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Economía

Juan María Nin: “España debe liderar el crecimiento con valores y justicia social y ser querida por ello” 

Por Borja Carrascosa

“Si no somos capaces de pagar la deuda y hacer reformas estructurales, lo tendrán que pagar las siguientes generaciones” 

Juan María Nin: “Hay que empezar a corregir el déficit estructural antes de que sea obligatorio” 

El cambio de la economía española en las últimas décadas ha sido exponencial. De un PIB de 159.000 millones de euros (1980) hemos pasado a superar los 1,2 billones, casi ocho veces más. Esta es una de las consecuencias directas de la Adhesión al Mercado Común, hace casi 40 años. Juan María Nin, presidente de Itínere Infraestructuras, Hábitat y Morabanc y ex vicepresidente y CEO de CaixaBank, fue testigo directo y propulsor de ese proceso y ve con preocupación los efectos del excesivo endeudamiento de España. 

En plena revolución digital, Nin analiza con Capital las claves que permitirán a nuestro país recuperar el “brío” de antaño y repasa la actualidad de dos sectores claves para la economía española: el financiero y el tecnológico. En su opinión, el Estado debe reducir su peso sobre la economía a través de la reducción del déficit estructural, y aplaude la aparición de tecnologías como blockchain como herramientas decisivas para la gestión. 

¿Cómo se ve España después de dos crisis tan intensas como las que hemos vivido los últimos 15 años? 

En primer lugar, quiero dar las gracias a Capital por esta oportunidad. Es una revista con mucha personalidad, diferente y que yo sigo con atención. 

Yo veo a España como un país en progresión constante positiva. Evidentemente, las líneas de tendencia tienen interrupciones y las interrupciones se deben o bien a grandes acontecimientos de cambio de ámbito global o internacional o internos típicos de ciclo económico y político. También se producen interrupciones en líneas de progreso y de mejora que obedecen a cambios de prioridades o resolución de conflictos.

Yo volví a España en el año 1978 para unirme al equipo que negoció la adhesión al Mercado Común. Nuestro país ha pasado, desde entonces, de una posición casi irrelevante a ser admirado por su gestión de la transición política, y, a constituirse como una potencia económica y cultural en el mundo. Ahora queda el auténtico liderazgo, ser queridos. 

¿Y qué hace especial a nuestro país? 

España tiene dos características extraordinarias que la diferencian. Primero, es una plataforma física única. Sólo hay que mirar el mapa del mundo para darse cuenta de un hecho tan material. En el mundo actual, tan importante desde el punto de vista logístico, ser una plataforma física que conecta mares, océanos y continentes es un capital de gran valor. En segundo lugar, también es una plataforma cultural única en el mundo por el español.

Es la segunda o la tercera lengua vehicular en el mundo y la cultura hispánica en estos momentos es una cultura en crecimiento y dominante. El reto es liderar este crecimiento con valores de libertad y justicia social y ser queridos, como decía, por ello. 

¿Qué nos falta? 

Solucionar un problema que empieza a corregirse: España es un país sin capital desde el siglo XVII, prácticamente. Es decir, hemos sido un país pobre. Con mucho trabajo nacional e inversión extranjera, desde la Transición, hemos sido capaces de crear y acumular capital por primera vez en nuestra Historia. La combinación de las dos plataformas -física y cultural- más el factor trabajo y el factor capital creciente y, sobre todo, del capital internacional, deberían permitir un futuro espléndido a nuestro país. En terminología y metodología al uso, “se dan las condiciones objetivas”. Sólo nosotros podemos estropearlo. 

El Banco Central Europeo (BCE) lleva más de una década con tipos bajos y ayudando a los países a financiarse, como comprador de deuda de último recurso. Y ahora decide subir tipos y cortar la adquisición de bonos. ¿Cree que España va a poder financiarse bien de forma autónoma? 

Es uno de los problemas más importantes, porque en el fondo es un problema moral, ético. Los anglosajones hablan de moral hazard, consistente en tomar decisiones cuya rentabilidad, incluso política, social o económica a corto plazo está clara, pero que no son ni serán responsables a medio plazo de los daños que pudieran surgir de estas decisiones. No me gusta ser catastrofista, pero en el núcleo de la pregunta hay un buen problema de Justicia intergeneracional.

