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Opinión

Redacción Capital

La Fórmula 1 como escuela empresarial

Roldán Rodríguez Iglesias, piloto profesional y comentarista en Dazn F1

El deporte de élite te enseña cosas que no se aprenden en las escuelas tradicionales ni en las escuelas de negocios. Al mismo tiempo, y sin lugar a dudas, te prepara para cualquier otro tipo de actividad fuera del mundo deportivo.

En mis veinticinco años en el ámbito del “Motorsport” -los últimos diez compaginándolos con actividad empresarial que nada tiene que ver con el automovilismo-, puedo asegurar que el deporte ha sido el mejor master global que podía haber tenido. Y no ha sido solamente por los éxitos o experiencias satisfactorias durante estos años, sino por haber vivido y conocido el contraste entre el éxito y el fracaso y por haber convivido y trabajado con diversos perfiles de responsables y ver cómo se drenan sus estilos en el conjunto de las organizaciones.

El deporte de alta competición tiene algo que no es fácil encontrar en el mundo empresarial habitual, y eso es la acción-reacción. Cada movimiento cuenta, cada error se paga y cada acierto se cobra. El mundo normal se mide en bienios, ejercicios o trimestres, y si un día, dos o tres, se está al cincuenta por ciento de la capacidad, tampoco pasa nada. El deporte de élite se mide en días, horas y segundos. Esta gran diferencia obliga a que todo el mecanismo de la organización esté muy engrasado, muy bien entrenado y fantásticamente bien dirigido. Hay muy poco margen para el error, cada movimiento cuenta. 

Gracias a la experiencia deportiva bien asimilada, desde poco antes de los diez años de edad hasta la actualidad, y desde las categorías regionales de segundo rango hasta las internacionales de primer nivel, como es la Fórmula 1, hay dos cosas que puedo afirmar con rotundidad: 1. El éxito y los buenos resultados jamás vienen precedidos por la mediocridad. 2. Tanto en el deporte como en la empresa, los resultados son la consecuencia de un trabajo en equipo. Nadie logra nada solo.

Los equipos en la Fórmula 1, que no dejan de ser empresas, al fin y al cabo, son estructuras tremendamente jerárquicas y perfectamente definidas. Toda la organización sabe quién es el máximo responsable y, en caso de duda, la opinión del responsable es la que cuenta. Hasta aquí, todo conocido. Lo sorprendente es que, al contrario de lo que se puede pensar, en el mundo del motor hay muchos menos directivos o jefes que estén siempre en el centro del proceso como parte fundamental del éxito, y, a la vez, alejados de la otra punta en el caso de que el fracaso aceche.

Y aquí es donde nace la palabra equipo dentro de una organización. Aquí es dónde está uno de los motivos fundamentales por los que el éxito llega de una manera habitual, en unos casos, o como algo excepcional o inalcanzable, en otros. Confundir el liderazgo con el autoritarismo; el compañero con el subordinado; el éxito individual con el del equipo; y el fracaso del conjunto como el de unos pocos son los errores más comunes y, por desgracia, más habituales en el mundo empresarial fuera del deporte de élite.

El trabajo en equipo y el liderazgo son dos compañeros que siempre están en una historia de éxito. En el mundo del motor son más fáciles de identificar, porque el presente más inmediato define tu futuro, pero también lo son en las organizaciones tradicionales o alejadas del deporte. Todo profesional responsable debería de preguntarse qué tipo jefe está siendo, qué estilo está drenando en su empresa y qué piensan las personas que trabajan con él.

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