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Opinión

Redacción Capital

Eficiencia política y bipartidismo

“La Ley, por sí sola, tampoco garantiza la calidad de la gestión pública, la calidad la ponen los electores” 

La Democracia es un sistema de elección con el criterio de la mayoría, así que más que “el menos malo de los sistemas” (Churchill) es el único legitimo, porque la gestión de lo común concierne a toda la ciudadanía, siempre en el entendimiento de que la democracia no garantiza la calidad de la gestión sino la correcta representación. De seguido hay que advertir que la democracia sólo tiene sentido en el ámbito del Estado de Derecho, en el que el poder se ejerce de acuerdo a la ley en garantía de la libertad e igualdad de los ciudadanos y de la veracidad del sistema.

Pero la Ley, por sí sola, tampoco garantiza la calidad de la gestión pública, la calidad la ponen los electores eligiendo con acierto personas y programas.  

Muchos ciudadanos están decepcionados porque la Democracia no resuelve sus problemas (sólo es un sistema), y perciben el espanto de cómo se maneja el Derecho (leyes y sentencias) orientándolo al interés partidario y no a la justicia (interpretación alternativa del derecho, marxismo puro). Desde la crisis de 2008 el pesimismo ha hecho mella en gran parte de la población (crisis económica, pandemia, inflación, desinstitucionalización, etc.).  

Un tercer elemento necesario es la garantía de la verdad, de la verdad objetiva, como exigencia para optar con acierto. Verdad exigible a los partidos, a los políticos y a los medios de comunicación. Vuelve a aparecer la necesidad de un poder judicial independiente y ágil en un marco legal intransigente con la mendacidad, incluidos los reglamentos parlamentarios.  

El siguiente elemento, establecida la articulación política mediante partidos políticos, es garantizar su funcionamiento democrático, lo que sólo puede alcanzarse mediante una ley muy exigente y la intervención de un poder judicial independiente y ágil (bis).  

En la mayoría de los partidos españoles sólo manda el líder. El cesarismo se ha agudizado desde 2015 (PSOE, Podemos, Vox, Cs), sólo en el PP se ha establecido, recientemente, un equilibrio de poder entre el líder nacional y los regionales tan novedoso que escandaliza el hecho de que los barones discrepen ante el líder contra acuerdos peligrosos, cuando debiera ser lo cotidiano. No obstante, este equilibrio no supone el culmen de democracia interna del PP. 

A mi juicio hace falta una quinta exigencia, que la ciudadanía concentre el voto en los dos grandes partidos que, previamente reseteados, cubran el espectro ideológico fundacional de la UE (socialdemocracia no marxista, liberalismo y conservadurismo democrático). Nos hace falta volver al bipartidismo, porque en él caben todos (casi todos), y hacerlo con muchas lecciones aprendidas, con examen de conciencia y con propósito de la enmienda.  

El multipartidismo es, en sí mismo, generador de tensiones intra bloque lo que origina que los dos partidos mayoritarios pierdan la centralidad, así es patente tanto la mimetización del PSOE en Podemos como que el PP, lastrado por Vox, tiene dificultades al echar sus redes a la siniestra para captar el voto desencantado del centro izquierda, porque le suenan demagógicas alarmas por estribor. Es la polarización amigos. En este escenario los pactos de Estado, y el imprescindible gran pacto de Nación, resultan imposibles. En el sistema de bloques éstos se separan y encallan los problemas, porque se exacerban las diferencias, en beneficio de nacionalistas y extremosos. 

Todos aprendimos en este decenio y medio (2007-2022): no dejar la sociedad en manos de adanistas y oportunistas; el capitalismo moderno no tiene alternativa; el futuro de las naciones europeas está en su integración (política, económica y defensiva); las discrepancias que afectan a la almendra del Estado han de resolverse por pacto que sólo es viable entre las dos grandes formaciones en un marco ideológico occidentalista; la unidad de España ha de mantenerse en la Constitución y sin cesiones patéticas.  

Concluyo con palabras prestadas del ensayista José Ruiz Vicioso (Actualidad Económica, 29-V-2019) quien resumía muy bien lo aquí dicho: “La competencia centrípeta (bipartidismo) es una lucha por el centro, lo que templa las divisiones y favorece el juego responsable”, y “La competencia centrífuga (multipartidismo), tiende a los extremos y favorece las opiniones irresponsables”. 

¿Utópico?, no. ¿Difícil?, sí. ¿Necesario?, también. 

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