¿Hasta qué punto, por la vía del endeudamiento, nuestra generación puede disfrutar de un elevado nivel de bienestar no apalancado en una razonable proporción de capital y deuda y, por tanto, no merecido? Si no somos capaces de pagar la deuda y para ello hacen falta las oportunas reformas estructurales, lo tendrán que pagar las siguientes generaciones. Prima el poder de la actual generación, ya sea vía grupos de presión, gobiernos, instituciones o compañías públicas y privadas, ante este conflicto de prioridades. 

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? 

En el año 2008, la crisis fue la consecuencia final de cambios muy importantes de tipo económico. Empezó como una crisis de las tecnológicas y también una crisis de modelos de Gobierno (caso Enron). Luego continuó como crisis inmobiliaria y estalló como crisis financiera. En 2008 había dos caminos a seguir y se tomó, colectivamente, una decisión que yo creo que fue acertada. El primer camino era dejar que la crisis en toda su magnitud estallara y, por lo tanto, dejar que se produjera una tormenta extraordinaria, que limpiara todo. Exceso de deuda, falta de productividad, pérdida de valores… un gran estallido económico y social. 

Lo que se decidió, liderado por un país, Estados Unidos y ejecutado con brillantez por la Reserva Federal, fue comprar un bono de tiempo en vez de dejar estallar la crisis. Se aplicó una política monetaria heterodoxa y extraordinaria en intensidad (quantitative easing o Q.E.) para inyectar en el sistema económico cantidades ingentes de liquidez, de dinero. También se produjo una bajada de tipos por debajo del 0%, forzando el tipo de interés natural.

La combinación de una política monetaria extremadamente laxa y unos tipos de interés por debajo del tipo de interés natural, una gran represión financiera, supuso mitigar la crisis y permitir hacer con menor dolor social las reformas económicas que, en cualquier caso, se hubieran hecho si la crisis hubiera estallado naturalmente. 

¿Y se hicieron esas reformas? 

Estas reformas estructurales las han hecho algunos países mejor que otros. Estados Unidos creo que es un buen ejemplo de reformas estructurales profundas. También muchos de nuestros socios europeos. Irlanda, Grecia y Portugal, que fueron países intervenidos, las aplicaron, aunque de manera forzada. España hizo reformas estructurales, las comprometió e inició el Gobierno del presidente Zapatero en su carta a nuestros colegas europeos y las desarrolló después por el Gobierno del presidente Rajoy. Todo el mundo ha hecho reformas estructurales y eso permitió sortear la crisis. 

En este escenario, la Covid-19 interrumpió el proceso, con daños adicionales a la economía que interrumpieron la recuperación. España ha incrementado mucho el déficit y, por extensión, la deuda pública, pero también aplicó reformas estructurales. Ahora debe preocuparnos el incremento de déficit estructural de estos últimos años para su debida corrección. 

En este contexto, ¿hacia dónde nos dirigimos ahora? 

Estamos en una situación en la que la Reserva Federal (Fed) y el BCE han decidido empezar el proceso de retirada de facilidades cuantitativas y subir de tipos de interés. Somos muy conscientes de que la deuda excesiva, por sí misma, mata, salvo que vaya acompañada de aquellas inversiones y mejoras en productividad que permitan pagarla. Yo diría que muchas de las reformas que se han hecho permiten abordar ahora con más tranquilidad los niveles de deuda que en los episodios de julio del 2011 y de junio del 2012. 

En aquellos años, las líneas de financiación de España, públicas y privadas, se llegaron a cortar y el diferencial de deuda con Alemania alcanzó los siete puntos, algo inasumible. Estuvimos en el límite de un “infarto de liquidez” y la subsiguiente e inevitable destrucción de solvencia, de capital cuanto esto ocurre. Por lo tanto, el riesgo moral deviene en muy importante, las reformas, aunque incómodas, son necesarias. 

Si el mercado percibe que hay peligro de que la deuda soberana de un país no se pague, se produce un infarto, sube el coste del endeudamiento y colapsa el sistema financiero. La clave en el diagnóstico es el déficit estructural, que, repito, ha crecido de manera importante en España en los últimos años. Hay que empezar a corregirlo antes de que sea obligatorio por imposición de nuestros socios en el 2024, en coherencia con nuestras obligaciones derivadas de la moneda única. 

