Por Borja Carrascosa, director de Capital
Alemania también sufre. Por primera vez en los últimos 13 años, los inversores empiezan a operar y, sobre todo, a planificar movimientos en un escenario geopolítico y económico cada vez más próximo a la realidad. En este “proyecto” global de mundo real, a pesar de la cobertura de los bancos centrales, también es posible que ocurran cosas muy malas. Tras sufrir el impacto de la pandemia, y en pleno proceso de recuperación, pocos esperaban que Rusia invadiera Ucrania, que hubiera una crisis migratoria o que los precios se dispararan dos dígitos. Pero ocurrió.
En este contexto, la inflación y la crisis de la cadena de suministro impiden a la Reserva Federal (Fed) y al Banco Central Europeo (BCE) seguir siendo los protectores del mercado. En vez de eso, deben combatir las subidas de precios con políticas monetarias más agresivas para que la economía real -de un mundo que aspira a ser también “real”- respire. Después de muchos años sin gestionar los riesgos de una forma activa, la geopolítica y el conflicto en Ucrania obliga a los diferentes países a revisar estrategias inversoras. De hecho, este nuevo contexto ha puesto en entredicho hasta la aparentemente intocable e incuestionable solvencia de Alemania.
"tras muchos años sin gestionar los riesgos de forma activa, la guerra obliga a los países a revisar sus estrategias"
Europa depende de Rusia, Ucrania y Bielorrusia especialmente en el ámbito energético, pero no solo en el segmento del gas -el 37% del consumo anual y difícilmente sustituible-, el petróleo -el 21%, cuyo relevo supondrá pagar costes mayores- o los combustibles fósiles -el 45%-. El suministro de hierro, níquel o paladio, así como el de varias semillas oleaginosas, también se ha visto perjudicado, y Alemania, en este contexto, es el país más expuesto por su perfil industrial. Paradójicamente, el hecho de que la germana sea una economía menos dependiente del sector servicios es lo que puede afectarle más en el devenir del conflicto.
La deuda de Alemania a largo plazo ya no "cobra" a los inversores
El interés del bono alemán a diez años, símbolo de la solvencia dentro del panorama europeo, ha reaccionado al alza y ya cotiza por encima del 0,84%, frente al -0,5% (interés negativo, por tanto, que debían pagar los inversores) registrado en el verano de 2021. La locomotora germana está recibiendo un fuerte impacto en su modelo de crecimiento, ya que, además de la energía, su industria se ve afectada por la escasez de suministro de níquel y cobre. Aun así, la escalada de precios de la economía alemana es solo del 7,3%, frente al 9,8% registrado en España.
A Alemania le sigue Italia, que depende en gran medida de la zona de guerra para el arrabio y los productos derivados del hierro o el acero. Concretamente, en torno al 80% de las importaciones italianas de estos materiales proceden de los territorios en conflicto bélico. Por último, destaca su dependencia de las semillas y el aceite de girasol de la zona de guerra. El bono italiano a 10 años, el más castigado por el mercado secundario entre los grandes países europeos, se intercambia con un interés de casi el 2,5%. El IPC transalpino se situó en marzo en el 6,7%.
En el caso de nuestro país, el impacto de la guerra de Ucrania se percibe especialmente en el suministro de maíz -más del 30% de las importaciones- y de aceite de girasol -más del 60%-. La crisis de suministro también se percibe en la demanda de hierro y derivados del mismo, pero en menor medida que lo registrado en Alemania e Italia. La fuerte escalada de precios, por tanto, no se corresponde con el nivel de repercusión que el conflicto bélico tiene en nuestro país. El bono español a 10 años cotiza con un cupón cercano al 1,8%.
En este contexto, y pese al impacto de la inflación, el BCE no se ha planteado cambios relevantes en su estrategia. Seguirá comprando deuda en los próximos meses y mantendrá la respiración asistida y los tipos bajos hasta el tercer trimestre, como mínimo. Las economías europeas, por tanto, empezarán a vivir un mundo próximo al real a partir del verano. Para entonces, España caminará con paso firme hacia los 1,5 billones de euros de deuda pública con un nuevo ejercicio de gasto marcado por un déficit galopante.