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El increíble valor menguante del dólar americano

Por Redacción Capital

Por Raúl Castillo

La delgada línea que separa el mito de la razón la traspasamos de manera continua. Y en nuestros razonamientos económicos, también. Estamos en un momento de la historia en el que se idolatra la creación de dinero, como si ese montón de “papelitos” tuviera un valor intrínseco “per se” sin depender de quién lo emite, cómo lo emite, en qué condiciones lo hace, y, sobre todo, qué nos puede dar el emisor a cambio de ese dinero fiduciario.

De otra manera no se explica cómo países desarrollados han caído en el mismo “fetichismo” que se da en algunos países emergentes, en los que se piensa que los problemas económicos se arreglan imprimiendo dinero sin tener en cuenta la riqueza que genera un país.

Cuando algunos economistas en EE UU empiezan a pensar como en Venezuela, es momento de echarse a temblar. El 20% de todos los dólares que se han creado por parte de la Reserva Federal (Fed) de EEUU a lo largo de la historia del billete verde se produjeron en 2020, unos 3,4 billones.

Los adalides de la Teoría Monetaria Moderna, que básicamente defiende que se puede imprimir dinero ad infinitum para financiar los déficits del Estado, olvidan el valor fiduciario del dinero y lo que eso representa. Y, sobre todo, olvidan la historia: Alemania, Hungría, Zimbabue, Argentina y Venezuela son ejemplos de cómo mezclar política monetaria con política fiscal puede acabar en una resaca financiera que destruya la economía de un país.

La impresión de dinero produce una degradación monetaria que merma la capacidad adquisitiva de los ciudadanos. Por eso, no es de extrañar que el dinero busque dónde almacenar valor y que las criptodivisas hayan recibido gran parte de ese flujo de capitales que teme que los experimentos monetarios que llevamos padeciendo los últimos 12 años acaben dejando a las divisas “fiat” en el esqueleto.

El gráfico que acompaña esta infor- mación, extraído del departamento de Estadifica de Estados Unidos (el INE americano), demuestra cómo la inflación y el desmadre monetario socavan la capacidad y el poder adquisitivo de una divisa tan fuerte como el dólar de manera silenciosa. Un dólar en 1913 tenía el mismo poder de compra que 26 dólares en 2020. Por ejemplo, un dólar podía cambiarse por 10 botellas de cerveza en 1933, ahora solo podría servir para adquirir un vaso de café pequeño en McDonald’s, lo que da una idea de cómo la inflación socava nuestro poder de acumular bienes mediante el dinero.

A medida que entran en circulación más dólares, los precios de los bienes y servicios aumentan y el poder adquisitivo del billete verde disminuye. A golpe de guerras y crisis financieras, la primera potencia mundial ha ido aumentando la oferta monetaria para financiar sus déficits, como hiciera el Imperio Romano, hundiendo el valor de ese dólar hasta reducir su capacidad adquisitiva, como queda plasmado en el gráfico. Y es que la oferta de dinero de Estados Unidos se ha disparado en las últimas dos décadas de los 4,6 billones de dólares en 2000 a 19,5 billones de dólares en 2021.

Auge de Bitcoin

El uso del dinero fiduciario para tapar agujeros fiscales es lo que puede estar detrás, entre otras cosas, del auge de Bitcoin y demás criptodivisas. En las crisis monetarias tradicionales que hemos visto antes (Zimbabue, Argentina, Venezuela...) el final de una de estos episodios suele ser la adopción de una moneda extranjera estable, bien con el beneplácito del Estado, o bien de manera encubierta en un mercado negro que se genera.

Los ciudadanos usan divisas extranjeras, principalmente el dólar americano, para mantener el valor de su ahorro y que no sea devastado por la inflación que destruye su moneda local. En Latinoamérica tenemos oficialmente dolarizados Panamá, Ecuador y El Salvador y, bajo cuerda o extraoficialmente con un boyante mercado negro de dólares, Argentina y Venezuela.

En África ocurre lo mismo: el dólar se usa “de tapadillo” en Benín, Burkina Faso, Costa de Marfil, Guinea Bisáu, Malí, Níger, Senegal y Togo en África occidental; y Camerún, República Cen- troafricana, Chad, República del Congo, Guinea Ecuatorial y Gabón en África central, ante el valor cerca de cero de sus divisas. Tenemos incluso zonas de África que usan el Rand Sudafricano, como es el caso de Namibia, Lesoto y Suazilandia y, de manera encubierta, Zimbabue, Angola y Zambia.

Pues bien, Bitcoin está haciendo el papel del dólar para muchos expertos en los países ricos. Ante la degradación monetaria que sufren las divisas de muchos países del G10, por la impresión de dinero y los déficit fiscales, se ha optado por almacenar valor en las criptodivisas y eso es lo que ha disparado, entre otras muchas cosas, el valor y la cotización de las mismas.

La prueba la tenemos el gráfico diario del oro contra el dólar y el BTC frente al billete verde. Mientras apreciamos que la criptodivisa ha avanzado en lo que va de año con revalorizaciones de locura, el oro tiene fases de apreciación que alterna con caídas discretas también: el Bitcoin le gana la partida al oro como almacén de valor, lo que está creando una preocupante burbuja en torno al nuevo oro digital de consecuencias impredecibles en el futuro.

La reacción de Estados y bancos centrales no se ha hecho esperar para taponar esta fuga de dinero al mundo digital. Para ello, asistimos a la creación de las divisas fiat digitales, un panorama en el que China y Suecia van a la cabeza y pueden ser los primeros en implantarlas. El proyecto de euro digital se retrasará hasta mínimo 2023 y además cuenta con la desconfianza de los ciudadanos. El 40% de los europeos entrevistados por una encuesta hecha por el BCE piden que euro digital pueda ser anónimo como el efectivo: no quieren que las autoridades husmeen en sus transacciones y tengan toda la información, otra de las ventajas de las criptodivisas.

El mantenimiento del anonimato del dinero siempre ha sido un valor aspiracional de quien tiene un patrimonio importante. Muchos no quieren que el Estado controle sus movimientos para huir de impuestos y tasas que pueden pasar de lo justo e igualitario en una democracia, a lo confiscatorio en pro de “bienes comunes moralmente superiores”. Es el caso del “New green deal”, la nueva política verde que se está implementando a nivel mundial para seguir aumentando los impuestos y las tasas que sufren las clases medias.

En definitiva, en la mano de los Gobiernos está volver a la senda del rigor fiscal, y más ahora, que algunas economías dan síntomas de fuerte recuperación, como es el caso de Canadá o Estados Unidos. El crecimiento de los Bonos del Tesoro americano y sus rendimientos justificaría, por sí solo, empezar a subir tipos de interés y reducir estímulos monetarios. Pero hemos creado una adicción a la liquidez que impide a los gobiernos salir del círculo vicioso, un comportamiento que empieza a ser muy similar a quienes sufren trastornos adictivos, en este caso, a la liquidez artificial.

Hay razones para abandonar la política monetaria expansiva, pero algunos banqueros centrales deben estar pensando ahora lo mismo que el personaje de Mark Renton, el protagonista de la novela “Trainspotting” interpretado posteriormente en la gran pantalla por Ewan McGregor de manera magistral: “¿Quién necesita razones, teniendo heroína?”. En este caso, liquidez infinita.

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