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Opinión

Carolina Hernández

Fluir significa atreverse a cambiar

“Cuando una persona se acostumbra a elaborar cambios en su vida, no le va a dar miedo abandonar su zona de comodidad” 

Nuestro mundo cambia continuamente. Lo que sirve hoy, mañana quedó obsoleto. Las publicaciones en una red social tienen una validez de minutos. El entorno es muy veloz. Y, sin embargo, a los seres humanos nos cuesta terriblemente cambiar. 

En un mundo tan cambiante, resulta muy interesante ser como un líquido, por su fluidez. El líquido es el único elemento capaz de adaptarse a cualquier recipiente que lo contenga. Sin resistencias, con total naturalidad. Y esa fluidez sería muy interesante en las personas de la época actual. 

Fue Zygmunt Bauman, el sociólogo y filósofo polaco-británico, quien habló por primera vez de la modernidad líquida, allá por el año 2000, aludiendo a los cambios rápidos que se producían en la sociedad, producto de la revolución de la información y de la globalización de las economías capitalistas. Realmente, Bauman supo anticiparse a lo que vendría años después. 

Trasladar el concepto de lo líquido a las organizaciones y a las personas es interesante por la veloz capacidad de reacción que permite en la toma de decisiones. En el mundo actual no vale pensarse mucho las cosas porque se desfasan con facilidad. En el pasado, los planes estratégicos de las empresas se hacían con un horizonte de 10 años. En la actualidad, 3 ya son muchos.  

Cuando trabajamos en la gestión del cambio en las organizaciones, nos enfocamos en que aprendan a atreverse a cambiar. Porque esta es la clave de todo. Cuando una persona se acostumbra a elaborar cambios en su vida, no le va a dar miedo abandonar su zona de comodidad porque sabe que, en la intemperie de conocer cosas nuevas, está desarrollando su habilidad de adaptación a cualquier situación. Y ya lo decía Darwin: ‘no sobrevive el más fuerte, ni el más inteligente; sobrevive el que mejor se adapta a las circunstancias’. Y es que, nuestra capacidad de adaptación reside en nuestra propia bilología. 

Paradójicamente, la biología también tiene que ver en nuestra resistencia a los cambios. Nuestro cerebro nos pide almacenar en el inconsciente la mayor cantidad de cosas para poder manejarse con él. Seguro que te ha pasado que has vuelto del trabajo a casa caminando o en tu coche y al llegar a casa no recuerdas cómo lo has hecho, porque pusiste el ‘piloto automático’ mientras pensabas en otras cosas de tu día a día. Eso le gusta al cerebro. Que las rutas neuronales actúen en automático, desde el inconsciente. 

Pero claro, cuando se decide cambiar algo del carácter, alguna actitud o algún hábito, hay que debilitar esas rutas neuronales que funcionan en automático para crear otras nuevas con la actitud que nos conduzca al resultado que se desea obtener. Y esto tiene su trabajo, porque hay que hacerlo desde la parte consciente. 

La mala noticia es esa, que hay que esforzarse porque el cambio cuesta trabajo. Pero la buena noticia es que se pueden realizar todos los cambios que se deseen porque nuestro cerebro y su neuroplasticidad me lo van a permitir. 

Por tanto, si se quieren desarrollar organizaciones líquidas, ágiles y fluidas, se tendrá que poner el foco en que el ecosistema humano desarrolle su amor por el cambio, su capacidad para atreverse a cambiar y su capacidad de adaptación rápida a cualquier circunstancia que acontezca en el entorno. 

Las personas son las que conforman las organizaciones y su predisposición o no al cambio va a suponer una diferencia fundamental para la competitividad de su empresa. Hay que modificar los paradigmas. A mayor agilidad de la organización, mayor éxito de esta. 

Las organizaciones tienen, por tanto, una responsabilidad añadida: el acompañamiento para hacer de los procesos de cambio algo natural dentro de la organización. Desarrollar equipos con pensamiento crítico y sin miedo a cambiar aportará autonomía y agilidad al día a día de estas personas. Y mejorará la cuenta de resultados de la organización. 

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