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Opinión

Alejandra Nuño

El liderazgo como guardián del tiempo

“Las empresas son ejes clave para derrochar rigor, valor, consenso y diálogos que enaltecen lo público y lo privado” 

Puede que sea un mal endémico de la sociedad del S.XXI: somos pobres en tiempo. 

Puede que, por eso, se considere cada día como uno de los bienes más preciados: el valor del tiempo.  

Vivimos en una sociedad plagada de desafíos y paradojas, por lo que llama la atención que, en la era de la tecnología exponencial, la productividad se esté estancando en la mayoría de las economías desarrolladas, con especial énfasis en la española (OCDE, marzo 2023). 

Bajo esta premisa, si tuviera que elegir una tendencia que determine el liderazgo en el presente ejercicio, me decantaría como la gran guardiana del tiempo. Y trabajaría para promover una cultura que lo venerase cómo el gran activo capaz de aliviar una sociedad que parece vivir bajo una eterna espada de Damocles, fruto de un agotamiento sistémico. 

Un liderazgo efectivo debería ser aquel que sin titubeos firma un pacto con la tecnología, custodiado por “puentes intermedios”, aquellos que son capaces de ajustarse a los recursos que circunscriben las realidades de cada compañía. Ningún cambio se ejercita de hoy para mañana. Contemplar tramos de ejecución saludable es construir bajo la prudencia que evita caer en el “aquí y ahora”. 

Todo lo que se pueda automatizar se automatizará, y aquellas organizaciones que no lo hagan serán sujeto de abandono por parte del mejor talento convirtiéndose en estructuras débiles y mal avenidas. Por eso, no tenemos que temer a la tecnología, sino venerarla. Tener tiempo es hacer espacio para lo humano, y, nunca lo humano se había vestido con puntadas tan rentables. 

El liderazgo velador del tiempo hace espacio en las agendas para observar los negocios con vista de dron. La observación transaccional que fulmina el trabajo compartimentado en pro de la rentabilidad que promueve el conocimiento integrado. Tener tiempo es hacer espacio para potenciar la innovación que reestructura con eficacia los procesos, remodela las carteras de productos y servicios y hace rebrotar al alza la agilidad, imprescindible en el manejo de un tiempo marcado por turbulencias permanentes.  

Liberar tiempo y generar espacio es, a su vez, la base para ‘engrasar’ las cadenas productivas. Como bien indicaba Larry Fink, presidente y consejero delegado de BlackRock en su recién visita a España, “el mundo está en transición y las transiciones son aterradoras y desordenadas”. De ahí la relevancia que se deposita en la función bisagra, que incita a la personalización fruto de la escucha activa. Trabajar por y para el bien de los demás. 

No cabe la menor duda de que al igual que la automatización, todo lo que pueda ser sujeto de la flexibilidad se ajustará. Nadie duda del desgaste que conlleva la transformación de los negocios doblemente acuciados por el inherente cambio cultural. Para acometer dicha ingesta transformacional se necesita mucho aliento, así como grandes dosis de facilitación, un liderazgo ganador que destile a diestro y siniestro sentido y sensibilidad, y esto no se puede hacer con mentes inflexibles.  

A modo de resumen, las empresas tienen un gran campo de actuación en materia de corresponsabilidad, y prueba de ello, es el aumento de inversión en programas de wellbeing (bienestar) corporativo para el presente año. Ahora bien, si obedecemos a los datos que arrojan el deterioro en materia de salud mental, resulta escalofriante asumir que España está a la cabeza mundial del consumo de psicofármacos. 

Me parece importante apremiar la importancia de visualizar más allá de nuestras propias estructuras internas. Codificar hoy la productividad es realizar un escrutinio en torno a los retos que marcan nuestra sociedad. El nuevo liderazgo formatea la conciencia corporativa que apuntala la salud como equilibrio, y para conseguir dicho bien, tenemos que promover el cuidado colectivo de quien se sabe que somos cuerpos sociales. Las organizaciones son ejes clave para derrochar rigor, valor, consenso y diálogos que enaltecen lo público y lo privado.  

Nadie en su sano juicio derrocharía ni un minuto más en no tender puentes que apuntalen el bien común sostenido, un gran ejemplo para una sociedad que demanda ejemplos vivos de sentido y sensibilidad. No perdamos el tiempo. Y, mucho menos, el de valor. 

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