Por José Francisco Rodríguez, presidente de Capital
Desglobalización, la nueva realidad
Las interrupciones que se están produciendo en las cadenas de suministro durante estos dos últimos años están provocando un replanteamiento estratégico de las empresas de cara a asegurar un mayor control, no solo de la producción, sino de la disponibilidad en los diferentes mercados. Esto pone de manifiesto la gran dependencia que tienen, especialmente las economías occidentales, del proceso de deslocalización que durante años ha permitido el despegue económico.
Y no solo de Europa, ya que, de manera directa, también ha contribuido al impulso económico de una serie de economías emergentes y de países como China, lo que ha redefinido el contexto geoeconómico mundial. La reciente pandemia y la invasión rusa de Ucrania no hacen más que certificar que algo está cambiando y hay una mayor necesidad de desarrollar un nuevo marco económico para las empresas.
Los potenciales riesgos ya no se ciñen exclusivamente a la situación que estamos viviendo en la actualidad, cada día vemos como nuevas alertas ponen de manifiesto que resulta imprescindible reformular el concepto de globalización. Las condiciones de escasez que vivimos nos obligan a la eliminación de obstáculos en el comercio y a desarrollar un marco monetario y fiscal estable y de aplicación internacional.
La inflación, cuya evolución nadie es capaz de vaticinar, se hace cada día más evidente y sus costes económicos y políticos hacen imprescindible buscar formas de aliviar las presiones inflacionistas aprovechando también las oportunidades de esta situación basadas en el potencial de las tecnologías, accesos a nuevas geografías y mercados y por supuesto, un concepto que me parece central, como son los valores sociales, que se han puesto más en evidencia en esta injusta guerra.
La desglobalización puede beneficiar el desarrollo de mercados nacionales y europeos y por supuesto, retomar las alianzas comerciales a nivel mundial, pero desde una perspectiva que limite esos riesgos que nos han llevado a una situación muy compleja donde la inflación es solo el exponente más dramático, pero con probables connotaciones en una reducción en las tasas de crecimiento y del PIB.
Sin duda, las empresas y las multinacionales se están enfrentando a costes más altos en un escenario de desglobalización, el foco en los mercados nacionales podría suponer no solo una estrategia de defensa económica, sino de oportunidad. Pero también lo tiene que ser recuperar el acceso a mercados cercanos como es Latinoamérica, África, Turquía, los Balcanes, oriente medio y países emergentes asiáticos. La unión europea tiene que redefinir nuevas responsabilidades y objetivos, tendentes a reforzar y recuperar estos mercados.
Frente a los acontecimientos que vivimos, la redefinición de los ciclos comerciales, logísticos y de producción abren un interesante escenario inversor, en el que la diversificación puede suponer no solo una oportunidad de crecimientos, sino de establecer un nuevo equilibrio geoeconómico. El concepto acuñado por Trump de “back to manufacturing”, el BREXIT, y la falta de consenso en la Unión Europea, G7 o G20 no hacen más que constatar que no vivimos en un receso, sino en un nuevo paradigma. Debemos poner más énfasis en negociar con los nuevos actores económicos, tal y como ya decía Moshe Dayan “si quieres la paz, no hables con tus amigos, sino con tus enemigos”, frase completamente aplicable el contexto económico mundial.
Sigo pensando de los grandes beneficios que supone el libre comercio para impulsar el desarrollo global, pero tenemos que ser conscientes que, si se produce un enfriamiento económico de la economía occidental, provocará un freno global, incluso, en los enunciados desde el punto de vista de sostenibilidad.
Hasta ahora, la idea de globalización volvía a retomarse tras superarse las crisis, pero en mi humilde opinión, esta guerra real, va a provocar una rectificación, la desglobalización tiene que evitar paralización de nuestra sociedad y de las cadenas de suministro.
Europa es un mercado de 446 millones de consumidores, que supone el 16% de las exportaciones mundiales, y un 14% de las importaciones (cifras anteriores a la pandemia), lo que implica que debemos tener mayor voz mundial y en el caso de España, un fabricante nacional, no debe verse obligado a llevare sus fabricación lejos para poder competir , esa es la base del problema estructural.
La polarización no va a ser la solución, pero tampoco lo es, transigir con actitudes irracionales de dominación geográfica, por eso esta tan importante, restablecer un nuevo equilibrio económico que permita dotarnos de capacidad de negociación e influencia, y, por cierto, sectores como la defensa, la educación y la tecnología, deberían cobrar peso en los objetivos futuros de Europa. Ya lo decía George Washington, “Estar preparados para la guerra es uno de los medios más eficaces para conservar la paz”.