“Como directivo, lo más difícil en mi vida ha sido decir ‘no’, de forma educada, pero tajante y clara” 

Juan Marín Nin

El sector financiero libra una batalla bastante fuerte por la rentabilidad, hay nuevos jugadores digitales con otro modelo de acercamiento. ¿Cómo ha cambiado la banca y qué le parece este nuevo escenario de juego para las entidades? 

A raíz de la crisis de 2008 se ha constatado globalmente un hecho tanto los reguladores como por los Gobiernos. El sistema financiero no tenía el capital suficiente, adecuado, para hacer frente al crack del sistema inmobiliario, que anticipó la crisis, se legisló en consecuencia, para fortalecer el capital del sistema y así se ha hecho. Pero este aumento extraordinario del capital dificulta la rentabilidad de este negocio.

Hay más capital, pero los ingresos y los costes se mantienen. Por lo tanto, el sistema financiero, como oportunidad de inversión, pasa a tener peor consideración que otros sectores o empresas. Esto provocó el derrumbe de la cotización de las acciones, del valor de las instituciones financieras en contra, por ejemplo, de la revalorización de otras como las tecnológicas. En el mundo hay un juego de equilibrios. 

El valor del dinero, la materia prima de la banca, al caer los tipos de interés a cero o por debajo de cero, ha bajado muchísimo. Cae la materia prima, caen los márgenes. La caída del rendimiento de los activos reduce el valor del sistema financiero. Además, ha aparecido un sistema financiero en la sombra que empieza a competir con otras armas y regulación. Surge a raíz de la crisis y de las nuevas tecnologías, como es el caso de las criptomonedas basadas en blockchain

El mundo financiero ahora está en esto, en una revolución permanente que ha hecho que sistema ajuste sus medios y su tamaño a unos rendimientos inferiores a los tradicionales. Sigue siendo fundamentalmente un sistema financiero estatal de cada país, eso sí, reestructurado con brillantez como en el caso español. 

Lo que no tenemos todavía son fusiones a nivel Unión Europea porque, fundamentalmente la normativa de garantía de depósitos, pero también el valor de la deuda soberana que está en las carteras de los bancos, no es común. No obstante, veremos fusiones europeas en el futuro. Finalmente, la aportación de los neo-bancos es fruto de esa competencia extrema que beneficia a los clientes y estimula al sistema tradicional a mejorar. Bienvenidos sean estos cambios y la nueva competencia. 

¿Qué opina usted sobre las criptomonedas, ha invertido en este mercado? 

Yo no he invertido, porque yo tengo una manera de pensar bastante simple por la cual el dinero se gana trabajando. Estoy perfectamente preparado para entender a los que me dicen que el dinero se gana especulando o que este tipo de riesgos tiene recompensas monetarias. Es una conversación larga, pero, con la misma flexibilidad y capacidad con la que entiendo otras aproximaciones a este tema, lotería incluida, aunque, por supuesto, no admito la delincuencia, espero se entienda la mía.

Nunca he tenido la tentación de tener ganancias rápidas de dinero con las criptomonedas y eso que tengo amigos que les ha ido bien. Entiendo muy bien el sistema por razones profesionales y porque intelectualmente me interesa, pero no me atrae para invertir mis ahorros. 

Explíquenos mejor su visión… 

Aquí hay dos componentes. El primero es de tipo técnico. El gran invento del siglo XXI es blockchain, no las criptomonedas, que son una forma de dinero que ha existido siempre. La sal, los cereales, el hierro, los metales preciosos, etc. Siempre ha existido el dinero como concepto. Es una “estabilidad espontánea”, pues siempre se ha necesitado una reserva de valor, un instrumento de medida de valor y un medio de pago. El gran cambio tecnológico que amplía la variedad de formas de dinero y que está en la base de las criptomonedas, es el blockchain. 

En 1971, EEUU (Richard Nixon era el presidente) decidió desvincular el dinero de cualquier referencia externa de valor. Se convirtió en un trozo de papel, el dólar, en una promesa que hace un Estado de que honrará el valor de este papel. Le siguieron todos los demás Estados. El dinero vale lo que genere de confianza en el Estado al Gobierno de turno, nada más.

El adanismo, esta especie de manía actual en la que, de modo insoportablemente cursi, todo se considera revolucionario y nuevo, aquí no funciona. El dinero ha existido siempre y las criptomonedas no son más revolucionarias que la sal, el oro o el grano en su momento. La revolución está en el reto que plantea a las fronteras políticas actuales. 

