24 de enero de 2018. El líder de Ciudadanos, Albert Rivera, explica su visión de España en un auditorio abarrotado. Los 610 asistentes son un récord para este tipo de desayunos al que asisten habitualmente personajes como el presidente Mariano Rajoy o el líder del PSOE, Pedro Sánchez.
Entre los puntos que toca, hay algunos especialmente interesantes: habla de recobrar la clase media trabajadora, que ha dejado a tres millones de españoles fuera de la recuperación económica; de bajar el IRPF, dar más ayudas a la natalidad y a las guarderías, luchar en serio contra la precariedad laboral para subir los ingresos que pagan las pensiones, mejorar la educación para evitar que nuestro país sea el que tiene mayor abandono escolar, dar cheques de formación al que quiere reinventarse…
Un cúmulo de medidas que quizá convenzan a más de uno, pero no a todos. Pasado un mes de aquella intervención, el economista Daniel Lacalle nos relata su hartazgo ante este tipo de actuaciones. “Estoy cansado de estos desayunos en los que los políticos se arrogan la idea de por dónde han de ir las cosas, como si tuvieran más y mejor información que tú o que yo”, sostiene, indignado. “Ahora Ciudadanos dice que quieren ser liberales. Pero si sus responsables de economía, Luis Garicano y Francisco de la Torre, son la intervención por la intervención. ¡Si querían regular Facebook!”, señala.
“Mientras tanto, un informe reciente ha concluido que España ha bajado diez puntos en la facilidad de hacer negocios. Habría que crear un departamento de servicio a las empresas: que sea más sencilla la inversión, la contratación y los negocios. Me llaman inversores constantemente para pedirme que hable con determinada persona para acelerar sus gestiones. Si tuviera que marcar algún punto sobre el Business Plan que necesita España diría a los políticos que dejaran de hacer: que dejaran de frenar las cosas”.
Lacalle lamenta que haya muchos “inútiles proactivos”, que convierten a España en una “campeona de la burocracia”, como se constata en las 185.000 páginas de regulación con la que se torpedea anualmente la vida de las empresas. Cree que la sangría debería parar, entre otras cosas porque “ya hay instituciones y supervisión europea”. Estima que el gran problema está en que los españoles seguimos viendo a los políticos como los Reyes Magos que han de solucionarlo todo.
La sociedad civil en España sigue sin tener la fuerza que ha impulsado más a los países más desarrollados. La mentalidad heredada de la república comunista, la dictadura y una democracia con muchas rémoras son una losa para el despliegue de nuestra iniciativa. Si pudiera y tuviera que empezar por algo, Lacalle eliminaría todas las subvenciones y deducciones: “Dejar de subvencionar al ineficiente con dinero del eficiente. Aquí se penaliza al que genera riqueza y prosperidad”, dice. También bajar la presión fiscal a todos: “Riquísimos y menos ricos”, añade.
Juan Ramón Rallo sigue una línea parecida, aunque prefiere adaptarla a los tiempos. Piensa que la mentalidad del país no va a cambiar de un año para otro. En este sentido, el director del Instituto Juan de Mariana no tiene ninguna duda de que el punto prioritario de nuestro Business Plan pasa por el mercado laboral. “Seguimos teniendo una enorme capacidad de crear y de destruir empleo. Sobrerreaccionamos al alza y a la baja usando sesgadamente el empleo temporal”, sostiene.
Como consecuencia, hay un 40% de la población activa que salta del empleo temporal al desempleo. “Es una situación lamentable en la que una persona no puede planificar mínimamente su vida”, concluye. También impide que una persona aprenda su oficio o se especialice. Por eso Rallo estima que la solución de Ciudadanos de unificar la indemnización por despido no va mal encaminada: “Yo preferiría dejarla libre, pero no es mala opción. La pregunta es si se unifica al alza o a la baja. Si se unifica al alza, reducirá la dualidad, pero dificultará la contratación. Se volvería al problema que había a final de los 80, y que trajo los contratos temporales porque el mercado era muy poco dinámico. Solucionar la temporalidad para agravar el desempleo no parece lo más apropiado. La otra opción es unificar a la baja, o dejarla libre, de modo que a lo mejor se cobre menos para tener más indemnización final”.
