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viñedos

Una excursión por la Costa del Languedoc

Fortalezas, ostras y buena vida al otro lado de la frontera Los que disfrutan con las carreteras estrechas y los pueblos escondidos detrás de una curva tienen lugares míticos. El Slow Drive está de moda. Las costas de Languedoc son un lugar perfecto para nuestro propósito, a sus increíbles paisajes suma su ritmo tranquilo de vida. Este sitio hay que conocerlo sin prisas, paladeando cada reflejo del sol en el agua, saboreando cada destello en sus viñedos, degustando cada conversación con los lugareños... Un sitio donde volver es casi obligación. La región de Languedoc – Rousillon se encuentra situada en el extremo sur de Francia y limita con los Pirineos, Andorra y España por la parte inferior; y con Provenza y los Pirineos Centrales al norte, hasta Auvergne. Por su situación muchos se refieren a esta región como un anfiteatro que mira al mar. Posee un largo litoral mediterráneo con playas arenosas que se extienden 180 kilómetros desde la frontera española hasta Camargue. El Languedoc es una tierra con fuerte personalidad, donde sus horizontes son tan diversos que la región no puede reducirse a un solo destino. Nuestro primer destino es Perpignan, en tiempos capital del Reino de Mallorca. Esta ciudad ha sabido conservar su legado español, algo que se refleja en su arquitectura y en el ambiente de la ciudad. Tampoco debemos perdernos una visita a las localidades de Colliure en la costa y de Céret en el interior, que a principios del siglo XX eran unas simples aldeas cuya luz especial atrajo a diversos pintores como Matisse, Derain, Dufy, Picasso y Chagall. Picasso tenía un especial cariño por Céret, que presume ser la cuna del cubismo. Colliure fue una gran fuente de inspiración, como se refleja en muchas pinturas impresionistas. Esté rincón de la región llamado el Rosellón ha sido durante siglos motivo de luchas…
Arturo y Kike (Artuke), el futuro de La Rioja alavesa en manos de jóvenes viticultores empapados de la tradición e historia familiar Pese a ser una familia vitivinícola ‘reciente’, si la comparamos con grandes históricos del panorama nacional, la bodega Artuke ha conseguido posicionarse en un mercado más que competitivo gracias a la calidad de sus vinos. Sus inicios se remontan a 1991, cuando Roberto de Miguel decidía dejar de vender las uvas cultivadas en los terrenos de Baños de Ebro (comprados por su padre Miguel Blanco en 1950) para empezar con la preparación de sus propios vinos. Una andadura profesional a la que se sumarían en pocos años sus hijos Arturo y Kike (los ‘culpables’ del nombre de la bodega, resultado de la unión de ambos nombres).  A día de hoy, la bodega cuenta con 31 hectáreas de cultivo distribuidas en 70 parcelas diferentes repartidas entre su tierra natal Baños de Ebro (en La Rioja alavesa), viñas viejas en Samaniego y San Vicente de la Sonsierra; e incluso en Ábalos. Esta nueva generación de viticultores riojanos (pioneros del movimiento ‘Rioja’n Roll’, con un férreo compromiso por el terruño y la elaboración de vinos con identidad), mantienen la filosofía de trabajo tradicional heredada de sus ancestros, pero con un especial cuidado del entorno a través de la elaboración ecológica.  Sanar lo viejo y sumar lo nuevo Arturo y Kike decidieron hace más de una década reinventar la bodega y sus cultivos, incorporando a los viñedos de plantación en copas (un tipo de cultivo tradicional que ofrece una elevada resistencia a sequias y condiciones climatológicas extremas) una importante innovación biodinámica. Una apuesta ecológica, dando una nueva vida a ‘viñedos abandonados’. Fue un trabajo sacrificado, al suponer una mayor atención y cuidado (han de visitar los viñedos cada cinco días en lugar…