¿Y usted esperaba el impacto que han generado? 

Las criptomonedas han provocado erupciones alérgicas en lo más tradicional de la sociedad.  El dinero, como ha sido hasta ahora, está arraigado en la sociedad como constituyente del Estado e instrumento de poder de los Gobiernos. Ahora que aparecen las criptomonedas y que la gente joven empieza a usarlas, se produce un desgarro político importante. Hay que diferenciar entre Gobierno y Estado. ¿Pierdo poder si dejo de controlar el valor de la moneda? ¿Qué es esto de que la gente tenga criptomonedas? ¿Pierdo el control de la política económica? 

Estamos acostumbrados a una organización política de Estados, la organización económica del Estado y sus Gobiernos. La reacción en contra es más instintiva que racional. La reacción es “oye, ciudadanos, solamente podéis confiar en el euro, en el dólar, en el yen, en el yuan, las monedas estatales, porque si entráis en criptomonedas… Tenéis que saber que la volatilidad va a ser muy alta y perderéis mucho dinero. Mi deber es protegeros y estar muy atento a vuestros ahorros y no quiero que os equivoquéis…”. Pero otros piensan que los ciudadanos son mayores de edad y si quieren tener criptomonedas, pues que tengan criptomonedas, ¿no? 

Segundo, las criptomonedas, es cierto, son el mejor refugio de dinero sucio, de delincuencia. Se han visto camiones cargados de billetes de dólares cruzar fronteras, pero es más difícil blanquear con billetes de curso oficial. Hay pros y contras y, en el telón de fondo, una comprensible reacción de tono conservador ante este nuevo fenómeno por parte del establishment

El subyacente más importante es de tipo político y por lo tanto es un fenómeno típico de la revolución tecnológica del siglo XXI. Ahora bien, una clave de cara al futuro reside en que las sociedades tienen que estar bien organizadas en una función protectora del sistema financiero, porque el “crack” o el éxito total de las criptomonedas podría alterar las disponibilidades líquidas del sistema y con ello la estabilidad del mismo y el crecimiento económico. Se podría terminar produciendo una destrucción de valor por motivos de inflación monetaria descontrolada. 

El sistema financiero tiene que estar regulado, claro que sí. La moneda forma parte del mismo, pero en esa regulación lo que hay que entender es que, como tal, la aproximación puramente política de poder o la demonización no sirve. Habrá que gobernar este nuevo fenómeno de acuerdo con los intereses de los ciudadanos y esto es complejo, la transición será difícil y conflictiva. 

¿Y los bancos centrales? 

Los bancos centrales tienen hoy ya la capacidad técnica para emitir su propia criptomoneda. Pero no es lo mismo emitir moneda como hasta ahora o, hacerlo en la nueva forma y con la nueva tecnología, emitiendo moneda digital. A partir de ese momento, el debate se abre camino, también muy ideológico, entre aquellos que, entusiasmados por la posibilidad de que el banco central emita su cripto con tecnología blockchain, creen que se pueda producir la desaparición del sistema financiero privado. 

Porque los ciudadanos, dicen, depositarán sus ahorros en el banco central, que es más seguro, así como sus nóminas y domiciliaciones bancarias. Utilizarán tarjetas de débito y crédito del Banco Central y pedirán su hipoteca y su crédito consumo al Banco Central. Otros piden ser muy cuidadosos, porque un Banco Central todopoderoso que tuviera la capacidad de emisión de moneda, y subsumir todo el sistema financiero privado, sería un “gran hermano” con poder irresistible, absoluto. 

¿Cuál es la situación más difícil que le ha tocado a usted gestionar como directivo y qué huella quiere dejar en el mundo? 

En mi vida, lo más difícil, pero lo que más valor ha tenido siempre, es saber decir “no” de forma tajante. Educada, pero clara. Aceptar ser, si quieres, antipático y con ello aceptar inconvenientes de tipo personal que pueden ser importantes o no, dependiendo de la inteligencia del interlocutor. En un directivo, cuanto más alta sea la responsabilidad, mejor debe ser el “no” tajante, y mi experiencia me indica que, además, éste debe estar un poco alejado de la raya. La prudencia lo exige.

Yo he sufrido consecuencias profesionales y personales duras por “noes” tajantes, pero también, visto en perspectiva, el balance final me parece positivo, bueno. Para mí la huella más importante es la familiar. 

Fotografías: Santi Burgos

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