Aquí también entraría la mochila austriaca, el sistema en el que la empresa no paga el despido porque el trabajador lo va acumulando en su cuenta personal. Su puesta en marcha eliminaría incentivos perversos entre los empresarios para despedir a los que acaban de llegar y resultan más baratos. Hablando de la reforma laboral, Lacalle estima que lo realizado hasta el momento “ha servido para frenar la sangría y hacer más fácil la creación de empleo. Ahora hay que actuar en los costes laborales y en los desincentivos a la contratación para seguir desatascando el mercado laboral”.
En su opinión España tiene una gran ventaja: no tiene que inventar nada. Puede copiar el contrato único tipo de Reino Unido, o lo que venga bien. Razón de más para frenar la hiperactividad legislativa. ¿Y qué hay de los salarios? Rallo cree que tenderán a subir, como ya lo han hecho en Estados Unidos; pero hay que tener cuidado.
La caída de la Bolsa en el país norteamericano en febrero se ha debido en parte a un aumento de los sueldos mayor de lo esperado: los inversores han manifestado de este modo su temor ante un posible incremento de la inflación y a que esta circunstancia jalee una subida de tipos de interés.
En España, el mayor aumento de los salarios coincidió con el momento de mayor destrucción de empleo: en 2009. “No deberíamos volver a cometer ese error. La prioridad ahora no es subir los sueldos. Es continuar creando empleo”, afirma Rallo.
Además, este economista cree que no va a haber empresarios dispuestos a subir salarios mientras haya empleados que trabajan por menos dinero. “Los salarios subirán cuando estemos más cerca del pleno empleo. Si se hiciera ahora, se desincentivaría la creación de empleo: el dinero disponible se destinaría a los salarios”, explica Rallo.
Cuando la demanda escasee, las empresas necesitarán ofrecer más dinero para contratar a mejores empleados. A todo ello hay que añadir que los beneficios empresariales siguen siendo un 50% más bajos que en el pico de la burbuja. En línea con este asunto, una cuestión recurrente es la necesidad de un mayor tamaño en nuestras empresas.
Lacalle tiene la misma respuesta para explicar nuestro escaso éxito en este sentido: “Una razón más para que los políticos no pongan escollos. No es casualidad que las pymes de los países líderes sean tres-cuatro veces más grandes que las españolas, ni que las grandes empresas españolas sean tan pequeñas. Hay que dejarlas crecer”. En cuanto a medidas que habría que realizar ya para que tuvieran un impacto a medio-largo plazo, Rallo destaca dos.
La primera sería la del sistema de pensiones. “Está claro que es un problema enorme que nos va a estallar”, sostiene. “Ya se ha encauzado con algunas reformas, pero ha sido a costa de empobrecer a los pensionistas futuros”, aclara. La tasa de sustitución (porcentaje de la pensión que se va a recibir sobre el último sueldo activo) va a bajar mucho, y eso va a impedir que las personas puedan tener una pensión medianamente aceptable para mantener su nivel de vida una vez se jubile. “Hay que transmitir este mensaje y facilitar el ahorro de los ciudadanos para que puedan complementar privadamente su pensión. Eso se consigue bajando los impuestos que penalizan el ahorro e impiden capitalizarlo a largo plazo.
También habría que ajustar partidas de gasto como las subvenciones empresariales o, al menos, no seguir alimentando el gasto público con el empleo público ”. La otra reforma fundamental es la educativa. “Hay que orientar a los alumnos hacia destrezas y habilidades que vayan más allá de la repetición automática de tareas, que ya se ve que van a cubrir las máquinas”, sostiene Rallo.
En este sentido, nadie sabe cuál es el sistema educativo óptimo: ni siquiera lo desvela la OCDE con sus informes PISA. Se desconocen los contenidos que habría que enseñar, pero no los marcos en los que pueden descubrirse los sistemas educativos que mejor funcionan. “Han de ser marcos mucho más flexibles y más autónomos que los actuales: a escala de cada escuela. Permite a los centros educativos experimentar distintos modelos y visibilizar cuáles tienen más éxito a la hora de generar estudiantes insertables en este mercado laboral, que va a ser cada vez más cambiante y menos estable en cuanto a puestos de trabajo que el que tradicionalmente conocíamos”, dice.
