“La gente ha renunciado a pésimos trabajos que carecen de autonomía, variedad u oportunidades de crecimiento”
Mucho se ha hablado y escrito sobre la llamada “gran dimisión en EEUU”, un fenómeno que se atribuye a las consecuencias de la Covid-19, pero que para entender plenamente hay que considerarlo con unos antecedentes culturales, en los que el liderazgo se ha sobrevalorado frente a la gestión.
En 1977, el experto en liderazgo Abraham Zaleznik argumentó que los directivos y los líderes son fundamentalmente dos tipos de personas. Según su teoría, los líderes son audaces, visionarios e inspiradores; crean y articulan misiones y estrategias convincentes. Los gestores son sólo ejecutores, añadió, organizan a las personas y las tareas. Ya sea de forma intencionada o no, Zaleznik colocó a los líderes y al liderazgo en un pedestal y en comparación denigró las actividades mundanas de la gestión y de los gestores que las llevan a cabo.
Tanto los gurús de la gestión, como muchos directivos, han creado una noción del liderazgo que ha cautivado nuestra imaginación colectiva frente a las habilidades de la gestión del día a día, que es lo que las organizaciones necesitan desesperadamente. No se ha valorado, ni invertido en formar a nuestros directivos desde hace décadas en las capacidades y herramientas que necesitan para la gestión del día a día. En cambio, les hemos sometido a charlas y seminarios de liderazgos de todo tipo (transformacional, democrático, situacional, afiliativo, transaccional…), que poco o nada ayudan a resolver los asuntos que surgen en el día a día de la gestión en una organización.
En cambio, hemos denigrado, como poco valiosas, las buenas prácticas de gestión porque no tienen el brillo académico, ni empresarial, en nuestra cultura, frente al liderazgo. Algo así como lo que hemos hecho, en este país, a lo largo de décadas, con la imprescindible y esencial Formación Profesional frente a “ir a la Universidad”.
Consideremos lo ocurrido durante la pandemia: necesitábamos gestores que mantuvieran las operaciones y apoyar a los empleados, no a líderes que dan grandes discursos pero que se mantienen lejos de las operaciones y del día a día.
Las personas que han dimitido masivamente no lo han hecho porque el principal ejecutivo de su empresa no sea lo suficientemente visionario o inspirador. Más bien, la gente ha renunciado a pésimos trabajos que carecen de autonomía, variedad u oportunidades de crecimiento; trabajos mal pagados y que no recompensan el rendimiento de forma justa; trabajos que no están claramente definidos y estructurados. También han renunciado a sus jefes directos, cuya falta de competencia en gestionar el día a día, de confianza, de inclusividad y atención ya no es tolerable. Y renuncian a organizaciones que han incumplido las reglas no escritas de la confianza, la equidad y la justicia.
Más gestión y menos liderazgo. Éste es sólo una parte más de la gestión.