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Coworking rural: cuna del emprendimiento y antídoto contra la España vaciada

Por Redacción Capital

Bien para huir del ruido como del estrés, cada vez son más los trabajadores que huyen de la ciudad para adentrarse en el coworking rural

El trabajo más productivo es el que sale de las manos y del intelecto de personas contentas. Es el principio que guía a un millón doscientos mil emprendedores y profesionales liberales que han apostado por el trabajo con el prefijo “co-“, de colaborativo. También por el adjetivo “rural” como sinónimo de lugar donde se alimenta su bienestar. Son coworkers rurales.

Convencidos de que la unidad es la fuerza, desarrollan sus proyectos en coworkings, espacios de trabajo compartido que facilitan a los emprendedores lanzar negocios, sobre todo en pequeños pueblos, a un precio competitivo: de 20 a 150 euros mensuales.  La tarifa da acceso a los servicios básicos, como wifi, impresoras y café, y a otras prestaciones de las que un freelance o un autónomo no podrían disponer si trabajan en casa, como salas de reunión o proyección, imprescindibles para presentaciones a clientes. Los espacios de coworking se caracterizan, además, por la presencia de agentes cuya labor es establecer conexiones entre la comunidad de emprendedores.

Tanto en España como en el resto del mundo, esta forma de trabajar se ha ido acoplando a la rutina laboral y no deja de crecer. Las cifras no engañan: en el mundo hay más de 8.000 espacios de coworking y más del 20% se ubican ya en zonas rurales, un porcentaje que se ha duplicado en los últimos dos años. España, con más de 1.547 espacios registrados que generan 140 millones de euros, ocupa el primer puesto de la Unión Europea y el segundo del ranking mundial por detrás de Estados Unidos. Según datos de la consultora Savills Aguirre Newman, se prevé que en 2030 el modelo de coworking supere el 30% del mercado de oficinas en España y, además, se convierta en la incubadora principal del emprendimiento rural.

Internacionalizan proyectos y combaten la despoblación

En Senderiz, una aldea situada en el parque ourensano de Xurés, apenas viven 20 habitantes. Sin embargo, desde antiguos pajares y viviendas rehabilitadas como estudios y espacios comunes de trabajo, se han llevado a cabo proyectos de negocio y festivales culturales de proyección internacional. Creativos de compañías como Google, Netflix, Unicef, Cartoon Network, Amnistía Internacional, Boeing o Booking.com utilizan los espacios del primer coworking rural del mundo dinamizando proyectos y dejando más de una anécdota para regocijo de los lugareños.

“Recuerdo que un ingeniero que trabajaba en Google Maps se perdió con su coche en nuestra aldea cuando vino por primera vez a Sende. Entró por un camino que no debía y se quedó atascado. Aunque los mapas de Google le apuntaban el camino correcto, él no siguió sus indicaciones porque, según nos dijo, no confiaba en que no estuvieran equivocados porque la entrada a la aldea por la que le guiaban le parecía especialmente difícil”, apunta a Capital el cofundador del coworking, Edo Sadikovic. “En sus nueve años de vida, por Sende han pasado casi 4000 personas de cincuenta y cinco nacionalidades: arquitectos, ingenieros, abogados, programadores, ilustradores, animadores, músicos, escritores, pensadores... Sende es un espacio que ofrece la vida offline para personas que trabajan online”, añade éste.

Contrarrestar los problemas de la despoblación rural, generar comunidad y aportar valor con nómadas digitales llevaron a Coral Nogal, a Martin Fleischer y a su socio Bruno Grandillo a convertir hace apenas dos años un antiguo mesón del municipio madrileño Puebla de la Sierra, a 110 kilómetros de la capital, en El Refugio, otra referencia mundial del coworking rural: “Nosotros nos concebimos como un proyecto de reactivación económica local. El fomento y la colaboración entre emprendedores son parte de nuestro ADN. Nos estamos posicionando como un lugar de encuentro para emprendedores, pero principalmente para aquellos que quieren volver a conectar con las áreas rurales en Madrid”.

