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Opinión

Redacción Capital

Pros y contras de la Era del Dato 

“Tenemos tanto poder en nuestras manos, que, si algo no se soluciona mediante la red, nos sentimos incapaces de conseguirlo” 

“Recuperemos la riqueza del debate, el esfuerzo y el aprendizaje y evitemos el conformismo y los límites a la imaginación” 

La Cuarta Revolución Industrial no sería tan impactante sin la adecuada gestión de los canales de información. En este contexto, el Big Data es muy útil para las empresas. Juega un papel fundamental, ya que ofrece respuestas a preguntas que ni siquiera las organizaciones conocen. Es un buen punto de referencia. 

Los datos pueden ser probados de la manera que la empresa considere. De esta forma, se pueden identificar los problemas de forma comprensible y permite que los negocios tengan movimientos más inteligentes, operaciones más eficientes y, sobre todo, clientes con un alto grado de satisfacción. 

Además, el poder contar con tanta información a nuestro alcance nos ayuda a anticiparnos a las circunstancias. Los algoritmos son inherentes a la Inteligencia Artificial, ya que intentan replicar los procesos de decisión del cerebro humano. Aprenden y lo hacen en función de la información que nosotros ofrecemos, según nos comportamos. Estos, además, tienen que ser entrenados. 

Cuanta más información seamos capaces de volcar sobre el sistema, más preciso y efectivo será. Y este es un punto realmente importante dado que nos ayuda a anticiparnos en la toma de decisiones. Es decir, podemos lanzar la pregunta de: ¿Qué ocurriría si lleváramos a cabo esta acción? Gracias al aprendizaje que han ido teniendo, los datos serían capaces de contestarnos. 

La pérdida del contacto humano  

En este contexto, podríamos asegurar que la tecnología nos ha dado muchas cosas positivas, pero también tiene una parte menos buena. Durante la pandemia, nos sumergimos en herramientas digitales obviando la riqueza del debate en persona o de la conversación con amigos. En definitiva, del contacto al que tanto estamos acostumbrados en nuestro país. 

La digitalización, como sabemos, tuvo un crecimiento exponencial. Cada semana de confinamiento avanzó lo que equivaldría a un año entero de digitalización. Descubrimos el mundo del teletrabajo, que parecía imposible hasta que no quedó más opción que ser una realidad.

La educación online fue una gran aliada para que los más pequeños y mayores pudieran seguir ampliando sus conocimientos gracias a la conectividad que la red nos ofrece. En ese momento nos convertimos en vulnerables y pensábamos que Internet era quien nos ofrecía todo y que, sin la red, no podríamos hacer nada.  

La tecnología no es poderosa en sí misma, el control es nuestro. El hecho de que nos estemos continuamente formando en digitalización provoca que lo tengamos todo al instante. Necesitamos recopilar información y con un simple clic lo tenemos. Queremos descubrir un lugar y en un segundo lo hacemos. Nos interesa un libro y buscamos rápidamente la reseña. 

Todo ello provoca que nos convirtamos en una sociedad de inmediatez y que no sepamos valorar tanto como deberíamos el esfuerzo. Cuando se nos escapa algo de las manos, alguna cosa que va más allá de lo digital, que no podemos tener aquí y ahora, nos obcecamos. No lo entendemos, no es lógico. Tenemos tanto poder en nuestras manos que cuando llega algo que no se soluciona mediante la red, nos sentimos incapaces de conseguirlo. 

Hace unos años hablábamos de nuevas conectividades e Internet y hoy ya hablamos de universos diferentes, de realidades paralelas. La rapidez con la que va el mundo digital da vértigo. ¿Estaremos realmente preparados para seguir la carrera de la digitalización? 

Seguramente la respuesta más sencilla sería decir que no. Que la humanidad no está preparada para competir con el mundo digital, que nos quedamos atrás en sus avances. Pero también es interesante buscar una explicación de por qué va más rápido la tecnología que la mente humana, ya que no debemos olvidar que todas las innovaciones están creadas por el hombre. 

