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Opinión

Redacción Capital

Economía libre y feminismo

"Las mujeres, como los hombres, son individuos libres y no piezas de un colectivo. La colectivización del grupo ‘mujer’ merece mayor reproche social” 

El proyecto de Ley de Paridad es otra cara del complejo y confuso escenario de la ideología de género en la que se enmarca el feminismo radical. Los problemas de igualdad entre hombres y mujeres no pueden resolverse en este escenario de radicalidad y ‘biofobia’, con tintes electoralistas. Por el contrario, se ha de partir de la igualdad ontológica de mujeres y hombres aceptando las diferencias ineludibles de la binaridad complementaria y rechazando las desigualdades sociales arrastradas por la historia.  

En consecuencia, la regla de igualdad ha de definirse con el término ‘igualdad en la diferencia’ (equidad) cuyo objetivo es distinto y superior al de ‘paridad’ (uniformidad aritmética acrítica). En la selección racional de personas debe considerarse la capacidad, el mérito y la confianza (valoración ética) y a mayor exigencia de cualificación, mayor excelencia.  

Lo fácil, lo espectacular, lo electoral es la paridad en la cúspide. Puro constructivismo ineficiente. Para que exista similar número de mujeres y hombres aspirantes a los puestos más altos, es imprescindible que existan muchas mujeres y muchos hombres con similares méritos, con similares carreras profesionales dilatadas que justifiquen sus aspiraciones en la zona media de las empresas. Porque los líderes empresariales no crecen en los árboles, sino en las compañías.  

Hoy no existe esta realidad en la zona media de las empresas, y no por sexismo perverso, sino, de manera singular, porque la maternidad obstaculiza el desarrollo profesional de las mujeres (no tengo espacio para el detalle). En este periodo de la maternidad hay que poner el remedio, con eficacia y equidad. Minimizando el obstáculo de la maternidad se revertiría la inercia para superar otros obstáculos. 

La ‘piedra angular’ del trato equitativo entre mujeres y hombres está en la educación, lo que en España está aritméticamente resuelto. Su ‘clave de bóveda’ está en el adecuado tratamiento que ha de darse al periodo (10/12 años) de maternidad en el ámbito profesional. 

Con la maternidad se satisface la vocación de mujeres y hombres, el interés de las empresas por la disposición incentivada de los empleados con obligaciones familiares y, además, se satisface una necesidad demográfica acuciante. Por todo esto, el Estado está obligado a minimizar este obstáculo en el desarrollo profesional de las mujeres (subvenciones a los hijos, red de guarderías, relevantes beneficios fiscales a las empresas y estrategias eficientes de teletrabajo). Con acciones proactivas, no con simplezas demagógicas. 

Se recuerda con verdad que el Fondo Monetario Internacional (FMI) estima que, incorporando el potencial femenino a la actividad productiva y decisoria, podría incrementarse el desarrollo económico entre un 15% y un 20%. Pero, en las sociedades libres, es necesario alcanzarlo con libertad y aplicarlo a todos los estamentos de la actividad productiva y decisoria, no sólo a la cúpula (guiño electoralista al 8-M). 

Para cerrar esta visión general advierto que la paridad pretendida atenta contra los principios de propiedad privada y de libertad de empresa y, en cuanto  discriminación positiva, contra el derecho de mujeres y hombres con capacidad y mérito excluidos en la ‘ruleta de la cuota’. Porque una mujer no satisface su derecho por el favor que se otorgue a otra. Las mujeres, como los hombres, son individuos libres, no piezas de un colectivo. La colectivización del grupo ‘mujer’ se manifiesta y merece mayor reproche social. Ahí lo dejo. 

Si alguna competencia tiene el Estado en materia de gobernanza sobre las mercantiles cotizadas sería la de garantizar la cualificación profesional de los consejeros, pero nunca la de intervenir por “…razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión…” (art. 14 CE). 

Los empresarios pueden asumir resignadamente la paridad y cualquier otra intromisión, pero es mejor que se rebelen frente al ‘fanatismo antiempresarial’ y frente al ‘talibanismo feminista’, porque defender la economía libre exige defender una sociedad libre. 

La presencia de la mujer en los ámbitos de decisión y de poder ha de alcanzarse sin menoscabo ni de su sexualidad, ni de su maternidad, ni de su dignidad. Con la cuota, una mujer con capacidad y mérito puede ser confundida con un ‘jarrón chino’.  

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