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Opinión

Laura Cózar/Eduard Saura

Políticas ESG: ¿qué impacto tienen en el valor del negocio? 

Laura Cózar y Eduard Saura, de la consultora Accuracy, analizan el potencial financiero de gobernar según criterios ESG

Cada vez más frecuentemente, leemos noticias de crisis relacionadas con asuntos de gobierno de las compañías, y con sus prácticas ambientales o sociales. El caso del consejero delegado de Danone, muy comprometido con la sostenibilidad ambiental y social, cesado por la presión de accionistas que le reprochaban su gobernanza y una baja rentabilidad, es paradigmático. En el contexto actual, cabe preguntarse en qué medida la adopción de políticas ESG contribuye a que las empresas creen, protejan o incluso destruyan, valor. Y si, cuando crean valor, el mercado las premia. 

Resulta intuitivo pensar que las empresas con un comportamiento irresponsable son castigadas por el mercado. Cuando trascienden escándalos tales como una mala gestión de vertidos, abusos laborales o discriminación, sufren multas, mala prensa o boicot a productos que, en última instancia, pueden afectar a su cotización. 

Ahora bien ¿funciona esta lógica al contrario? Las empresas adelantadas en materia ESG, ¿se ven recompensadas por el mercado? Existen numerosos estudios académicos sobre compañías cotizadas con calificación ESG que no son concluyentes a la hora de mostrar una correlación positiva entre el grado de cumplimiento de los objetivos de sostenibilidad y su valor de mercado.  

Los resultados muestran, además, gran variabilidad según la industria y el alcance de las estrategias de ESG. En general apuntan a que, especialmente el componente social (la S) y de gobernanza (la G), sí podrían reducir los riesgos corporativos, mejorar la situación financiera y limitar las irregularidades financieras, así como mitigar las restricciones de financiación. Sin embargo, el componente medioambiental (la E) no parece tener el mismo efecto. En particular, algunos estudios recientes apuntan a que, en industrias ambientalmente sensibles, como la energía, las empresas con mejor calificación ESG muestran un peor desempeño financiero. 

El dilema 

En este panorama, las empresas están forzadas a decidir si ser activas, esto es, hacer una apuesta decidida por la sostenibilidad, por convencimiento o buscando una ventaja competitiva; o reactivas, e ir al paso que le marquen las exigencias de sus grupos de interés y la regulación. 

La tesis en favor de la proactividad en materia de ESG es que genera una ventaja competitiva, porque los clientes aceptarán pagar un precio más alto por productos ‘responsables’, lo que conduce que la empresa amplíe o mantenga su cuota de mercado sin perder rentabilidad.  

Desde esta óptica, las empresas ‘reactivas’ se enfrentarían a mayores riesgos, que se traducen en mayores costes de financiación, pérdida de talento y menor atractivo para inversores y otros grupos de interés. 

“El desafío es que el mercado sea capaz de apreciar las acciones e inversiones en ESG como vectores de crecimiento y mitigación de riesgos” 

En la práctica, sin embargo, las empresas ‘activas’ deberán asumir el riesgo de no poder trasladar sus mayores costes al consumidor y sacrificar resultados financieros a corto plazo, además de exponerse a perder competitividad si los consumidores se guían por el precio y no otorgan valor a sus productos ‘responsables’. 

Una ilustración de este dilema es el proyecto H2 Green Steel (Suecia), de descarbonización del acero: ¿estarán los clientes dispuestos a pagar un precio más alto por un acero verde? ¿O se verá penalizada por haber apostado por un producto que aún no tiene demanda? 

Conclusión 

Las empresas deben diseñar e implementar planes ESG que estén bien imbricados en su estrategia corporativa, y trasladados a su matriz de riesgos. 

Esto les permitirá tomar decisiones óptimas a corto y largo plazo, considerando cómo cada una de sus acciones puede redundar en el valor de la empresa, en términos de rentabilidad (precio, costes) y de coste de capital (riesgos, financiación); así como comunicarlas eficazmente a sus grupos de interés. 

En definitiva, desde el punto de vista del valor de las compañías, cotizadas o no, el desafío es que el mercado sea capaz, en primer lugar, de interpretar los resultados financieros a corto plazo y darles un peso apropiado; pero más importante, que efectivamente les atribuya un valor a las compañías ‘responsables’, que aprecie las acciones e inversiones en ESG como vectores de crecimiento y mitigación de riesgos. 

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