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Opinión

Redacción Capital

La falsa sensación de vivir seguros

Por José Manuel Muñoz, Sales & Innovation Workplace Services

Son las siete de la mañana y suena el despertador de mi “smartphone”, me gusta levantarme con cuatro canciones que me activan, me despiertan y me preparan antes de salir a correr. Cada día que salgo a correr es un nuevo reto, controlo mis pulsaciones y cómo cubro mis ocho kilómetros matinales, cómo me esfuerzo y cómo cumplo con el recorrido. Siempre el mismo, los mismos detalles que cada día pasan un poco más rápido por delante de mis ojos. Después de cumplir con mis deberes saludables, ya estoy listo para ponerme al día con el mundo. Empiezo a revisar las noticias del sector, las tendencias en bolsa y cómo van mis inversiones.

Pero un día no empieza correctamente si uno no desayuna como es debido. La leche se está acabando y ya no quedan galletas de avena, las preferidas de mi mujer, así que lo apunto en la aplicación de mi supermercado. La verdad es que los e-mails de primera hora se digieren mejor con el primer café, y ya solo queda que tengamos un poco de suerte y el navegador encuentre el mejor camino, evitando los atascos en mi ruta a la oficina.

Estas pequeñas líneas describen las mañanas de muchos de nosotros, con estas actividades o con otras, y no somos conscientes de que los seres humanos hoy en día generamos 1,7 MB de datos por segundo y 6 Gb cada hora. Incluso dormidos, generamos datos, bien con nuestro “smartwatch”, que controla nuestro descanso, o escuchando aquella emisora con aquel programa que nos ayuda a conciliar el sueño.

“La mejora de nuestros patrones conductuales y las herramientas tecnológicas nos permitirán vivir en un entorno menos hostil y con mayor seguridad”

Hemos naturalizado el acceso y la consulta de un gran número de datos que tenemos disponibles a nuestro alrededor y también hemos naturalizado el acceso a esos datos desde cualquier dispositivo que tenemos al alcance de nuestra mano. Televisores, relojes, teléfonos, portátiles, navegadores del coche… El concepto “computing everywhere” -computación en cualquier sitio- ya es una realidad.

Llegados a este punto, es necesario que seamos conscientes de la seguridad que necesitamos en nuestras vidas. La fortaleza de una cadena es la misma que la del eslabón más débil. Es por ello por lo que tenemos que reflexionar acerca de nuestros patrones de conducta, incluso en acciones tan simples como conectarnos a la Wi-Fi de cortesía de nuestro restaurante favorito, no tener ninguna aplicación de seguridad en nuestro teléfono o no cambiar la clave del router de nuestra casa. Sí, ese al que conectamos todos nuestros dispositivos, porque somos personas normales, anónimas. Y pensamos “¿quién va a estar interesado en nuestros datos?”.

La capacidad de “los malos” de llevar a cabo ataques o recolecciones masivas de datos, siguiendo el mantra que tanto estamos acostumbrados a escuchar hoy en día -automatización y escalado de procesos-, hace que el concepto de ciberdelincuente que realiza una actividad criminal contra una sola víctima sea erróneo. Una sola persona puede propagar o puede extender sus maliciosas actividades contra miles o cientos de miles, que pueden o no tener un denominador común o pertenecer, o no, a una misma organización, con el consiguiente impacto que puede tener un ataque dirigido hacia una compañía o a un colectivo de profesionales.

Llegados a este punto, puede parecer un panorama desolador al que nos enfrentamos y podemos pensar que sólo estaremos seguros en una cueva encerrados a cal y canto. Pero contamos con grandes aliados como es la Inteligencia Artificial (IA) o herramientas basadas en análisis de comportamientos de los procesos de nuestros dispositivos, que cuando detectan algún proceso inusual o que consume más recursos de lo normal, lo aísla y lo pone en cuarentena. Volvemos a la importancia de los análisis conductuales.

Siendo conscientes de nuestros patrones conductuales, nuestras rutinas, y, por tanto, nuestros puntos débiles, seremos capaces, con la ayuda de las muchas herramientas que pone a nuestra disposición el mercado, de poder vivir en un entorno menos hostil y con mayor seguridad. Por último, pero no menos importante, no debemos pensar en los patrones conductuales de forma individual sino también en los modelos de colectivos y compañías que, con su propia cultura corporativa, definen de una forma muy marcada los patrones conductuales de las mismas.

La seguridad, como el medioambiente, es cosa de todos, una actuación responsable y concienzuda por parte de cada uno nos ayudará a mejorar como sociedad.

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