engranada, de una masa crítica con experiencia y conocimiento para desarrollar una estrategia profesional. Y tampoco cuenta con una gestión adecuada de los recursos humanos que asigne las responsabilidades claves a las escasas personas disponibles con las competencias adecuadas.
Es necesario actuar de forma contundente. Si nadie hace nada, el sistema seguirá degenerándose por inercia al son marcado por la ley de la entropía. En mi opinión, solo hay una persona en el país con capacidad ejecutiva real para darle un enérgico volantazo al sistema.
Para ello, debe crear una estructura fuerte con verdaderos expertos y estrategas de aquende o allende nuestras fronteras, desplegar un intenso programa educativo y de concienciación social que recabe un apoyo colectivo creciente, y comprometer incondicional y permanentemente un porcentaje sustancial de nuestro PIB en un nivel muy superior al actual.
Invertir a medias en un sistema que no genera el retorno adecuado a las expectativas es la mejor receta para desmoralizar a la sociedad y afianzar (con razón) su renuencia. No se puede competir en la Fórmula 1 con presupuesto para un coche de serie.