Ciudadanos planteaba algo parecido. Hablaban de dar más autonomía a las escuelas públicas. Pero Rallo cree que hay que ir mucho más allá. “En España, por ejemplo, es misión imposible crear una universidad si no estás en connivencia con el poder político y con los actores que participan del sistema universitario, que son totalmente reacios a que se creen otras universidades privadas o a que se autoorganicen”, señala. El sistema de acreditación de la Aneca, que Ciudadanos calificó hace unos años como estalinista, planifica y homogeneiza centralizadamente las universidades.
Comisiones Obreras defendía recientemente que había que impedir que una universidad privada ofreciera el mismo título que una universidad pública. “Este tipo de propuestas, que tienden a mediocrizar y a delegar en un ente parte de la actividad educativa, deberían desaparecer. Competencia, diversidad y que los estudiantes escojan lo que les parece mejor”. La reforma política es la que menos clara y más demagógica parece a Rallo entre las que están proponiendo partidos como Ciudadanos.
“Puede venirle bien a ellos, pero no es relevante para que funcionen el país o la economía. Todos los sistemas electorales son arbitrarios”, sostiene. Si pudiera, este economista daría una buena vuelta para reforzar nuestro Estado de Derecho, maltrecho por el poder burocrático, arbitrario y corruptible, de modo que las reglas del juego fueran iguales para todos. Pero “no queda claro cómo hacerlo sin desarmar mucho competencialmente al Estado, que es algo que los partidos políticos no quieren hacer”.
La regeneración política puede ser importante, pero aún hay más retos pendientes. El energético, estancado por el poder de los grupos de presión, es uno de los más antiguos. Hay una parte que puede solventarse rebajando impuestos, pero va muy ligada a esquemas de retribución de fuentes de energía hasta ahora subvencionadas, como son las renovables que se instalaron hasta el año 2009-2010. “Solo puede solucionarse a corto-medio plazo imponiendo más quitas a la retribución de las renovables. Si no, se solucionará en quince-veinte años, cuando se extingan las primas. Eso producirá un cierto alivio”, dice Rallo. Esa es la parte más importante del recibo de la luz: los peajes de acceso (la mitad son retribución de régimen especial). La otra mitad es regulación de los costes de lo que podríamos llamar monopolio natural: las redes de transporte y distribución. “Es más difícil de arreglar. Está hiperpolitizada y no es sencillo introducir ahí competencia. Puede incluirse más en generación y comercialización, que es el 30-40% del recibo; sobre todo, generación”, explica Rallo.
El coste de la generación puede rebajarse acudiendo a fuentes más baratas. La nuclear es la más económica, pero comporta algunos riesgos: no probables, pero sí catastróficos. La hidroeléctrica es más factible, pero la creación de centrales está bloqueada por la Administración Pública. “El Gobierno de Zapatero hizo un estudio bastante exhaustivo en 2007-2008 y se concluyó que prácticamente podíamos doblar nuestra capacidad de explotación hidroeléctrica, pero esto está parado. Habría que liberalizar más este ámbito para que no estuviera bloqueado”, sostiene Rallo.
Este experto cree que, sobre todo, hay que clarificar el marco regulatorio de las renovables, especialmente en lo que se refiere al autoconsumo. No se sabe qué va a costar la instalación a los consumidores, pues se combinan subvenciones, impuestos gravosos como el llamado impuesto al sol… Como se ve, quedan muchos retos por delante, pero Lacalle apunta elementos de optimismo: “En nuestro país hay muchas oportunidades”; “Está todo el mundo deseando invertir”. Tan solo hay que dejar de poner palos en las ruedas. Por eso piensa que un partido como Ciudadanos triunfaría si en su programa pusiera “Nada” y en sus propuestas, “Cero”. Es la hora de que los ciudadanos impulsen el país con su capacidad de iniciativa y los políticos les dejen hacerlo.
Artículo publicado en el número de marzo de 2018 de la revista Capital.