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Opinión

Juan Ramón Rallo

Optimismo macroeconómico, imprudencia presupuestaria

Por Juan Ramón Rallo, doctor en Economía. Profesor en la Universidad Francisco Marroquín, en el centro de estudios OMMA, en IE University y en IE Business School

Toda previsión de futuro, especialmente en medio de un contexto tan fluctuante como el actual, debe hacerse con prudencia. Máxime, cuando del relativo optimismo “burbujístico” de esas previsiones puede depender la solvencia de un país. En tal caso, más nos valdría confeccionar los Presupuestos Generales del Estado sobre bases más conservadoras.

De ese modo, si crecemos más de lo conservadoramente esperado, nuestras finanzas públicas mejorarán por encima de lo ya previsto, y si crecemos lo conservadoramente esperado, nuestras finanzas públicas no se descuadrarán respecto a lo previsto. En cambio, si basamos los presupuestos en previsiones optimistas, nuestra posición financiera quedará tocada si crecemos menos de lo esperado.

Pues bien, el Gobierno ha decidido elaborar los Presupuestos Generales del Estado más engordados de gasto de toda nuestra historia partiendo de un cuadro macroeconómico optimista, y, por tanto, imprudente.

Primero, el Ejecutivo confía en que en 2022 el PIB real crecerá a una tasa del 7%. Ya en aislado, constituye un objetivo probablemente inflado, habida cuenta de que en este 2021 ni siquiera nos expandiremos al ritmo del 6,5% que pronosticaba el Gobierno. Tras el jarro de agua fría que constituyó la evolución del PIB del segundo trimestre de este año, la mayoría de organismos nacionales e internacionales están rebajando la previsión del crecimiento a una franja entre el 5% y el 6%.

¿De verdad creceremos en 2022 sustancialmente más de lo que lo hemos hecho en 2021? No es desde luego imposible, pero tampoco debería ser ése el escenario central, dado que en 2021 hemos rebotado con respecto a los bajos fondos del pandémico 2020.

Segundo, esa expectativa de crecimiento se apoya, a su vez, en la esperanza de que el precio medio del barril de crudo en 2022 se ubique en 60,4 dólares. Durante buena parte del mes de octubre de este año, el barril de petróleo Brent ha superado los 80 dólares, y, por tanto, deberíamos considerar la posibilidad de que el próximo año siga por esas cifras o incluso superiores.

Goldman Sachs no ha descartado, por ejemplo, que el barril supere los 100 dólares durante los próximos meses. ¿Ha tenido en consideración el Gobierno esa contingencia? ¿Cómo la ha reflejado en su cuadro macroeconómico?

Tercero, si los costes de la energía (incluyendo el del petróleo) y otros inputs siguen encareciéndose por la confluencia de cuellos de botella y un alto nivel de gasto agregado, la inflación no se moderará, sino que acaso se mantenga en niveles próximos a los actuales. Pero el Gobierno confía en que la inflación (aproximada por el deflactor del PIB) apenas se ubique en el 1,6%, esto es, en una zona harto moderada y, desde luego, muy inferior a la actual.

¿Por qué la expectativa de inflación es relevante? No sólo porque un encarecimiento de los inputs puede comprimir los márgenes de beneficio de nuestras empresas y, por tanto, ralentizar el crecimiento, sino porque, si los precios comienzan a descontrolarse, el Banco Central Europeo (BCE) subirá los tipos de interés.

Así, y en cuarto lugar, el Ejecutivo anticipa que el Euribor a tres meses se mantendrá en el -0,5% y que el bono a diez años apenas se encarecerá al 0,9%. Es decir, que el BCE no retirará de manera apreciable sus estímulos monetarios. Y, desde luego, ésa es una posibilidad que encajaría con el calendario que ha comunicado el propio organismo.

Pero, de nuevo, todo ello dependerá de que la inflación regrese a tasas de variación cercanas al 2%. En caso contrario, si se mantuviera tan elevada como en la actualidad, es casi seguro que los bancos centrales de todo el planeta, incluyendo el BCE, adoptarán una política monetaria más agresivamente contractiva. Si eso sucede, los tipos de interés aumentarán y desbaratarán el cuadro macroeconómico del Ejecutivo.

En definitiva, las cuentas públicas de España descansan sobre la esperanza de que la inflación dejará de ser un problema durante 2022 y de que, en consecuencia, se mantendrán todos los estímulos fiscales y monetarios actualmente en activo (suplementados por las ayudas europeas), potenciando así extraordinariamente nuestro crecimiento real hasta el 7% del PIB.

El futuro no está escrito y no es algo imposible que suceda: pero hacer depender la evolución de nuestro alto déficit y de nuestra preocupante deuda pública de que se materialice un cuadro macroeconómico optimista no parece ser el camino más prudente de cuantos pudiéramos seguir.

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