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Opinión

Juan Ramón Rallo

Milei contra Sánchez

“Cuando Pedro Sánchez habla de ‘transformar sociedades’, está hablando de moldearlas a su capricho y que el empresario se pliegue al mandato y a la dirección del político” 

El discurso político-económico con mayor repercusión social en todo el Foro Económico Internacional de Davos fue, sin lugar a dudas, el del nuevo presidente de Argentina, Javier Milei. No es que repercusión social sea necesariamente indicio de calidad o de certeza, pero sí aproxima el grado de impacto logrado. 

Y, en este caso, que el discurso de Milei haya sido visionado mucho más que el de Sánchez constituye una magnífica noticia, dado que los principios que transmitieron el uno el otro no pueden ser más antagónicos: a saber, no puede estar más equivocado Sánchez y más acertado Milei. 

En primer lugar, Milei advirtió a los participantes en Davos que Occidente estaba arrastrándose peligrosamente por la senda de un expansivo intervencionismo estatal que atentaba contra aquellos valores fundacionales que lo habían vuelto próspero: regulaciones crecientes, impuestos crecientes, burocracia creciente, dirigismo creciente y, en suma, libertad menguante. 

Frente a ese frenesí estatalizador, Milei reivindicó los principios del liberalismo-libertario, a saber, vida, libertad y propiedad. O en las palabras de uno de los maestros de Milei, el profesor Alberto Benegas Lynch (h): “El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión y en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad”. 

Y es verdad que hasta que Occidente no abrazó grosso modo estas ideas -la revolución de valores burgueses frente a los valores de la nobleza y del gremialismo-, no se sentaron las bases culturales para que la Revolución Industrial pudiese arrancar (en contra de lo que suele pensarse, la Revolución Industrial no comenzó porque hubiese algún avance tecnológico específico que lanzara todo un ciclo de crecimiento, sino porque se dignificó el comercio, la innovación, la inversión, la frugalidad, etc.). 

Y, hasta que no arrancó la Revolución Industrial, la renta per cápita global se mantuvo en un estado de cuasi absoluto estancamiento (es decir, que los estándares de vida del ser humano promedio en el siglo XVI no eran demasiado distintos de los del ser humano promedio en el siglo I). Lo que nos permitió prosperar como nunca antes en la historia fue el capitalismo y, sobre todo, las bases morales que permitieron la adopción del capitalismo (por cierto, la tesis de que fue el capitalismo lo que multiplicó como nunca antes el crecimiento económico no debería ser especialmente controvertida, porque fue defendida con especial contundencia por el mismo Karl Marx). 

Precisamente, son esas bases morales del capitalismo las que, en segundo lugar, trató de socavar Pedro Sánchez en su discurso: a saber, la necesidad de que el empresario se pliegue al mandato y a la dirección del político. De hecho, hubo una frase que fue totalmente reveladora de las tendencias ungidas y autocráticas de nuestro presidente del Gobierno: “Vivimos en un período que necesitamos líderes que transformen sociedades y no que administren sociedades”. 

Cuando Sánchez habla de “transformar sociedades” está hablando de moldearlas a su capricho. Su perspectiva no es la de un jardinero -que meramente pretende proteger y cuidar un jardín para que florezcan las plantas-, sino la de un carpintero -que quiere tallar un trozo de madera tal como tiene en mente-. Porque sí, Milei también quiere “transformar” a Argentina, pero no para dictarles a los ciudadanos cómo deben vivir sus vidas, sino para que éstos decidan cómo hacerlo. Sánchez no: aspira a que los españoles vivan su vida de un modo determinado y no de otro. 

Por eso, en suma, hay que celebrar que, al menos en el plano de la diseminación de ideas dentro de la sociedad, el discurso de Milei haya alcanzado mucho más predicamento que el de Sánchez. Por desgracia, no me atrevería a hacer lo mismo respecto a las oligarquías políticas que nos gobiernan.  

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