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Opinión

Borja Carrascosa

El pulso de la banca y el equilibrio monetario 

“Los bancos centrales no tienen poder directo para controlar cómo se transmite la política monetaria a la economía real”

En una economía global, la búsqueda del equilibrio a través de las políticas monetarias parece una quimera. El estallido -o, mejor dicho, el rebrote- de la crisis bancaria a ambos lados del Atlántico se ha sumado a los niveles disparatados de inflación y las entidades están forzando a los bancos centrales a replantearse la estrategia de subida de tipos de interés. Si tomamos como referencia la crisis de 2008, los problemas financieros son la antesala de la temida recesión. Y los jugadores de la partida -reguladores y regulados- lo saben. Tanto, que ambos bandos lo utilizan. 

Las subidas de tipos de interés endurecen las condiciones de financiación y ‘enfrían’ las economías al reducir la capacidad de endeudamiento de los distintos actores que las componen. Por extensión, los precios deberían bajar al reducirse los niveles de demanda. Hasta el momento, ni la Reserva Federal (Fed) ni el Banco Central Europeo (BCE) han manifestado que esta estrategia esté teniendo un impacto significativo y medible en la estabilidad financiera. No obstante, el ‘desbarajuste’ que está viviendo el sector bancario hace difícil estimar si los bancos centrales están calibrando adecuadamente el endurecimiento de las políticas monetarias. 

La volatilidad en los mercados y los efectos de las quiebras de Credit Suisse y Silicon Valley Bank no evitaron que el BCE mantuviese la senda de subidas de tipos de interés, igual que tampoco provocaron un cambio de rumbo en la Fed. Esta posición refleja claramente que, hasta que la inflación no se modere, no habrá cambios de estrategia. Pero el sector bancario considera que una contracción mayor del crédito puede provocar una moderación de la misma, ralentizando los incrementos del precio del dinero. 

¿Seguirán sacrificando parte del crecimiento los bancos centrales? La realidad es que estas instituciones no tienen poder suficiente como para determinar cómo se transmite la política monetaria a la economía real. El mercado decide, y la banca, en una época de explosión del análisis de datos, parece tener la llave. 

En 2011, como explicamos en un reportaje en este mismo número, el BCE tuvo que revertir la senda de subidas por los problemas que la crisis bancaria, de deuda y monetaria que vivía la zona euro. Fue la última decisión del francés Jean-Claude Trichet. Hoy, las economías están aún más endeudadas, aunque los bancos están saneados. 

Christine Lagarde, presidenta del BCE, aseveró en su última comparecencia que “no existe una disyuntiva entre la estabilidad de precios y la estabilidad financiera. Disponemos de abundantes herramientas para proporcionar liquidez al sistema bancario y preservar la transmisión fluida de la política monetaria”. En un aviso a navegantes, esta declaración de intenciones se asemeja al famoso “whatever it takes” (“lo que sea necesario”) de Mario Draghi en plena crisis del euro. 

La ola de gasto que no cesa 

En este contexto de aumento de los costes de financiación, nuestro país vivirá este año elecciones autonómicas, locales y generales cuyas promesas electorales serán financiadas con recurso a deuda pública e impuestos. La reforma de las pensiones dejará un ‘agujero’ adicional de unos 30.000 millones de euros en los próximos 25 años, según cálculos de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (Airef), pero no será la última. 

La Administración Pública sigue registrando déficit pese al aumento sin precedentes de la recaudación tributaria, pero eso no frena los compromisos de aumentos de gasto público. A cierre de marzo, el interés del bono español a diez años se ha estabilizado en el entorno del 3,3%-3,4%, tras tocar techo en el 3,79% a principios de mes. Hace un año, estaba en el 1,5%. La financiación estatal no es ajena a este escenario y también se encarece, y su coste lo pagamos todos. 

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