La importancia de la educación 

Los empleos del futuro aún no existen porque vienen de la mano de la digitalización, y ésta se encuentra en un continuo cambio y crecimiento. ¿Cómo podríamos enseñar a los más jóvenes sobre las nuevas tecnologías? Quizá adaptando la estrategia de estudio a las necesidades actuales o se podrían introducir asignaturas o competencias que les permitan enfocarse en conocimientos tecnológicos. 

Un crecimiento en este sector nos permitiría tener a jóvenes más formados en dichas herramientas y aprovechar sus conocimientos para transformar la sociedad e ir haciendo más accesible la digitalización en nuestros días. Asimismo, debemos tener en cuenta que es muy importante el autoaprendizaje y la formación continua. 

Un mundo que está variando a cada segundo necesita a personas con habilidades. El aprendizaje, como tal, lo podemos tener al alcance en cualquier momento. Sin embargo, es necesario que exista una experiencia previa y que vayamos adquiriendo competencias en los diferentes campos que se nos plantean. Por ello, se necesitan personas que estén en una actualización constante. Igual que los dispositivos electrónicos van cambiando y añadiendo mejoras a los sistemas, tiene que ocurrir lo mismo con nosotros. 

Escuché hace poco una charla TED en la que señalaban que cogemos el teléfono una media de 200 veces al día. Sin embargo, nos reímos solo 17 y abrazamos, como mucho, cinco veces. Escalofriante, ¿cierto? Además, anunciaban que estamos dando paso a problemas como la “nomofobia”, una adicción que consiste en el miedo a no tener móvil o a estar desconectado de Internet. Relataba que esto lo padece casi un 50% de la población

Las relaciones impersonales 

Nos estamos acostumbrando a las relaciones impersonales. Ahora podemos conectar con cualquier persona cómodamente, desde el sofá de nuestra casa, a través del teléfono. Nos ahorramos tiempo, dinero y el tener que desplazarnos.  

Un experimento realizado por Víctor Küppers relataba que había subido a un ascensor con su hijo para ver cuánta gente les saludaba al entrar. Entre risas anunciaba que, de las 31 personas que pasaron, solo 9 fueron capaces de saludar y 4 lo hicieron mediante un gesto. 

Esta es la realidad a la que hemos llegado y que, si lo pensamos, nada tiene que ver con la sociedad española. Si algo nos caracteriza, es precisamente el acercarnos a los demás, los abrazos, los besos, el contacto físico. El hecho de ir a un establecimiento y conversar con las personas que allí se encuentran, sin importar que no los conozcamos de nada. 

Las risas o bromas con los demás. Esto es lo que nos representa y se está perdiendo, en parte, por la tecnología que nos rodea. También nos hemos vuelto impacientes, necesitamos que nos contesten al minuto. Pensemos en la cantidad de veces que hemos enviado un mensaje y hemos mirado la pantalla cada segundo para ver si obteníamos la respuesta.  

Quizá, visto así, nos resulta más fácil entender que estamos sumergidos en la Cuarta Revolución Industrial llevada a cabo por la gran digitalización invisible en la que nos encontramos inmersos. No debemos entender la tecnología como algo perjudicial, simplemente hay que verla como un aliado clave, pero nunca como un arma contra nosotros mismos. Hay que desarrollar herramientas intelectuales humanas que nos permitan manejar la tecnología y no viceversa. 

Es importante tener conciencia sobre su uso. Entender que, pese a que podemos acceder a todo lo que queramos, hay que esforzarse por conseguirlo. No conformarse. Aprender a aprender. Y, lo más importante, no debilitar al cerebro por desuso. Pensar. No poner límites a la imaginación, volver a la riqueza del debate y educarnos. Mejorar, siempre, porque necesitamos a personas en el mundo que estén en continua formación para poder afrontar los retos que esta nos plantea. 

Las personas conformistas nunca conseguirán llegar lejos. Sin embargo, las que trabajan en el cambio podrán evolucionar y tener un futuro mejor. Como decía Nelson Mandela: “La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”. Aprovechémosla. 

Por Andrés Macario, CEO de Vacolba 

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