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Revista Capital

Matrimonio de Conveniencia

Por Redacción Capital

Cuántas veces los venture capitalists han dicho que invertir en una startup es como casarse. Y efectivamente sí, es así. Lo mismo para los emprendedores. Pero no es un matrimonio por amor, sino un matrimonio de conveniencia. Lo que une a las dos partes es el interés… pero sin prejuicios. No es un tema cultural, no interesan los papeles, no se busca una tarjeta de residencia, lo que les une es el interés por que el proyecto vaya lo mejor posible y todos puedan obtener una rentabilidad importante del mismo. Esto será más satisfactorio si implica además aportar algo a la sociedad. Será muy difícil alcanzar este objetivo y, desgraciadamente, si hay que basarse en probabilidades, poco probable. Pero de lo que no hay duda es de que será un camino enriquecedor para ambos.

El proceso hasta que se constituye este matrimonio -al que también podríamos llamar ‘venture marriage’- es el siguiente: después de un acercamiento, si hay ‘atracción’ se acuerda un encuentro y se comparten ‘confidencias e intimidades’, y después de algunos encuentros más se llega a un compromiso que normalmente termina con la firma de un contrato donde se recogen los derechos y obligaciones de las partes. A partir de ese momento lo normal será hablar todos los meses y verse al menos una vez al trimestre. Aunque estarán siempre disponibles mutuamente.

No obstante, al contrario que el matrimonio tradicional, la duración será lo más corta posible. Una vez pasados los primeros 5 años, cuanto más larga peor. En este matrimonio de conveniencia que se crea entre el inversor y el emprendedor se busca un objetivo común, remando en una misma dirección y desde un mismo barco: vender la compañía maximizando la rentabilidad de los socios. Desgraciadamente este objetivo puede alcanzarse o no. Cuando se alcanza, se ‘disuelve’ la relación y todos –en el mejor de los casos- se van felices y con los bolsillos llenos. El objetivo de esta relación es que, uniendo esfuerzos y trabajando juntos, las dos partes obtengan, en términos económicos, mucho más de lo que aportan inicialmente. Cuando esto no se consigue y el objetivo no se alcanza, se puede terminar la relación de forma amistosa -dejando incluso la puerta abierta para unas segundas nupcias- o, en el peor de los casos, con un ‘divorcio traumático’. Esto último no lo desea nadie ni le conviene a nadie.

¿Y por qué me caso contigo y no con otro? Porque pretendientes y proposiciones de compromiso no faltan. Ni a unos ni a otros. La clave es principalmente la química. Además de que el proyecto encaje con los criterios de inversión, el equipo sea fuera de serie, las métricas buenas, el negocio escalable y el mercado atractivo, entre inversor y emprendedor es imprescindible la ‘química’. Tiene que haber confianza, admiración y sí, química. Aunque el viaje es apasionante, va a haber dificultades, bajas importantes en el equipo, decisiones complicadas que tomar... y todo ello lo resolverá normalmente el fundador y CEO de acuerdo a su criterio. Por eso tener en alta estima el criterio del CEO y confiar en él es muy importante; conseguir mantener con él una comunicación fluida y transparente es imprescindible. No tiene que rendir cuentas sino compartir con el inversor los retos, los problemas y lo que quiera. Habrá que remangarse y trabajar juntos, lo cual sin partir de una buena relación es muy complicado. En este sentido, un ‘matrimonio mal avenido’ puede entorpecer seriamente la actividad de la empresa y perjudicarla de cara a futuras rondas de financiación.

Se trata de invertir principalmente en el equipo. Un equipo bueno y apasionado puede sacar adelante un proyecto regular, pero al revés no pasa nunca. El equipo es lo más importante, la clave del éxito. Cuando las cosas van mal –muy habitual y más frecuente de lo deseado en las startups- los emprendedores son los primeros que dan el callo. Los inversores apoyan con su tiempo y conocimiento todo lo que pueden, pero no son clave. Por otra parte muchas veces para el emprendedor es inevitable ver al inversor como socio financiero y por eso acuden a ellos con la esperanza de que hagan préstamos o aporten capital a la sociedad cuando nadie más lo hace, a modo de ‘favor’. Y este es el momento más difícil de un inversor, porque no hay que olvidar que se mueven por criterios económicos y financieros, ese es su trabajo, si no nada de esto tendría sentido.

Esta relación es ‘de conveniencia’ (¡y de riesgo!) y las decisiones no se toman por amor, ni por parte de uno ni de otro. Un inversor ayudará al emprendedor en el camino y le aportará visión estratégica, contactos, know-how y muchas horas, especialmente cuando las cosas vayan mal; pero nunca salvará la startup. Si esta es buena, se salvará por sí misma. Eso sí, del inversor se sacará más o menos jugo según el emprendedor quiera. El fundador de una startup ha de ser pesado, pedirle consejo, robarle tiempo, hacerle pensar, utilizar sus contactos… que al fin y al cabo no es amor, es interés. Aunque hay algo que no puede negarse… el roce hace el cariño. Y compartir riesgos une.

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