Puebla de la Sierra (El Refugio)

Pese a abrir sus puertas casi coincidiendo con el inicio de la pandemia, apunta Fleischer a Capital, “en estos escasos dos años de vida hemos ido aumentado nuestro número de coworkers, sobre todo jóvenes entre 20 y 35 años, que trabajan de forma independiente. Buscan en nuestro espacio la posibilidad de enfocarse en sus proyectos, pero cobijados por una comunidad que les brinda la posibilidad de establecer relaciones de colaboración consiguiendo, además, un acercamiento más íntimo con la naturaleza. También hemos detectado un aumento muy notorio de nómadas digitales europeos, de organizaciones de jóvenes que fomentan la vivencia de experiencias rurales, y de muchas empresas que buscan realizar sus reuniones, team buildings o incluso conferencias en lugares diferentes que brinden a sus empleados una experiencia totalmente distinta a estar encerrados, por ejemplo, en un hotel céntrico".

De hecho, tal y como apunta, "por El Refugio ha pasado gente de Suiza, Alemania, Venezuela, Italia, Marruecos, Uruguay, Argentina… Este tipo de personas son las que aportan valor, no solo por los proyectos que puedan traer a nuestro entorno rural, sino porque son esponjas que absorben nuestra cultura y es una forma de promoverla y mantenerla viva”.

Motores de economía local

Como en el caso de Sende, El Refugio también promueve la economía local colaborando con los vecinos y con pequeños negocios de la zona: “Un proyecto que surgió directamente de nuestro equipo fue la colocación de una central de carga eléctrica para coches. Al ser nuestro pueblo uno de los más alejados de la Comunidad de Madrid, es clave que la conectividad de transporte sea buena y qué mejor que haciéndolo de forma limpia y sostenible. Además, llegamos a un acuerdo con la empresa que la está conectando para que el 3% de la facturación vaya donada directamente al Ayuntamiento como una forma, por nuestra parte, de compromiso con el pueblo”, nos apunta el fundador de El Refugio.

“También hemos facilitado, por ejemplo, conexiones entre un productor local de miel y una productora de hidromiel como forma de asegurarle a él un forecast de venta mensual y a ella un producto de calidad que le permita producir más litros de bebida con menos materia prima. Igualmente intentamos que todos nuestros productos sean de proximidad”, subraya. 

Otro vivero de negocios donde la sinergia de ingenio se enriquece con la tranquilidad que regala la vista a las montañas y al río Ebro es Zona Líquida. Los primeros coworkers de este espacio público tarraconense le bautizaron así porque allí fluyen proyectos de profesionales de áreas muy diferentes: informática, medio ambiente, ingeniería técnica, asesoramiento legal, psicología, diseñadores, artistas… También porque, antes de convertirse en cuna de emprendedores, era el piso superior de la biblioteca municipal donde la humedad y el agua era lo único que fluía en su interior.

“En 2013, por iniciativa del Ayuntamiento de nuestra localidad, Riba-roja d´Ebre, aquel local vacío se convirtió en el primer coworking rural de Cataluña aprovechando la implantación de fibra óptica de 100Mb, también propiedad del Consistorio que se convirtió en operador para dar servicio al pueblo”, apunta a Capital el dinamizador del espacio, Toni Lanzas. Y concluye: “Los coworkers no solo servimos al municipio, sino que muchos desarrollan proyectos fuera de Cataluña sin necesidad de dejar de vivir en nuestro pueblo. De esta forma, Zona Líquida se ha constituido como un punto de encuentro para emprendedores, asociaciones locales y otros entes donde encontrar un lugar para el emprendimiento, la formación y el asociacionismo. Un lugar donde crear proyectos y, en definitiva, un laboratorio de ideas para hacer de Riba-roja d’Ebre un lugar mejor”.

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