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Opinión

Redacción Capital

Comisario Villarejo: nitroglicerina en el IBEX 35

“El problema de obtener información a cualquier precio es que la factura se paga en forma de sentencia penal, multa severa o desastre reputacional”

Sólo un pirómano echaría gasolina al fuego. Sin embargo, de alguna manera fue lo que hizo durante años parte del Ibex 35 al poner sus necesidades de consultoría en las manos de José Manuel Villarejo. Enrique Tierno Galván dijo que “el poder es como un explosivo: o se maneja con cuidado o estalla”. Alcalde de Madrid de 1979 a 1986, la ciudad colocada del viejo profesor también lo fue de Villarejo, que en aquellos años “hizo del sindicalismo policial una forma de conseguir contactos y negocio”, según uno de sus antiguos compañeros.

“Villarejo se dio cuenta de que siendo sindicalista se ganaba más y se vivía mejor que de policía”, nos explicó cuando trabajábamos en la elaboración de ‘La España Inventada’, primera y única biografía sobre Villarejo escrita hasta la fecha. Según esa fuente, el agente cordobés empezó a ser simplemente Villarejo a finales de la década de los 70 y principios de los 80: “Un empresario que se ha beneficiado de las estructuras públicas del Estado y de su condición de expolicía para fines privados”.

Si el poder puede devenir en explosivo, la información amplifica su onda expansiva como si fuera nitroglicerina. Así pasó cuando detuvieron al excomisario y poder e información se mezclaron en forma de notas y audios. La explosión fue de tal magnitud que algunos de los nombres más representativos de la empresa en España tuvieron que declarar en la Audiencia Nacional.

Resulta evidente que la información juega un papel clave en cualquier actividad empresarial de alto nivel, pero su obtención, por perentoria que resulte, debe ser lícita. Ciertas fronteras, de tan sinuosas, deberían disuadir cualquier atisbo de ambición desaforada, especialmente cuando hablamos de compañías que son mucho más que meros negocios y con su prestigio representan intereses estratégicos del país.

Hace tres años fui al encuentro de una persona que conocía los secretos más arcanos de Villarejo. Expectante por la incertidumbre que provoca lo desconocido, nunca hubiera imaginado que Villarejo y ‘Jurassic Park’ tuvieran una relación tan directa. Y no es un chiste. Cuando llegué, la persona dijo: “Podéis contar con lo que tengo aquí: fichas, informes, documentos, planos, facturas… pero, para entender realmente quién es Villarejo y cómo trabajaba, te tengo que explicar uno de sus conceptos favoritos: el ADN de la rana”.

Si en la película de Steven Spielberg el ‘ADN de la rana’ era una adición genética que se utilizaba para crear dinosaurios, en el mundo de Villarejo “era el contenido ficticio que a veces añadía a los informes para que fueran más atractivos o crearan mayor necesidad en los clientes… cuando la información que teníamos no daba para completar el trabajo, decía: “Añádele un poquito de ADN de la rana’ y listo”, reveló aquella persona cuya identidad debe quedar protegida dada su trascendencia.

El problema de obtener información a cualquier precio es que, tarde o temprano, la factura se paga en forma de sentencia penal, multa severa o desastre reputacional. Hay agencias y detectives que se dedican a estas actividades en perfecta consonancia con la ley. De recurrir a ellos, esa parte del Ibex 35 que se dejó seducir por Villarejo y su dualidad público-privada jamás hubiera tenido problemas. De esa forma -más allá de la dura pugna entre compañías y de las rivalidades inherentes a la propia actividad- nadie hubiera tenido que procesionar ante el magistrado Manuel García-Castellón.

El caso Villarejo debe servir como advertencia empresarial, pero también política y social: si dudar es un signo de inteligencia, aún más ante esos profesionales de la prestidigitación que moran en todos los ámbitos y prometen soluciones sencillas a problemas complejos. James Matthew Barrie escribió: “El tiempo nos persigue a todos… y a todos nos alcanza por mucho que corramos”.

Nada explota con más virulencia ni caduca antes que las decisiones supeditadas a la urgencia del aquí y el ahora. Quien lo probó, lo sabe.

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