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Lifestyle

Una excursión por la Costa del Languedoc

Por Pedro Madera

Fortalezas, ostras y buena vida al otro lado de la frontera

Los que disfrutan con las carreteras estrechas y los pueblos escondidos detrás de una curva tienen lugares míticos. El Slow Drive está de moda. Las costas de Languedoc son un lugar perfecto para nuestro propósito, a sus increíbles paisajes suma su ritmo tranquilo de vida. Este sitio hay que conocerlo sin prisas, paladeando cada reflejo del sol en el agua, saboreando cada destello en sus viñedos, degustando cada conversación con los lugareños... Un sitio donde volver es casi obligación.

La región de Languedoc – Rousillon se encuentra situada en el extremo sur de Francia y limita con los Pirineos, Andorra y España por la parte inferior; y con Provenza y los Pirineos Centrales al norte, hasta Auvergne. Por su situación muchos se refieren a esta región como un anfiteatro que mira al mar. Posee un largo litoral mediterráneo con playas arenosas que se extienden 180 kilómetros desde la frontera española hasta Camargue. El Languedoc es una tierra con fuerte personalidad, donde sus horizontes son tan diversos que la región no puede reducirse a un solo destino.

Nuestro primer destino es Perpignan, en tiempos capital del Reino de Mallorca. Esta ciudad ha sabido conservar su legado español, algo que se refleja en su arquitectura y en el ambiente de la ciudad. Tampoco debemos perdernos una visita a las localidades de Colliure en la costa y de Céret en el interior, que a principios del siglo XX eran unas simples aldeas cuya luz especial atrajo a diversos pintores como Matisse, Derain, Dufy, Picasso y Chagall.

Picasso tenía un especial cariño por Céret, que presume ser la cuna del cubismo. Colliure fue una gran fuente de inspiración, como se refleja en muchas pinturas impresionistas. Esté rincón de la región llamado el Rosellón ha sido durante siglos motivo de luchas por su posesión, entre Francia y España, y presume con orgullo de su catalanismo luciendo por todas partes la bandera roja y amarilla.

La verdad es que mientras conducimos por sus carreteras, comprendemos perfectamente porque el Languedoc es un lugar de culto para los pintores. Los colores del paisaje y su excepcional luz, crean un ambiente único en el que deleitarnos con sus conmovedoras ruinas, castillos, abadías y fortalezas, donde conviven en perfecta armonía el arte románico y el barroco en compañía de una arquitectura civil que ha sabido conservar a la perfección la memoria de sus antepasados.

Otra posible parada es Narbona, una ciudad fundada por los romanos, que es un activo centro de comercio de vino y buen sitio para ir de compras. La Catedral de St.-Just rivaliza con cualquiera de las del norte de Francia y tiene unos magníficos tapices, cerca de la ciudad y en un valle, está la abadía benedictina de Fontfroide con su iglesia del siglo XIII y su jardín de rosales.

Envueltos en este universo de tradición e historia, podremos disfrutar de uno de los mayores placeres que alberga el sur de Francia: sus vinos. Los viñedos inundan la región del Languedoc, donde historia y vino conforman un espíritu inigualable. La calidad de sus caldos sitúa a esta zona del sur de Francia como una de las grandes regiones vitícolas del mundo, capaz de competir con las denominaciones más prestigiosas. Si a esto le unimos un plato de ostras de Leucate o Gruissan, seguro que pasamos uno de los mejores momentos del viaje.

El corazón de los viñedos del Languedoc

Béziers, en el corazón de los viñedos del Languedoc, presidida orgullosamente por su catedral, se alza entre el Orb y el Canal de Midi. Subiendo por los paseos Paul-Riquet, constructor del Canal, descubriremos entusiasmados la ciudad. Ver la catedral de St. Nazaire desde el puente viejo sobre el río Orb es una forma perfecta de entender el románico.

Eso sí, la conducción es dificultosa, por lo que conviene olvidarnos del coche y disfrutar de sus cuestas y sus calles inclinadas. Las esclusas de Fonseranes nos demuestran las capacidades de la ingeniería del siglo XIX. Ocho puertas sirven para superar los 312 metros de desnivel… El agua y las leyes de la física hacen el resto… El mar ya está más cerca.

Después de maravillarnos ante el Canal de Midi, es hora de conocer la capital del Languedoc, Montpellier. Cruce de caminos de la cultura, la ciencia y el arte, Montpellier es una ciudad con un patrimonio incomparable. El Ecusson, con su plaza de la Comédie, dominada por la Ópera, se extiende hasta el nuevo barrio de Antigone, diseñado por Ricardo Bofill.

Gothic Cathedral of Saint Peter at dusk in Montpellier, Occitanie, France

Las calles estrechas, jalonadas por numerosos palacetes de los siglos XVII y XVIII, conducen a la Catedral St. Pierre, a la Facultad de Medicina, la más antigua del mundo occidental, en la Place Royale du Peyrou, o al Jardín Botánico creado bajo el reinado de Enrique IV.

En el litoral hay buen pescado y marisco, y de las montañas son excelente su charcutería, sus jamones y patés. Las setas del bosque, naranjas y castañas son utilizadas en diversos platos, así como las verduras frescas que crecen en abundancia en estos parajes. El roquefort, para muchos el rey de los quesos se elabora en Roquefort-sur-Soulzon con leche de oveja y luego se deja madurar de forma natural en las cuevas de Cambalou. Deliciosas tartas de fruta y helados recién confitados en el Rosellón; pastelitos de miel y almendra; mazapán con frutos secos. En definitiva, el arte de la buena vida.

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